‘Agustinito’, el canario que vivió más de 80 años en la boca de un volcán inactivo: “Antes era una finca, no una caldera”

'Agustinito', en la Caldera de Bandama

Toni Ferrera

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Agustinito agudiza la mirada cada vez que las palabras se pierden en el silencio. “Una finca, ¿tú sabes lo que es una finca?”, pregunta, para asegurarse de que no ha perdido la cordura. “Antes todo eso estaba limpio. No había la maleza que hay ahora, esa que no sirve. Todo limpio. Había hasta comida para animales, ¿tú sabes lo que es la comida para animales?”. A él le gusta terminar las frases de ese modo mientras habla sobre la Caldera de Bandama, el cráter más perfecto de Canarias en el que vivió durante más de 80 años, en el municipio grancanario de Santa Brígida. “¡La caldera es grande!”, exclama, “antes era una finca, no una caldera”.

Agustinito ahora vive en una de las laderas de ese espacio que fue su casa la mayor parte de su vida, encima del restaurante Los Geranios que regentan sus sobrinas. Los días los pasa sentado y dando una caminata de vez en cuando, como explica un poco contrariado. Pero hasta hace no mucho era el guardián de uno de los monumentos naturales más espectaculares de Gran Canaria, el último agricultor de una larga saga de campesinos que colonizó la Caldera de Bandama desde finales del siglo XVI y se prolongó hasta 2020, cuando renunció a todo.

Según el geógrafo Álex Hansen, especialista en la historia de Bandama, los primeros asentamientos en el fondo de la Caldera se remontan al siglo XVI, cuando el Cabildo insular comenzó a vender las tierras a diferentes propietarios, entre ellos Daniel Van Damme, quien terminaría por darle nombre a la zona e introducir el cultivo de la vid, como es tradicional hacer en las tierras arrasadas por volcanes gracias a la fertilidad que ofrece el picón. Los ejemplos de esto se manifiestan en todas las islas, desde Lanzarote hasta La Palma.

Poco a poco el monte se fue privatizando y terminó siendo habitado por varias familias, como la de Agustinito. Él llegó a la Caldera junto a sus padres y sus ocho hermanos en 1936, aunque “antes siempre ha existido ahí gente”, como suele repetir para justificar por qué su familia se desplazó a ese lugar. “Se van muriendo los viejos y quedan los nuevos. Antes la Caldera daba para comer. Hoy nada”, lamenta.

Agustinito cuenta que se levantaba todos los días entre las tres y las cuatro de la madrugada, bajaba el kilómetro y medio que va desde la ladera de la Caldera hasta el fondo, y ya ahí le daba de comer a sus animales. A veces regresaba. Otras, la mayoría de las ocasiones, prefería quedarse en la casa que guardaba en el corazón del cráter. “Estaba fijo abajo. No tenía miedo”.

El recorrido que hacía de forma rutinaria ahora se llama Camino de Agustinito en su honor. El Ayuntamiento de Santa Brígida, en julio de este año, le nombró hijo adoptivo del municipio. “Es innegable que Agustinito, de carácter amable y trato afable, ha jugado un papel muy relevante como conservador y guarda de su amada Caldera de Bandama”, señaló el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales.

En 2017, el Tribunal Superior de Justicia de Canarias reconoció el derecho de los propietarios del fondo de la Caldera a cultivar vino. Y rechazó la demolición de la construcción existente en la cima “por ser merecedora de rehabilitación e idónea para servir como Centro de Visitantes y de Interpretación”.

Agustinito vivía, o eso aparenta, al margen de todos los pleitos judiciales. Él lo que recuerda es el campo, las plataneras, los aguacateros, las papas y batatas que allí plantaba. “No fui a la escuela cuando llegué con ocho años. Solo me dediqué a trabajar. ¡Para la chucha!”, agrega, en referencia a que todo el cultivo era para alimentarse. “Aquello ya no se conoce. Las casas están todas pegadas. Me da pena no estar abajo… Pero uno ya no puede trabajar. Hoy la gente solo va a caminar. Y que caminen, porque no han estado nunca ahí, pero ya no van a trabajar”, repite.

Este agricultor de más de 90 años tiene una frase predilecta: “Lo que se cuida se tiene. Lo que no se cuida no se tiene”. Es como resume su dedicación a la Caldera de Bandama, a la que mimó durante ocho décadas. Ahora, dice, el camino no sirve, hay matos sucios, y los “caminantes”, como se refiere a los senderistas que alcanzan el fondo del cráter, se han multiplicado. “La gente no es igual que antes. Usted viene a caminar, no a destrozar. El que destroza hay que denunciarlo, ¿tú sabes lo que es denunciar?”, pregunta, acercándose a la mesa para acentuar su mensaje.

En 1964, el Cabildo de Gran Canaria adquirió la Caldera de Bandama para potenciar su proteccionismo y cerrar la puerta de las construcciones clandestinas que se habían levantado en su entorno. Debido a que desde mitades del siglo XX muchas familias abandonaron el fondo del cráter por sequías, modernización y competencia de otros vinos, en la Caldera se está dando una recolonización vegetal muy intensa, y las únicas acciones humanas están encaminadas hacia su recuperación, según explica Hansen en su libro Bandama, paisaje y evolución, publicado hace 30 años.

Agustinito, por su parte, prefiere seguir hablando de su vida en la Caldera, de cómo tenía que bajar corriendo de madrugada para darle de comer a sus animales, de cómo se entretenía estando todo el día con ellos. “Estaba hasta que se hiciera de noche. Ahora no quieren sino turismo. Me crié ahí, ¿a dónde va uno si no? Era un ratoncillo chico. El que tiene algo tiene que cuidarlo. Y si no lo cuida no lo tiene”.

La Caldera de Bandama, un cráter de un kilómetro de diámetro y 200 metros de profundidad, fue el resultado de una explosión volcánica en Gran Canaria hace unos 2.000 años, la más reciente de la isla. Según un estudio publicado en la revista Journal of Quaternary Science, en el que participó el prestigioso vulcanólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSCI) Juan Carlos Carrecedo, un volcán despertará en Gran Canaria dentro de 200 años, ya que entre cada erupción, según los datos analizados, ha habido una fase de reposo de unos dos milenios.

A Agustinito no le perturba esto, ni tampoco la reciente erupción en La Palma. Él dice que el volcán de Bandama “se hundió pa’ abajo”, en donde todavía, asegura, hay gas. Según un estudio dirigido por el Instituto Volcanológico de Canarias (INVOLCAN), el noreste de Gran Canaria emite una media diaria de 5,8 toneladas de dióxido de carbono (CO2), una muestra de que el sistema volcánico de la isla está activo. Agustinito da buena fe de ello. En el fondo de la caldera, explica, hicieron un pequeño pozo de unos diez metros. Para comprobar su utilidad, introdujeron un lagarto. El “bicho”, concluye, salió asfixiado. “Amarraron un lagarto que luego salió asfixiado. Ahí debajo hay gas. ¿Sabes lo que es el gas?”.

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