‘El director’: periodismo sobre las cloacas

David Jiménez: "Entiendo el deseo de muchos de que El Mundo desaparezca"

Carlos Sosa

Quizás pueda resultar insuficiente la denominación de “cloacas del Estado” para agrupar toda la gran estructura que se montó en torno al Gobierno del Partido Popular (diciembre de 2011-junio de 2018) orientada a perpetuar un poder político cuyo principal cometido era (y es) garantizar estabilidad y enriquecimiento a las grandes élites económicas españolas y a los poderes salvajes de la economía especulativa. Era (y es) una estructura conocida y permitida contra la que no se hacía ni se hace nada que en momentos muy concretos se extendió a los medios de comunicación más poderosos del país y alcanzó a la Judicatura, al frente de la cual los mismos poderes habían conseguido colocar a los jueces más leales.

Es en ese periodo, justo cuando Podemos amenaza la dulce quietud que proporcionaba el bipartidismo y al PP se le escapaba de la mano el escándalo de su financiación ilegal y los pagos en B a sus dirigentes, incluido M. Rajoy, cuando el periodista David Jiménez (Barcelona, 1971) recibe en Nueva York la oferta para hacerse cargo de la dirección del periódico El Mundo.

Sumido por entonces en una evidente pérdida de rumbo tras la salida forzada del que fuera su director, fundador y líder espiritual absoluto, Pedro Jota Ramírez, los responsables españoles de Unidad Editorial pretendían encontrar un recambio con carisma, criado en la propia casa pero sin las servidumbres de la corte ni las ataduras de las guerras internas. A la vista de lo que cuenta David Jiménez en El director (Libros del KO), la intención de la empresa editora no era ofrecer a los lectores y a la sociedad un nuevo modelo de periodismo crítico alejado de los intereses de los poderes tradicionales, sino colocar al frente de la cabecera a un florero con prestigio periodístico que no estorbara. O que no estorbara mucho.

Y eso a pesar de que a Jiménez, según su propio relato, se le ofreció justo lo que intentó hacer: impulsar y modernizar la versión digital de El Mundo y promover una profunda renovación de imagen y de contenidos del papel, siempre con el ejercicio del periodismo independiente como divisa innegociable.

La realidad que cuenta Jiménez en El director no debería sonarnos a nueva a los que llevamos décadas ejerciendo este oficio, tanto en periodos de bonanza económica como bajo la más salvaje de la crisis. Pero es de agradecer que alguien se haya atrevido a contarlo desde uno de los centros de poder clave para entender todo lo que ha ocurrido y por qué ha ocurrido. El Despacho, como él mismo llama al que ocupa el director de El Mundo, es un centro de poder más y una pieza decisiva para que la maquinaria funcione. Pero “el poder había dejado de temer a la prensa y ahora era la prensa la que temía al poder. El periodismo nacional se había llenado de fieras amaestradas que, como dice uno de los personajes de La conspiración de la fortuna, de Héctor Aguilar Camín, ”lamían la mano que les deba de comer y mordían lo que ella le mandaba“. Así que el ocupante de El Despacho ya no tenía autonomía para ejercer como director y hacer ganar dinero a sus accionistas vendiendo muchos ejemplares y consiguiendo muchos lectores en la versión digital para que el departamento de Publicidad se pusiera las botas.

Las editoras se debían fundamentalmente al poder, al dinero público de la instituciones y a las órdenes de los grandes bancos y fondos de inversión, que habían entrado en consejos de administración de señeras cabeceras transformando sus deudas en acciones.

En ese contexto era necesario controlar a quienes pretendían mandar y se consideró necesaria una trama de policías al servicio del poder dedicados exclusivamente a fabricar pruebas falsas contra adversarios políticos, ora independentistas catalanes, ora irredentos comunistas agrupados bajo las siglas de Podemos. Pruebas falsas que eran convenientemente filtradas a periodistas amigos que las publicaban sin contrastar: “Toda una generación de supuestos periodistas de investigación había prosperado comprando un material que sabían averiado, en un juego de favores donde la verdad era un incordio prescindible”, dice Jiménez en su libro.

El partido de Pablo Iglesias era uno de los objetivos del PP. Aunque su irrupción fue saludada inicialmente por Génova como una bendición del cielo por lo que suponía quebrar el bloque de izquierdas, pronto los estrategas consideraron necesario frenarlo por el temor de que un sorpasso al PSOE acabara con el bipartidismo.

El diario El Mundo fue uno de los más combativos contra Podemos, y uno de sus redactores más experimentados en el asesinato de imagen, Javier Negre, me lo llegó a confesar en su día a propósito de una entrevista manipulada: “Como comprenderás, nadie de Podemos puede quedar bien en El Mundo”.

Jiménez lo corrobora abiertamente en El director cuando relata, por ejemplo, la conspiración que sufrió la diputada morada Victoria Rosell, víctima de la fabricación de pruebas falsas que alimentaran una querella de José Manuel Soria contra ella. El director prefirió creer a uno de sus periodistas de las cloacas, identificado como Asuntos Internos, y no a la propia Rosell, que le advirtió dos veces de la operación.

Tampoco me creyó a mí cuando nos tomamos un café en un receso del Congreso de Periodismo Digital de Huesca en marzo de 2016. Entonces le advertí no solo de esa conspiración de la que era partícipe su periódico, sino de los antecedentes corruptos del ministro Soria. “No me puedo creer que Soria sea un corrupto”, me dijo.

Un mes después, gajes del oficio, mi periódico y el suyo fuimos los que forzamos su dimisión, porque aunque Jiménez no lo refleja en El directorEl Mundo se basó en una noticia de Canarias Ahora sobre la vía de Jersey para rematar al ministro de los papeles de Panamá. De eso hace ya tres años.

Entonces y ahora una parte del periodismo que se hace en Madrid sigue instalado sobre las cloacas y supeditado a los grandes poderes económicos. Ese periodismo escribe sobre operaciones policiales, pero también sobre política, sobre economía o incluso sobre fútbol o cotilleos. Y lo refleja muy bien David Jiménez en su libro.

El director es un manual escrito sobre esas cloacas que resulta imprescindible para quien quiera conocer lo que se cuece en las más altas instancias del poder en España, de las intrigas dentro y fuera de una Redacción, en los palcos del Bernabéu, en los despachos de los ministros o de presidentes de grandes corporaciones, y sobre los verdaderos motivos por los que el periodismo ha llegado a tan bajas cotas de consideración por parte de la ciudadanía.

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