Explotación laboral y amenazas hacia migrantes en Tenerife: “No me duele el insulto, sino el silencio de la gente”
La discriminación hacia las personas migrantes en Tenerife se manifiesta de diferentes formas. Muchas de ellas pasan desapercibidas. El trato desigual que sufren los extranjeros pasa por las amenazas, los insultos en la calle, en el transporte público, la denegación del alquiler de una vivienda o la precariedad laboral. En la mayoría de los casos, las víctimas no denuncian estos episodios por falta de información, por desconocer sus propios derechos o por miedo a las consecuencias. Esta última es una razón que crece entre las personas en situación administrativa irregular, por temor a ser detenidos y devueltos a su país de origen. Así se desprende del estudio Experiencias de discriminación de las personas migrantes en Tenerife, elaborado por los investigadores Daniel Buraschi, Natalia Oldano y Dirk Godenau.
La actitud de la población tinerfeña que trata de manera desigual a las personas migrantes es más negativa hacia las personas de origen magrebí. Según este estudio elaborado entre septiembre y diciembre de 2020 y en el que han participado 521 hombres y mujeres de África, Asia y América, la discriminación hacia las personas magrebíes se relaciona con factores “culturales y con la seguridad”, una percepción en la que incide de forma directa la islamofobia y la concepción del islam como una “amenaza para los valores y la identidad canaria”.
Por otro lado, las personas que discriminan a la población asiática perciben a este colectivo como una competencia en el ámbito del comercio. Cuando estalló la pandemia, algunos individuos también sustentaban su xenofobia argumentando que las personas de Asia suponían “un riesgo para la salud”. “En 2020 la gente se apartaba de mí en el transporte público como si tuviera coronavirus. A mi hija, durante su práctica en el hospital, un paciente la llamó ”puta china“. En Canarias sí hay discriminación”, cuenta una mujer filipina de 46 años.
Las personas latinoamericanas, según la investigación, son percibidas por algunos como una competencia en el mercado laboral, en el acceso a la ayuda pública y en el ámbito educativo. “Existe la percepción por parte de la población autóctona de un agravio comparativo, es decir, la creencia de que las personas migrantes reciben más de lo que merecen en detrimento de las personas canarias”. En esta línea, los bulos lanzados por grupos anti-inmigración y partidos de extrema derecha en redes sociales conforman un caldo de cultivo que alimenta el odio y la xenofobia.
Un 34,7% de las personas encuestadas considera que la imagen que los medios de comunicación transmiten de la inmigración es positiva. Por continente de origen, el 54,9% de los entrevistados africanos cree que la cobertura periodística es negativa o muy negativa. “Cuando los medios hablan de la llegada de personas migrantes por vía marítima, emplean una narrativa que crea pánico, que genera miedo, desconocimiento y rechazo”, sostiene una mujer saharaui de 29 años.
Este discurso se emplea, según la mujer, principalmente cuando se habla de las llegadas en pateras y cayucos. “No se dan datos como que se trata de un 4% del total de la inmigración que llega”, añade. “Lo que asusta es el discurso que se vomita en las redes sociales. Racista, xenófobo, violento. El insulto es puro entretenimiento”, contó a los investigadores una mujer senegalesa de 41 años.
Las mujeres migrantes: acoso sexual y humillaciones en el trabajo
Entre las mujeres entrevistadas existe un consenso: “Ser mujer conlleva una especial vulnerabilidad”. Esta investigación evidencia que las mujeres migrantes sufren en el ámbito laboral humillaciones, vejaciones y acoso sexual. En especial en los trabajos de cuidados y en la hostelería.
El racismo hacia las mujeres africanas también se palpa en la calle: “Me insultaron en el tranvía, un señor mayor me llamó negra de mierda. Lo que me dolió no fue lo que me dijo, sino el silencio y la incomodidad de la gente. Nadie dijo nada”, recuerda una mujer de Nigeria de 45 años.
El 66,7% de las personas encuestadas se siente “identificado enseguida” como inmigrante por parte de la población autóctona. En el caso de las personas africanas, un 59,9% siente que “siempre” son identificadas de esta manera. Las mujeres musulmanas en este caso destacan el velo como un marcador que conlleva la identificación de una persona como inmigrante, aunque no lo sea. Las personas latinoamericanas consideran el acento como el principal indicador.
Explotación laboral
Más de la mitad de las personas extranjeras encuestadas considera que ha tenido peores condiciones laborales que las personas autóctonas: trabajar sin contrato, cobrar menos, trabajar más horas o ser obligadas a realizar tareas que no les corresponden. Por continentes, el colectivo que más se ha visto en esta situación es el africano (61,1%), seguido por el americano (52,6%) y el asiático (51,4%). También son las personas africanas las que se han topado con más dificultades para encontrar empleo o pasar una entrevista.
Las personas en situación administrativa irregular son las que tienen más papeletas para sufrir explotación laboral y para chocarse con más obstáculos para acceder a una vivienda, a los servicios educativos y sanitarios. “Si no tienes papeles es más probable que te exploten en el trabajo porque dependes totalmente de tu jefe. Si decide echarte [...] a lo mejor no puedes reagrupar tu familia o a lo mejor te expulsan solo por no tener trabajo. El jefe lo sabe y lo aprovecha. Siempre tienes que demostrar que eres el que trabaja más. Sin quejarte”, apunta un hombre senegalés de 51 años.
Violencia institucional
La llegada de más de 23.000 personas por la ruta canaria, así como su bloqueo en las islas durante meses, convirtió la discriminación institucional “en una práctica común”. La separación de familias a su llegada a puerto, las condiciones insalubres de los CATE (Centros de Atención Temporal de Extranjeros) y del puerto de Arguineguín, la privación de libertad o la falta de asistencia jurídica e intérpretes son algunas de las formas en las que se ha materializado esta violencia, según los entrevistados del estudio.
Un hombre de Guinea de 18 años contó a los investigadores cómo perdió en 2020 hasta dos viajes a Madrid porque la Policía no le dejaba viajar. “Dice que tengo un pasaporte falso y hasta me retuvieron. Mi pasaporte es correcto. Ellos se han equivocado poniendo que soy de Senegal en el documento español. No los entiendo cuando me hablan. No quieren que esté aquí. Lo que quieren es que desaparezca”, recordó el joven.
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