250.000 feligreses asistieron a la bajada de la Virgen del Pino
Cerca de 250.000 personas han seguido en Las Palmas de Gran Canaria la bajada de la Virgen del Pino desde Teror a la catedral, en una procesión que ha desbordado todas las previsiones, según los datos que manejan el Cuerpo Nacional de Policía y la Policía Local de la ciudad.
La comitiva que acompaña a la Patrona de la Diócesis de Canarias partió a las 06.40 horas de Teror, a unos 25 kilómetros de la capital, y ha llegado a ante la catedral, en la plaza de Santa Ana, a las 18.30 horas, tras casi doce horas de procesión a pie.
Las autoridades esperaban que esta manifestación de fe y cariño a la Virgen del Pino reuniera a entre 150.000 y 200.000 personas en su fase final -la que cruza la capital grancanaria-, en un cálculo que se basaba en lo ocurrido en anteriores ediciones de la bajada (durante el siglo XX se hicieron cinco, la última en 2000).
Sin embargo, sus cálculos se ha visto rebasados con creces desde la partida de la comitiva, a la que se sumaron tantas personas, que su discurrir por la carretera de Teror a Tamaraceite fue más lenta de lo que se preveía.
No obstante, en el trayecto urbano, que cruza varios de los barrios más populosos de Las Palmas de Gran Canaria, la procesión ha recuperado algo de tiempo a pesar de la muchedumbre que la acompaña.
A su llegada, la imagen de la Virgen ha sido recibida por las principales autoridades de la Isla, siguiendo la tradición de estas bajadas, la primera de las cuales se remonta a 1607.
Con la de este sábado, son ya 51 las veces en las que los fieles han bajado esta imagen desde su basílica a la catedral de Gran Canaria, casi siempre para rogar por el fin de una sequía, una epidemia, una guerra o una catástrofe natural, pero también para “implorar el acierto del Gobierno” (1808) o para festejar grandes momentos de la Iglesia, como final del Concilio Vaticano II (1965).
En esta ocasión, la bajada se organizó para celebrar el centenario de la proclamación de la Virgen del Pino como patrona de la Diócesis, una justificación a la que el obispo Francisco Cases ha querido en esta ocasión sumar un propósito social: potenciar la acción de Cáritas con las miles de personas que sufren la crisis.