''Nos hacían beber la propia orina''
La denuncia de dos menores y dos adultos por supuestos abusos sexuales en la Casa Cuna de Santa Cruz de Tenerife a manos de un cuidador del centro, Julio Carrillo, ha dado paso a sucesivas denuncias por malos tratos físicos y psíquicos de otras personas que estuvieron internos en ese centro para niños en desamparo desde finales de los años 50 hasta comienzos de los 90.
Al menos once personas han dado a conocer los horrores que vivieron en la Casa Cuna desde que entraron allí, la mayoría como bebés, hasta que fueron dados en adopción o lograron salir del centro. Los testimonios, de hombres y mujeres, a los que ha tenido acceso CANARIAS AHORA, coinciden en que las palizas eran constantes, los castigos sin motivo aparente, también, y las vejaciones se repetían casi a diario.
Obligados a tragarse sus vómitos, a llevar las bragas o los calzoncillos en la cabeza cuando se orinaban de noche, a ducharse con agua fría a horas intempestivas de la madrugada, los denunciantes también coinciden en que quieren dar a conocer la pesadilla que sufrieron para que situaciones similares no vuelvan a repetirse. De todo ello culpan al Cabildo de Tenerife, tutor de los menores desamparados, por dejación en la vigilancia de quienes eran responsables de su guarda y custodia, la mayoría curas y monjas que ya han fallecido.
“Me cogían los calzoncillos y me los ponían de sombrero con las heces”
“Nos pegaban palizas con perchas, nos tiraban de los pelos, de rodillas en el suelo? Tendría unos siete-diez años. Nos pegaban las monjas y las empleadas. Me encerraron una vez hasta dos días en un cuarto y si las monjas no se acordaban no me traían de comer. Era como una cárcel. Me ponían las bragas en la cabeza para que se rieran de una. Estábamos tres días con la misma ropa. No recuerdo que ninguna monja fuera buena”, afirma una de las exinternas de la Casa Cuna en su denuncia.
“Cuando me orinaba en la cama las monjas me colocaban las bragas orinadas en la cabeza y me dejaban con ellas un par de horas para que me vieran todas las compañeras; me mandaban a limpiar una y otra vez sobre lo ya limpio”, sostiene otra denunciante.
“Recuerdo muchas vejaciones con las monjas y los educadores: te hacían beberte tu propia orina como castigo porque te orinabas en la cama. Los calzoncillos te los ponían de sombrero porque se te manchaban y te sacaban delante de toda la gente para que se rieran de ti.Recuerdo muchas palizas, arrestos, sótanos. Una vez me pusieron una plancha caliente en la mano derecho provocándome quemaduras en la palma de la mano pues me salieron unas bolsas enormes debido a las quemaduras”, afirma Luis, un hombre que fue abandonado en la Casa Cuna a los pocos días de nacer, en enero de 1960.
“Me llegaron a meter en un congelador de carne vacuna con la edad de siete años, me tuvieron media hora aprox. suplicando que por favor me sacaran”, especifica otro hombre en su denuncia. Todos los testimonios revelan malos tratos similares.
Dos víctimas especifican que los calzoncillos en la cabeza no solo eran un castigo por orinarse en la cama, sino que ocurría lo mismo cuando los esfínteres les fallaban: “A la edad de ocho años me orinaba y me cagaba, me cogían los calzoncillos y me los ponían de sombrero con las heces y todo, bajándome las heces por la cara haciéndome comer mis propios excrementos”, recalca un ex interno que nunca pudo rehacer su vida y en la actualidad es un sin techo.
Adopciones sin control
“En el año 62 me adoptan y me llevan a Alcoy, 8 años, no volví a ver a mi madre. No existe autorización ni firma por parte de mi madre para esta adopción”, revela una mujer que estuvo en el centro desde que tenía pocas semanas de vida hasta que se llevó a cabo esa adopción, de la que al parecer tenía el control una religiosa a la que llamaban sor Juana. Esta mujer, que intentó suicidarse en dos ocasiones, se queja de que no existiera un seguimiento por parte del Cabildo de esas familias adoptivas, “sabiendo incluso que no están preparadas para las adopciones”.
“Yo entré (en la Casa Cuna) desde que nací hasta los cinco seis años aproximadamente. A esta edad me adoptaron: el primer año fue bien, dormía en una cama normal, todo bonito, de rosas pero después, no sé por qué, la mujer se volvió loca: estaba atacada, histérica, insultaba a mi padre adoptivo, me maltrataba a mí tanto físicamente como psicológicamente”, asegura otro de los denunciantes, que se escapó de esa familia con 11 años. “Nadie del Cabildo vino nunca a verme, ni preguntaron por mí ni nada, me dejaron olvidado en aquel infierno”. La Policía Nacional le devolvió a la Casa Cuna. Comenzó, dice, otro calvario: “Recibía malos tratos de los curas, monjas y educadores, palizas tales con palos en la cabeza, me daban con toallas mojadas en la espalda, con los escobillones, con cintos?”
Varios testimonios coinciden en las continuas visitas a la Casa Cuna de militares. “En esa época (década de los 60) entraban militares a llevarse niños de ojos azules que eran 'los privilegiados' en la Casa Cuna, a los que mejor trataban, y yo escapé porque mi tío me sacó de allí y me mandaron a San Ildefonso. Hacían una fiesta para los militares, nos vestían bien, nos miraban a todos y después bailábamos para ellos hasta que elegían alguno”, sostiene una de las presuntas víctimas.
Delitos prescritos
Los once denunciantes piden que se reconozca públicamente el tormento que sufrieron en su infancia. “Quiero denunciar que se haga justicia y que esto no se vuelva a repetir. Aquello era un infierno y espero que con todo esto (las denuncias) solucionen algo y que al menos los menores salgan de allí preparados, que no abusen de ellos de ninguna forma y que se controle mejor estos centros porque hemos salido de allí traumatizados”, sostiene Luis.
Antes de proceder a la denuncia, que aún no ha sido presentada en los juzgados, las once supuestas víctimas fueron sometidas a dos exámenes periciales psicológicos según los cuales, los testimonios son veraces. Sin embargo, todos los casos han prescrito, por lo que su persecución judicial es prácticamente inviable.