Julio Cuenca

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En anteriores artículos publicados en este periódico hemos expuesto una serie de datos y argumentos para intentar localizar la legendaria fortaleza aborigen de Ajodar, donde los canarios infligieron, en una fecha que podemos situar entre el otoño y el invierno de 1482, la mayor derrota que el ejército castellano sufrió a lo largo de toda la guerra de conquista de Gran Canaria. 

Para ello, analizamos en primer lugar los textos históricos antiguos, que interpretamos, para reconstruir un relato legible y creíble de los hechos de armas y los lugares donde acontecieron aquellos dramáticos sucesos, de los momentos epigonales de la guerra de conquista, que tuvieron varios escenarios geográficos, que se entremezclan y confunden, por lo que es necesario analizar esos textos desde la perspectiva de un conocimiento preciso del territorio, donde los cronistas vagamente situaron aquellos sucesos.

Por hacer un rápido repaso a los hechos bélicos que conocemos por las fuentes etnohistóricas, recordamos que Pedro de Vera había tomado la determinación de atacar los últimos focos de resistencia de los canarios, que se habían hecho fuertes en las montañas del centro de Gran Canaria, el interior de la Caldera de Tejeda. Para ello el general Vera movilizó a todo su ejército hacia el centro de la isla en una operación militar sin precedentes. A tal fin, contaba con las últimas tropas de refuerzo, que llegaron con Miguel de Muxica a finales del verano de 1482, entre ellas unos 200 ballesteros de las montañas del País Vasco, que resultaban necesarios para intentar sacar de las “fortalezas enriscadas” a los canarios, en lugares donde no eran operativos ni los caballos ni la artillería. 

Pero más importante que las tropas de refresco y los pertrechos de guerra que habían llegado al Puerto de Las Isletas, para Pedro de Vera lo era la llegada del converso Thenesor Semidan, el otrora Guanarteme regente de Gáldar, que bautizado y convertido con el nombre de Fernando Guanarteme, quien se había entregado -o había sido capturado de forma pactada- por el alcaide de la Torre de Agaete, Alonso de Lugo, siendo trasladado de inmediato a la corte, donde fue anexionado para la causa de la conquista, a cambio de unas tierras en Guayedra e inmunidad para sus parientes próximos. Ahora venía a Gran Canaria con Miguel de Muxica, incorporándose a la ofensiva final con 400 canarios leales. 

Pedro de Vera sabía que la incorporación del Guanarteme converso y sus 400 canarios, formando parte de las huestes castellanas en la vanguardia del ejército, habría de causar una honda impresión en la resistencia y la población, que se había refugiado en las montañas del interior de Gran Canaria. Por eso lo mandó por delante como avanzadilla, con el lengua Juan Mayor, para averiguar dónde estaban los canarios, cómo eran sus fortificaciones, cuántos guerreros tenían y, de paso, intentar convencerles para que se rindieran.

Los hechos de armas en esta fase epigonal de la guerra de conquista se desarrolla, en gran gran parte, en el interior de la remota Caldera de Tejeda, donde los canarios esperaban al amparo de sus inexpugnables fortalezas, al ejército invasor, que trasladan importantes contingentes por mar desde el Fuerte de Agaete, desembarcando en algún puerto natural entre los barrancos de La Aldea y Tazarte. Una vez en tierra, el ejército tuvo necesariamente que dirigirse hacia el Barranco Grande porque era la única vía natural de acceso al interior de La Caldera. Por eso creemos que el desembarco de las tropas y pertrechos de guerra se tuvo que llevar a cabo por el puerto natural de La Aldea, siguiendo luego el curso del barranco hacia el interior de la gran caldera. Es probable que parte del contingente, el llamado Tercio Viejo, viniera por tierra, subiendo por el Valle de Agaete, por el camino de El Hornillo, Artevigua (Barranco Hondo) para acceder por Artenara al interior de la Caldera, con objeto de sitiar primero, junto con las tropas desembarcadas por La Aldea, la Fortaleza inexpugnable del Bentayga.

El cerco a la Fortaleza duró 15 días sin poder tomarla. Allí mueren una decena de pardillos (así eran conocidas las tropas de a pie por el color de su vestimenta) y son heridos otros muchos, durante los intentos de asalto. Tras abandonar el cerco por considerar imposible tomar la fortaleza, dado que los canarios disponían de guerreros, reservas alimenticias y agua suficientes para resistir durante mucho tiempo, el general Pedro de Vera pide refuerzos y, mientras llegan, realiza varias operaciones de rapiña y hostigamiento por los territorios próximos, es probable que incluso hiciera alguna incursión hacia el interior de la Caldera de Tirajana, si hemos de hacer caso al cronista de los Reyes Católicos, Diego de Valera. Una vez recibidos los refuerzos, y al comprobar que los canarios habían abandonado la Fortaleza del Bentayga, dejando hogueras encendidas para que pensaran que todavía seguían allí, decide poner sitio a la otra gran fortaleza de la Caldera, Ajodar, la más enriscada de todas, donde sabía que estaba parte de la población refugiada junto a los los líderes de la resistencia, Tazarte y Bentejuí, y los guerreros de élite que custodiaban a la Heredera de la Tierra” Arminda, hija de Guanche Semidán, el “Guanarteme Bueno”.

Por qué decimos que La Mesa del Junquillo puede ser la Fortaleza de Ajodar

Son ciertamente escasas y confusas las noticias que se dan en las antiguas crónicas sobre dónde estaba ubicada esta gran fortaleza, la más inexpugnable de todas las que tenían los canarios. Los cronistas aportan datos que se prestan a la confusión, tal vez por un desconocimiento geográfico de quienes relatan aquellos hechos de armas, sobre un territorio del que nada sabían, situado en la otra parte de la isla, en la “Trasierra”, como ellos mismos dicen, al referirse a la parte de la isla que está detrás de la “Cumbre”, la cadena de montañas que separan Gran Canaria en dos vertientes, en dos territorios muy distintos entre sí.

Las primeras descripciones científicas de este ignoto territorio fueron obra del médico Victor Grau Bassas, primer conservador del El Museo Canario (1879), quien se adentra en la “Trasierra”, para evitar problemas con la Justicia, y durante varios años lleva a cabo la exploración de estos espacios nada conocidos en busca de restos arqueológicos de la cultura de los antiguos canarios, pero también recoge información sobre los usos y costumbres de las poblaciones aisladas que encontraba en sus incursiones, describiendo y dibujando lo que observaba en los cuadernos de campo que tituló Viajes de Exploración a diversos sitios y localidades de Gran Canaria, una obra valiosa, donde se describen por primera vez los sitios arqueológicos y poblaciones de la Caldera de Tirajana, Barranco de Fataga, Caldera de Tejeda, Barranco de Mogán, La Aldea y Tirma. Sus dibujos son las primeras imágenes que se conocen sobre aquellos paisajes remotos de la Trasierra.

Pero hasta entonces, más de cuatro siglos después de conquistada la isla, poco se sabía de esos territorios aislados del centro, sur-suroeste y oeste de Gran Canaria. Por eso, una de las claves para intentar localizar la fortaleza perdida de Ajodar estaba necesariamente en una correcta interpretación de las crónicas sobre la base de un conocimiento preciso del territorio que mencionan las referidas fuentes. Y este análisis interpretativo nos ha llevado necesariamente hacia una única localización, que no es otra que la Mesa del Junquillo, en el límite Oeste de la Caldera de Tejeda. Esta imponente fortaleza natural, encajada entre los barrancos de Tejeda y Siberio, constituía el cerrojo de acceso hacia el interior de la gran caldera, y es allí donde los canarios acondicionan los espacios para fortificarse, construyendo algunos graneros, y sobre todo fortificando los pasos y el único acceso a la cima, donde podría refugiarse la población, de forma temporal.

Los diferentes relatos de los cronista refieren que Ajodar estaba situada a dos leguas del puerto de Tazartico: “El gobernador determinó, con acuerdo de don Fernando y de todo su campo, que se acometiese a aquella fuerza de Axodar por la otra banda de la sierra que cae hacia el mar. Y así se hizo, que pasando la gente a un puerto que está a dos leguas de la fuerza de Ajodar por un camino áspero, llegaron al pié de la fuerza” (Abreu Galindo, J. Cap. XXIV).

Entonces tendríamos ya un dato importante, una distancia aproximada de 8.380 metros entre el puerto donde desembarcan, que planteamos como hipótesis, pudo haber sido el actual Puerto de La Aldea, y si trazamos una línea recta desde ese puerto por el Barranco Grande aguas arriba, que es por donde avanzó vadeando el ejército castellano, encontramos que a unos 11 Kilómetros, es decir con una diferencia de 3 kilómetros escasos, con respecto a la medida también aproximada de dos leguas castellanas que dice Abreu, se encuentra La Mesa del Junquillo. Una montaña escarpada, de 854 metros de altura, cuya cima tiene forma trapezoidal, de 1.300 metros de longitud por 600 metros en su parte más ancha. Con paredes verticales que sobrepasan los 90 metros por todas sus vertientes, que hacen inaccesible el acceso a la cima, salvo por un paso situado en la vertiente SE de la montaña. Además, al pie de las escarpadas paredes basálticas, discurre un estrecho sendero aborigen que circunda la montaña. Dato este que coincide con el relato de los cronistas, como también que en la cima haya una fuente de agua permanente que está en el interior de una gran cueva natural.

“Se mejoraron de sitio en otra fortaleza llamada Arjoda, es más angosta que la primera tendrá de ancho un tiro de arcabuz , los riscos muy pendientes y empinados, la subida dificultosa y sola una veredilla por andenes, en lo alto tenian una fuente bastante para cien personas que alli habria cada día, y aquí tenían a su señora la reina…” (Marin y Cubas).

La Investigación Arqueológica

Para determinar si la Mesa del Junquillo es la legendaria Fortaleza aborigen de Ajodar hace falta, además de un estudio y análisis crítico de las fuentes etnohistóricas, también poner en marcha un proyecto de investigación arqueológica, para primero conocer todos los detalles físicos y topográficos de la referida montaña, como transitarla, vías de acceso a la cima, nacientes de agua, huellas de la actividad humana, como senderos artificiales que discurren entre andenes para subir y bajar esta difícil montaña. Además era importante la búsqueda de pruebas sobre vestigios de ocupación, como lugares de habitación y enterramiento, otras construcciones tales como los graneros fortificados, pruebas en definitiva de la ocupación aborigen de aquella enriscada fortaleza. Pero también se buscan evidencias de aquellos acontecimientos bélicos, restos materiales, vestigios de los sistemas de defensa como las empalizadas de los canarios. Aunque sin duda una de las pruebas que resultará definitiva, será encontrar el lugar donde se enterraron entre 200 y 300 ballesteros que fueron muertos en aquella batalla.

Han transcurrido más de 500 años de aquellos acontecimientos, solo quedan las vagas referencias de los cronistas, y por eso ahora recurrimos a la ciencia arqueológica para que acuda en auxilio de la historia. La arqueología de los conflictos armados, y su materialización más evidente, como son las confrontaciones armadas o batallas, es de muy reciente implantación en España. Así como en países anglosajones es una tradición ya consolidada desde hace décadas, en nuestro país no cuenta con esa tradición científica. Tal vez una de las investigaciones arqueológicas más recientes e importantes a la vez que mediáticas, lo ha sido la excavación del Castillo de Alarcos, una fortaleza medieval inacabada, que estaba siendo construida por el Rey Alfonso VIII cuando se produjo la batalla de Alarcos, entre las tropas almohades de Al-Manzur y el ejército de Alfonso VIII, con nefastas consecuencias para el ejército cristiano, que fue diezmado y la fortaleza tomada, lo que provocó el retraso de la reconquista por espacio de más de 60 años. Aquella histórica batalla aconteció en el mes de julio del año 1195, la caballería pesada cristiana fue masacrada así como gran parte de la infantería. Los despojos de aquella refriega, incluidos los caballos, con sus arneses de guerra y armamento roto, fueron enterrados en las fosas del Castillo de Alarcos, entonces en construcción. Las excavaciones arqueológicas, dirigidas por el departamento de Historia Medieval, de la Facultad de Historia de la Universidad de Castilla-La Mancha, han dado con parte de los restos de esa batalla al excavar los fosos de la fortaleza, encontrado los restos humanos y un importante arsenal de armas medievales. Queda por excavar el campo de batalla que se extiende al pie de la Fortaleza de Alarcos.

En Canarias los primeros y casi únicos trabajos de arqueología de conflictos armados los hemos realizado nosotros, con las intervenciones en el interior de las fortalezas de Las Isletas, Baluarte de Mata, Muralla de San Francisco, Punta de Diamante y Trincheras de Santa Catalina, donde encontramos evidencia de los conflictos armados de los siglos XV y XVI, cuando estas fortificaciones fueron atacadas para tomar el Puerto y la ciudad de Las Palmas.

 La investigación arqueológica en la Mesa del Junquillo se había organizado por fases, primeramente, además del análisis de la documentación escrita de las fuentes etnohistóricas, se consideraba necesario llevar a cabo prospecciones arqueológicas de superficie, lo que implicaba necesariamente recorrer la montaña por todas sus vertientes y la cima. Para ello se establecieron varios sectores por vertientes que, a su vez, fueron también subdivididos en sectores más pequeños por cotas. Además, el tercio superior de la montaña, que constituye la auténtica fortaleza, se sectorizó igualmente por vertientes, siendo la cima que tiene forma de meseta otro sector específico.

La primera fase del proyecto se llevó a cabo entre 2017-2019 por encargo de la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico del Cabildo de Gran Canaria, pero los trabajos quedaron interrumpidos ante la imposibilidad de continuar por los exiguos recursos económicos asignados a este importante proyecto.

Anteriormente, a principio de los años 90 del siglo XX, ya habíamos realizado trabajos de prospección en la Mesa del Junquillo, cuando elaboramos la primera Carta Arqueológica de La Caldera de Tejeda en el marco de un proyecto de investigación, para la elaboración de la primera carta arqueológica de Tejeda, por encargo del Gobierno de Canarias. En aquellas primeras prospecciones realizamos importantes hallazgos arqueológicos, como Umbría de Tagaste, un lugar de difícil acceso, llamado por los vecinos del Carrizal de Tejeda, como Andén de Las Brujas, donde encontramos una serie de cuevas excavadas por los canarios que podrían un graneros, de tipología diferente a los conocidos, y una cueva de planta cruciforme con restos de pintura roja en sus paredes interiores.

También se exploraría parte de la meseta que constituye la cima de la montaña-fortaleza, y el andén, por donde discurre el único sendero que rodea la montaña y por donde se encuentra el único acceso a la cima, en la cara sureste de la fortaleza natural, datos que coinciden con la descripción de los cronistas, lo que ya entonces nos hizo plantearnos la posibilidad de que aquella escarpada montaña fuera la legendaria fortaleza aborigen de Ajodar.

Para abordar, con los escasos medios disponibles entonces, esta investigación de campo, primero procedimos a localizar a quiénes habían vivido en esa “montaña enriscada”, sobre todo pastores, algunos de los cuales incluso habían nacido allí en La Casa de Los Junquillos, habitada por familias que se dedicaban al pastoreo y a la explotación del llamado Cortijo de Los Junquillos.

Fueron los antiguos pastores que conocían esta montaña y los barrancos próximos quienes nos aportaron información muy valiosa sobre la toponímia de la montaña, los nacientes de agua, ocultos en los andenes, de los pasos peligrosos por los que se podía pasar de un andén a otro, sobre cuevas donde habían visto restos humanos y trozos de tejidos de junco, loza rota, cuevas con palos atravesados… Nos hablaron de lo que sus padres les habían contado, que en la mesa, donde se sembraba cebada y comida para los animales, había piedras redondas grandes de barranco, que estaban puestas en las orillas, que no se explicaban quién las había podido llevar allí y para qué.

También contaban que cuando hacía mucho viento, de noche, se oía como el ruido de cencerras sonando, que provenía de unas cuevas situadas en el extremo norte del Junquillo, donde llaman la Mesa de La Punta. Pero que en los años 30 del siglo XX unos escaladores alemanes subieron con cuerdas a este conjunto de cuevas y, desde entonces, habían dejado de sonar.

Estos datos de nuestros informantes pastores sirvieron para confirmar lo que pensábamos, que el lugar había sido ocupado por los antiguos canarios. Ahora había que buscar pruebas arqueológicas sobre los hechos de armas de la batalla de Ajodar.

Pero ¿dónde podrían estar enterrados los restos de Miguel de Muxica y los centenares de ballesteros y peones vizcaínos que murieron en Ajodar?

Tras el descalabro de Ajodar, Pedro de Vera emprende la huída con las tropas que le habían quedado, replegándose hacia la costa, llevando también a los heridos, con mucha dificultad, barranco abajo hacia su desembocadura, en la actual playa de La Aldea, donde les esperaban las embarcaciones que le llevarían al Fuerte de Agaete. No había tiempo ni capacidad para llevarse o enterrar a los muertos y mucho menos para trasladarlos. Lo importante era salvar sus vidas. Si el Guanarteme converso hubiera querido, allí habría sucumbido todo el ejercicio cristiano, pero no fue así, ya que se interpuso entre los guerreros canarios y los restos del ejército castellano permitiendo que se replegaran hacia la costa y embarcar precipitadamente hacia Agaete.

“.. y los maltratados de los riscos se retrugeron con mucho trabajo a el pueblo de Galdar a los curar, y alojáronlos en unas casas grandes que al canto del lugar estaban , a la parte donde el sol se pone ….” (Crónica Lacunense).

Pedro de Vera antes de replegarse con los restos del ejercito, tras el descalabro de Ajodar, le pidió a Fernando Guanarteme que le protegiese de las furia de los canarios, cubriéndole la retaguardia para poder huir barranco abajo hacia la playa, por lo que encargo a Fernando Guanarteme que enterrase a la los muertos, en algún lugar de Ajodar.

No hubo exequias por los muertos, a no ser que lo hiciera el propio Guanarteme, lo cual hubiera sido algo extraordinario. En Gáldar sí que se celebraron dichas exequias por los maltratados de Ajodar, de los que quedaron en la fortaleza aborigen y de los otros heridos, que fueron trasladados y murieron en Gáldar, al no superar las heridas sufridas. Estos últimos fueron enterrados en una casa canaria, de gran tamaño, que se utilizó como iglesia cristiana improvisada. Allí se depositaron sus cuerpos, pero de los que quedaron en Ajodar para evitar la “mala muerte”, se enterraron sus réplicas, en madera o barro, en aquella iglesia cristiana improvisada : “Y en otra casa cerca decían misa y la intitularon de la advocación del señor Santiago, donde fueron enterrados y depositado copia de aquellos maltratados”. (Crónica Lacunense).

La decisión de cómo y dónde enterrar los cuerpos destrozados de los ballesteros y peones caídos en la trampa de los canarios quedaba en manos del Guanarteme converso. Poniéndonos en situación, con una tensión más que evidente entre los dos contingentes de canarios que estaban enfrentados, y que podrían entran en confrontación en cualquier momento, Fernando Guanarteme optaría de inmediato por recoger los cuerpos de los ballesteros, que se encontraban desperdigados por las laderas y barranqueras de la vertiente de la montaña donde se produjo el desastre. Pero antes buscaría el sitio adecuado para enterrarlos.

Inicialmente pensamos que podría ser en alguna cueva natural de las que abundan en la montaña, pero son pequeñas, apenas cejos o solapones, en alguno de las cuales hemos encontrado evidencia de inhumaciones, por los restos de tejidos de junco que sobresalen en superficie, pero esas cuevas, donde practicaban los enterramientos los canarios, están situadas en andenes inaccesibles, y en cualquier caso no cabrían más de dos o tres cuerpos, y no creemos que los canarios que venían con Fernando Guanarteme se dedicaran al acondicionamiento de esas cavidades para enterrar en cada una de ellas unos cuantos cuerpos. Nos inclinamos por pensar, que optarían por buscar un terreno más o menos llano con tierra suficiente, próximo a lugar de la batalla, donde cavar una gran fosa para depositar amontonados los cadáveres, que luego cubrirían con tierra y sobre el lugar levantarían un túmulo de piedras, como señal de respeto e indicación de que allí estaba enterrados los castellanos que murieron en el asalto a la Fortaleza de Ajodar.

En los trabajos de prospección arqueológica realizados hasta el momento hemos encontrado algunos de estos túmulos de piedra, pero habrá que llevar a cabo sondeos arqueológicos en los mismos para determinar si contienen fosas con enterramientos.

El relieve, común denominador entre la geología y la guerra

Pero ¿cómo encontrar un lugar de enterramiento colectivo en aquella montaña inmensa? Lo primero sería intentar localizar el escenario de la matanza, donde la tropa de Miguel de Muxica cayó en la trampa que le tendieron los canarios. Las crónicas repiten que el ejército castellano, una vez al pie de la montaña-fortaleza, se dividió en dos cuerpos, uno al mando de Miguel de Muxica, formado íntegramente por ballesteros, que iban en la vanguardia para “defenderles la vista de los que iban subiendo”. La otra parte del ejército, formado por el Tercio Viejo, se situó donde había un sendero por donde pensaban podrían huir los canarios. Al parecer, Miguel de Muxica, no acató las órdenes del general Vera, quien le ordenó “no acometiese hasta que fuese avisado, porque fuese el acometimiento por entre ambas partes a un tiempo”. Pero Miguel de Muxica cayó en la trampa de los canarios y subió por el empinado sendero que asciende a la fortaleza por la vertiente Oeste, siguiendo el Camino Viejo desde el Barranco Grande, en persecución de los canarios, que hacían como si estuvieran huyendo, cuando en realidad los llevaban a un lugar sin retorno.

El desastre se produjo, según las crónicas, en el Segundo Andén de la montaña, cuando ya no podían huir ni ser socorridos por la otra parte del ejército: “El capitán Miguel de Moxica y sus vizcaínos, viéndose al pie de la fuerza, no guardando la orden que se le dio… juzgando a cobardía y temor la orden que el gobernador le había dado, comenzó a subir la cuesta, hasta llegar al segundo andén, sin que los canarios se lo impidiesen, estándose quedos, hasta que vieron no podían ser socorridos. Y, dando una gran grita de tropel y gran prisa, arrojando muchas piedras y riscos y galgas, se dejaron venir sobre los cristianos de tal manera, que no les valía el huir, porque se habían de desrriscar por unos despeñaderos, ni tenían con que ampararse de las piedras, que eran muchas y grandes. Aquí murió Miguel de Muxica y la mayor parte de los vizcaínos, y otros que se les habían juntado. (Abreu Galindo).

Resulta evidente que los oficiales del ejército castellano, no conocían en absoluto el territorio que pisaban ni mucho menos la montaña-fortaleza de Ajodar. Miguel de Muxica y sus hombres cayeron en la trampa que le tendieron los guerreros canarios porque se adentraron, sin conocimiento, en un espacio extraño para ellos, y lo pagaron con sus propias vidas. Tras el desastre, algunos oficiales achacaron a Fernando Guanarteme que no les advirtiera de lo que podría suceder: “Algunos castellanos censuraron la tibieza de Guadartheme, pues también los españoles podían tener experiencia de que los canarios siempre desde los riscos tenían armada empalizada y trampas de arrojar piedras, que no era menester que Guadartheme aunque lo sabia, y había usado siempre contra nosotros ahora lo quisiese o no decir lo que tenían tramado a la subida del risco..” (Marín y Cubas) .

Pero ¿cómo localizar el escenario de la batalla? Las tropas castellanas querían asaltar la fortaleza, aunque cuando se ven al pie de la inmensa montaña, y el gran número de guerreros canarios que la defendían, el propio Pedro de Vera reconoce que no es posible tomarla con tan poca gente (tenían más de 1.500 hombres), pero aún así, deciden intentarlo. Para llegar adonde estaban refugiados los canarios, la cima de la fortaleza, solamente se podía hacer siguiendo un estrecho sendero situado en la cara sur de la montaña, donde se encuentra el único paso para subir a la fortaleza. Ese sendero, además de conducir a una determinada cota, es el que circunda toda la fortaleza, al pie de las paredes escarpadas del último tercio de la montaña.

Para alcanzar ese sendero que rodea la montaña, viniendo desde La Aldea, solo puede hacerse por el llamado Camino Viejo, que parte desde el Barranco Grande, en su confluencia con el barranco de Taguy, luego llamado de Siberio, desde donde parten varios senderos, que van hacia los barrancos de Vigaroe, Taguy y el que asciende por la vertiente Sur de la montaña, por donde se puede alcanzar la cima.

Si lo que buscaba el ejército castellano era forzar ese único paso de acceso a la cima, necesariamente tuvieron que atacar por la cara Sur. Y sería por esa vertiente por donde comenzaron a subir los ballesteros de Muxica, siguiendo la empinada cuesta, creyendo que empujaban a los guerreros canarios hacia la cima. La otra parte del ejército se habría posicionado probablemente en lo que se conoce hoy como la Degollada Cortes o Degollada Chica, Cuartel, con la intención de impedir la huida de los canarios y también con la intención de forzar el paso desde dos frentes.

Ahora se pone en marcha un nuevo proyecto de investigación esta vez financiado por la Dirección General de Patrimonio Cultural del Gobierno de Canarias. El objetivo se centra, en esta campaña, en la documentación de antiguos senderos y sitios arqueológicos.

Ayudados por nuevas tecnologías como el uso de drones, abordamos los trabajos de prospección superficial con mucha mayor eficacia, al obtener imágenes de gran resolución de sitios a los que no podíamos llegar fácilmente, imágenes aéreas de laderas y acantilados, lo que nos ahorra tiempo y esfuerzos, que nos permite escudriñar aquella montaña como antes no lo habíamos podido hacer. Por eso creemos que pronto tendremos una gran superficie prospectada, y con ello también nuevos resultados. De momento, tenemos localizadas áreas de enterramientos en cuevas y otras con estructuras de superficie, acumulaciones de piedras que forman túmulos que podrían contener los restos que buscamos. Aquí la excavación arqueológica será la única forma de saber si estamos en presencia de los enterramientos de los ballesteros vizcaínos a los que Fernando Guanarteme dio sepultura cumpliendo las órdenes que Pedro de Vera le dio antes de huir de aquella maldita fortaleza, a la que nunca más volvió.

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