Del retrato de Stalin a 'El lobo estepario' (I)
''Una vez me hablaron de la Inquisición, de las torturas a los que no eran ortodoxos. Mi cura, Francisco Caballero, me dijo que eso era un invento de los comunistas, los protestantes y los masones. Me lo creí hasta que miré la Espasa-Calpe. A partir de ahí, no me creo nada“.
Emilio Díaz Miranda nació en la inmediata postguerra en el seno de una familia con un fuerte arraigo católico, “gente de orden”. Todos, matiza, menos su bisabuelo, del que supo no hace mucho que fue jefe de la Masonería de Canarias y que regentaba una imprenta de tipo moderno, pionera en Canarias. Su padre, apoderado del Banco Hispano Americano, había sido trasladado a Huelva, ciudad que vio nacer a Emilio.
Su juventud en Las Palmas de Gran Canaria estuvo vinculada a la natación. El Club Las Alcaravaneras era fiel reflejo de las dos Españas. Antonio Guerra, uno de sus entrenadores, pertenecía a la Falange. Arturo Cantero, el otro, era hijo de un catedrático republicano “que había sido el número uno en las oposiciones en griego y latín. Una eminencia”. La formación católica de Emilio chocó con las ideas de Cantero, que provenía de una familia “de represaliados, antifranquista y anticlerical”. Poco a poco se fue alejando de la ortodoxia católica y de un entorno reaccionario.
Una habitación oscura, presidida por un enorme retrato de Stalin, fue testigo del bautizo de Emilio como miembro del Partido Comunista. Corría el año 1956, una época de “gran represión y provincianismo pacato”, y contaba tan sólo 16 primaveras. Helios, “un amigo de la piscina”, le presentó a Polo, “el mecánico que vivía en la zona de Aguadulce”, su primer contacto en el partido. Ingresó “siendo un chiquillo” y en ese ambiente aprendió a redactar.
Diez años después, lo detuvieron por primera vez. El partido había organizado una acción de protesta por la detención y el despido de Juan Quesada, líder sindical de las conserveras y, posteriormente, de CCOO. Ocurrió en la calle Primero de Mayo, entonces denominada General Franco. “El delegado del Sindicato Vertical intentó escapar por la puerta trasera, pero nos dimos cuenta y formamos una barrera humana para evitar su salida. Cuando arrancó el coche me arrastró, me podía haber matado”. Dos policías de paisano le retuvieron hasta la llegada de la Policía Armada, los grises, que lo trasladaron a comisaría. “Me pusieron azul, pero no de la Falange, sino de los golpes que me dieron”, recuerda.
Emilio permaneció tres meses en la prisión de Barranco Seco, donde el director le envió al hospitalillo para “lavarse las manos” tras la paliza que le habían propinado. El joven comunista se había negado a firmar la declaración de los policías, que aseguraban haber sido golpeados en la protesta. Un juez “más liberal” sentenció que no había causa contra Emilio y le concedió la libertad.
Tras perder su empleo en el Banco Hispano Americano como consecuencia de su encarcelación, Emilio encontró cobijo y sustento en la familia, mientras buscaba salidas en la representación de libros para editoriales de corte progresista. También publicaba regularmente y bajo un pseudónimo artículos en la prensa legal (La Provincia y, en ocasiones, El Eco de Canarias). “Teníamos que mandar mensajes subliminales, había que saber leer entre líneas”.
De esta época, rememora la anécdota que costó el primer Consejo de Guerra a un joven Salvador Sagaseta, con quien también coincidió en Barranco Seco. Emilio, Salvador y Alfredo Herrera eran los encargados de elaborar para el periódico una página destinada a la juventud. Aquel día, la impuntualidad de Sagaseta se prolongó durante horas, por lo que sus dos colaboradores decidieron abandonar y dejar toda la responsabilidad en sus manos, “con tal mala suerte que, para cubrir el espacio que nosotros no habíamos llenado, Salvador alargó la foto de un cantante francés con unas melenas enormes, de manera que su guitarra apuntaba a unos versos de Pedro Lezcano sobre Marte, el dios de la guerra”. Considerado como una ofensa hacia el poder militar, el Capitán General le condenó a una pena aún mayor que la que solicitaba el fiscal.
Una del oeste en Primero de Mayo
Emilio Díaz volvió a pisar la prisión de Barranco Seco poco después, aunque su segundo cautiverio se limitó a una semana. Había sido apresado en una manifestación de Primero de Mayo en La Isleta, a pesar de que tenía preparada una coartada con un compañero de partido. No contó con la presencia de un infiltrado, José Díaz. “Según íbamos llegando, nos iban cogiendo. Había acordado con mi amigo que nos excusaríamos diciendo que íbamos al cine. A él lo cogieron con la entrada en la mano, era una película del oeste. De todas maneras, nos metieron en la cárcel”.
En Barranco Seco coincidiría con Tony Gallardo, dirigente del Partido Comunista en Canarias hasta su encarcelación por los sucesos de Sardina del Norte en septiembre de 1968, un conocido hito en la lucha antifranquista. Emilio aprovechó sus dotes como nadador y su naturaleza escurridiza (“un gran atleta” según los que le conocen) para escapar de la Guardia Civil en un acontecimiento que desmanteló la dirección del partido.
Los comunistas canarios se trasladaron hasta la localidad galdense para luchar por los derechos de aparceros y obreros de la construcción que habían sido “víctimas de una estafa” y que habían permanecido seis meses sin cobrar. Cuando los manifestantes llegaron, “entre 60 y 100”, la Guardia Civil ya aguardaba en el lugar. A Emilio le flanqueaban un gallego-asturiano a su izquierda y un canario a la derecha. Ambos fueron heridos de bala cuando bloquearon el paso a un comandante.
“Buscaba a uno de los Gallardo, Tony o José Luis, pero cuando le bloqueamos, se asustó. Si hubiéramos querido, podríamos haberlo tirado por el risco, pero no íbamos con intenciones violentas. Del miedo, se retiró y ordenó disparar. Los Guardias Civiles no lo hicieron, pero le quitó la pistola al que debía ser Comandante de Puesto y disparó al suelo”. El rebote de las balas hirió en el muslo a sus dos acompañantes, “por suerte, ya que un minuto antes delante de esa pierna estaba la hija de Juan Quesada”, recuerda Emilio, quien se retiró y escapó nadando.
Era 1968. La Revolución de Mayo en Francia y la Primavera de Praga habían hecho estragos en la ideología pro-soviética de Emilio y muchos de sus compañeros. “Hasta ese año, nos creíamos que la URSS era el paraíso terrenal. Nos dimos cuenta de que una parte de la propaganda anticomunista era verdad, la de los campos de concentración de Stalin. Eso no es lo que nosotros queríamos”. Los acontecimientos precipitaron su decisión: Madrid sería su próximo destino.