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“En el momento en el que tú digas ‘yo soy Pedro’, da igual lo que ponga un papel”

El activista LGTBI Marcus Peña.

M.J. Tabar

Arrecife —

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Marcus Peña nació en Arucas hace 20 años. Hoy estudia Mecánica Naval en el Instituto Marítimo Pesquero de Lanzarote y es activista por los derechos de las personas lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales. Su trabajo consiste en acompañar a las personas transexuales en todo su proceso: comunicar a los profesores que tienen un alumno o una alumna transexual, explicárselo a sus compañeros de clase, informar de los derechos que tiene (cambio de DNI, operaciones quirúrgicas, tratamientos hormonales, etcétera).

“Hay miedo a la violencia verbal, a la risa, al insulto. Muchos dicen ‘yo me voy de la Isla y ya hago el cambio en otro sitio’”, cuenta Marcus. Existe una tendencia a aplazar el cambio, a buscar el momento que cause menor impacto en el entorno. El colectivo Lánzate recomienda comunicarlo cuanto antes: “En el momento en el que tú digas ‘yo soy Pedro’, da igual lo que te ponga en el folio, tú eres Pedro y Pedro va al baño de niños y Pedro es un niño; aunque quede una semana de clase”.

En su trabajo como activista ha conocido profesores que recomiendan esperar. “Ese miedo que inculca el colegio lo va a tener el alumno, retardar el proceso es uno de los grandes problemas”, señala Marcus, que también ha atendido a madres que se quejaban de que el colegio de sus hijos les prohíbe jugar con la Barbie “para que los demás niños no se rían”. Marcus es muy claro cuando habla con un docente sobre un niño trans como lo fue él: “Si me das un libro de Paulo Coelho, no lo sabré leer; si me pones una ecuación, no la sabré hacer, pero si me pones un plato de algo que no me gusta, no me lo voy a comer. Sé lo que me gusta y sabré más o menos si tú me enseñas. Tú tienes el papel más importante”.

Habla por experiencia. “Yo me acuerdo de quién me decía ‘ella’ cuando yo decía ‘él’, y no lo olvidaré nunca”. Consiguió cambiarse el nombre del DNI siendo menor porque demostró que sus profesores le acosaban en el instituto. Los miedos de las personas transexuales les paralizan en todos los ámbitos: en casa, con sus amigos, en el médico, en clase, cuando van a coger un vuelo, cuando quieren entrar a una discoteca… A Lánzate llegan con un “ayúdame, por favor, no quiero que me hagan daño”. En Las Palmas de Gran Canaria, Marcus ha visto un buen cumplimiento de los protocolos en los centros sanitarios. “Aquí, en Lanzarote, he visto más falta de información, gente que conoce el protocolo, pero parece que no lo quiere entender, farmacias que dicen que su farmacéutica no les suministra testosterona, a pesar de que es una ampolla con una fecha de caducidad muy larga y que no hay problema en pedirla”.

En 2018, a la espera de que se apruebe la nueva Ley de Igualdad LGTBI, la transexualidad todavía sigue considerándose un trastorno mental y es fácil escuchar frases como “son cosas de críos”, “a ver cuánto le dura la bobería” o “eso es por tu culpa, por consentirle todo”. El pasado mes de febrero, Lánzate convocó una manifestación para recordar a Ekai, un adolescente guipuzcoano que se suicidó mientras esperaba su tratamiento para el proceso de reasignación de sexo. La idea del suicidio se le pasa por la cabeza a un elevado porcentaje de personas transexuales, que viven un proceso muy doloroso, lleno de obstáculos y de pruebas que les exigen demostrar que no están locos, que son quienes dicen ser.

“Era la gente la que no cuadraba”

“No es que yo me diera cuenta un día de algo, es que yo era yo; era la gente la que no cuadraba”, dice Marcus. Con siete años, jugando, las cosas fluían con naturalidad. Marcus, que todavía no se llamaba Marcus, decía “¡me pido a Zidane!”. Su mejor amigo: “¡Pues yo a Ronaldo!”. Ya está. “Él no me cuestionaba”, recuerda. Pero siempre llegaba alguien que le decía: “No, tú elige a alguien del equipo femenino”.

Todavía conserva los primeros calzoncillos que le regalaron. Eran de su primo. Se los compró en el rastro de Jinámar y no le gustaron. Su abuela no se lo pensó dos veces y se los dio, porque sabía que cogía los de su padre. “Ella no pensaba ni en hombres ni en mujeres sino en no tirar el dinero”, ríe Marcus. “Mi abuela es de la época de Franco y hace dos años estuvo en el orgullo de Las Palmas, feliz, con una banderita caminando por el pasacalles —cuenta—. Al principio le costó mucho decir ‘mi nieto’ pero ahora se lo explica a los demás. Les dice ”¿sabes qué pasa? que mi nieto nació siendo una niña, pero es que él es un hombre, ¡y qué guapo es!“.

Cuando cogía la guagua para ir al cole, aprovechaba para quitarse las coletas que le peinaba su madre y cambiarse de ropa. Un día, en cuarto o quinto de Primaria, explotó: “Mi culpa no es que me hayas traído así al mundo. Yo soy un niño y tú no quieres verme como un niño”, le dijo a su madre antes de irse. A la vuelta de clase hablaron y allí empezó el cambio. “Mamá, yo no te lo decía porque no quiero que te enfades”. Su madre fue clara: “Yo te voy a querer igual”. Le preguntó si le gustaban las niñas y Marcus le dijo la verdad: que no sabía. A los trece años supo que sí.

El nombre lo adoptó en una verbena. Una chica se le acercó y le preguntó cómo se llamaba. Su mejor amigo se le adelantó: “Se llama Marcus”. Él sonrió y asintió. “Era el nombre de un jugador de pressing catch, siempre que jugábamos uno era Rey Misterio, otro era Batista y yo, Marcus”.

Durante un tiempo, en casa fue Marcus y en la calle... “sólo un poquito”. Hasta que un día su madre resolvió: “No, tú eres Marcus aquí y en todos lados”. Desde los ocho y hasta los dieciséis años, buena parte de su familia ni le creyó ni le apoyó. “Al principio les costó un montón”. Hasta que no le escucharon una voz más grave y no le vieron pelo en la cara no lo asumieron.

“Si la gente no me hubiera dicho que los hombres tienen que tener pene, no estaría llorando por tener uno”, dijo Marcus una vez. Queda mucho por aprender, muchos prejuicios que destruir, mucho por educar. La ley canaria de no discriminación por motivos de identidad de género y de reconocimiento de los derechos de las personas transexuales es muy clara: “La identidad de género es la vivencia interna del género, tal como cada persona la siente; una circunstancia personal que puede corresponder o no con el sexo asignado conforme a la simple apreciación visual de los órganos genitales externos presentes en el momento del nacimiento”.

“Aquí la gente se cohíbe”

“En Lanzarote tenemos el mismo índice de transexualidad que en Las Palmas, lo que no tenemos es el mismo índice de visibilidad. Aquí la gente se cohíbe”, dice el activista de Lánzate. “Te señalan, te insultan, te gritan… y te tienes que ir. Quedarse duele”, señala Marcus. Él también tuvo que salir del entorno donde sufrió, en Gran Canaria. Mucha gente empieza de nuevo en otro lugar donde pueden ser ellos mismos.

“Varios chicos de Lanzarote están haciendo su tránsito a través de Las Palmas, pero ¿qué pasa con quien no tiene dinero para estar viajando y hacer papeles?”. La falta de visibilidad de la transexualidad impide la normalización. Hay que depender de la sensibilidad y de la información que tienen funcionarios, médicos y profesores. No se registran denuncias por incumplimiento legal por la misma razón: falta de información.

“En Lanzarote una persona transexual tiene los mismos derechos que en Las Palmas o en Madrid”, recuerda Marcus. También es importante señalar, dice, que no hay edad para el cambio. En el colectivo están asesorando a una persona de cuarenta años. “En el Hospital de Lanzarote todavía no hay un área de Transexualidad como hay en el Negrín, estamos trabajando para que la haya, pero sí hay endocrinos. La Palma tiene hasta un ciclo de grado medio de Identidad de Igualdad, y una gran visibilidad. ¿Por qué Lanzarote no?”.

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