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Falsa M

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Indra Kishinchand López

Lo llamé M porque su nombre tiene esa letra tantas veces que supuse que jamás pensaría que me estaba refiriendo a él. Demasiado obvio, demasiado humano. Lo proclamé con un único signo porque era incapaz de alargar quién era, de pronunciar todos los versos de un daño que estaba anclado más allá de las palabras.

Lo llamé M porque todas las canciones que conocí desde entonces empezaron a sonarme a su nombre y no sabía cómo comprimir bien tanta incertidumbre. Pensé que sería mejor hacer como si aquellas líneas rectas no significaran nada. El problema era que él siempre me preguntaba quién era M; le decía que yo, que me gustaba escribirme para no olvidarme, que a veces me encontraba detrás de tanto insomnio. Todos los días desconfiaba de mi respuesta y me susurraba: “Sé que soy yo, pero prefiero que no me lo confieses nunca”. No lo hice por mí, no por él. Sabía que si se lo revelaba se iría lejos con mi corazón a cuestas y me miraría a kilómetros de distancia como diciendo: “Te avisé”.

El final fue más o menos parecido. Yo me convertí en un cactus encerrado en un tarro de cristal y dejé de respirar tanto amor embotellado. Me di cuenta de que tenía una habitación repleta de huellas de hombres que no eran M y supe que había desperdiciado mis 1.789 días anteriores. Podía admirarlos sin pensar demasiado, pero pasadas las horas me incomodaba una presencia extraña en cuyo nombre no había ninguna letra por la que merecieran quedarse a habitar mis ruinas.

A pesar de todo, recuerdo que el día que empecé a olvidar a M fue un domingo. Definitivamente un martes. Sé que fue así porque estaba en el trabajo y alguien lo nombró con todas sus letras. Fui incapaz de reconocerlo. Me vi desprovista de cualquier competencia para rememorarlo porque había dejado de ser M. Porque ya no hablaba como si lo único que le molestara es que el mes de agosto no pasara más rápido. Me olvidé de M porque nunca entendió que me había encajado en una vida que no me pertenecía. Me olvidé de M por sus dudas y sus ausencias. Porque dejó de gustarme que siempre fuera yo, pero él antes. Me olvidé de M porque hubo una noche en que no me encontré en sus silencios. Me olvidé de M porque era M para otras muchas. Porque ahora todas las canciones hablan de mi presente. Me olvidé de M porque quién no lo haría de alguien que abraza un domingo y abrasa el martes hasta llevarte a los infiernos.

Lo llamé M porque su nombre no tiene esa letra en absoluto y supuse que jamás pensaría que me estaba refiriendo a él. Demasiado obvio, demasiado humano.

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