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No es lo mismo

Camy Domínguez

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La diferencia es notable. O mejor sobresaliente. No es lo mismo levantarse por la mañana a las cinco y media para ir a trabajar a ochenta kilómetros de casa que levantarse a las siete y media para solo trasladarse a nueve kilómetros de casa. No es lo mismo meterse en la cola de la TF-5 cada mañana en dirección a la capital que tardar quince minutos en llegar al trabajo. No es lo mismo cambiarle el aceite al coche dos veces al año que una vez cada dos meses. No es lo mismo gastar ciento veinte euros de combustible a la semana que veinte euros cada dos semanas. No es lo mismo, si vives en Icod, como es mi caso, el cansancio acumulado ni el tiempo invertido para un profesor que regrese de su trabajo en Arafo que para el que viene de Garachico. Ni el desgaste y la energía para continuar toda la tarde corrigiendo, preparando clases y resolviendo asuntos burocráticos varios, no puede de ningún modo ser igual. Y si a ello añadimos que tus grupos de alumnos y los encuentros con sus padres pueden no ser precisamente caminos de rosas, con eso completamos el lote para que tu trabajo sea agradable o una tortura insufrible.

El caso es que temas como el estado psicológico de un docente en función de la distancia recorrida para llegar al trabajo y el estado de las carreteras, entre otros factores, deberían ser dignos de un estudio psicológico que determine su grado de bienestar y satisfacción laboral y por ende también los de sus alumnos.

A veces te preguntas qué criterio usa la Consejería de Educación para nombrar a los interinos y sustitutos en los diferentes puestos de los centros de nuestra Comunidad Autónoma. Como miembro del cuerpo de docentes, cada cierto tiempo tienes un plazo para realizar la petición de centros por orden de preferencia y, si no lo haces, te quedas fuera. Pero luego te designan para sustituir en el centro que ocupa el antepenúltimo lugar de tu lista de casi cien centros, como si al folio se le hubiera desprendido la chincheta de arriba y hubiera dado un giro de ciento ochenta grados. Tiene gracia que te manden siempre a una isla distinta mientras que al compañero de esa isla lo manden al lado de tu casa, por lo que al final se deduce -o deduzco yo- que la lista de preferencias no se atiende en la mayoría de los casos.

Pues sí, después de varios años de hacer cientos y cientos de kilómetros casi sin ninguna compensación, pues mi sueldo y la exigencia en el trabajo son los mismos independientemente de la distancia y el cansancio que ello conlleve, este último nombramiento ha sido prácticamente al lado de mi casa, como un sueño hecho realidad. No será por mucho tiempo, bien es verdad, pero noto la ganancia en mi calidad como docente y trabajadora: estoy más alegre y tengo más energía, descanso más horas y tengo más tiempo para hacer cosas, entre ellas formarme como docente, son menos las preocupaciones, menos los gastos en combustible y en tiempo, tengo más dinero para otras cuestiones que no solo para el coche y atiendo mejor mi casa y mi familia. Todo es ganancia. Esto hace que haga mis funciones con más agrado, con más predisposición, con mayor creatividad y con más ganas. Y seguro que no soy la única que ha pasado por un proceso así, que más de un compañero ha podido comprobar las diferencias.

Por eso me pregunto yo si tanto costaba hacérselo mirar desde el principio, después de tantos años sin disparar chícharo. ¿O fue una simple casualidad? ¿O que ahí arriba alguien escuchó mis plegarias? ¿O alguien dijo “vamos a no ensañarnos más con esta pobre”? Espero que no sea un grano en el desierto y empiecen a hacerse las cosas con alguito más de cordura, no solo para mí, sino para esos compañeros que hoy por la tarde están en Tenerife y mañana a primera hora tienen que presentarse en otra isla donde encima encontrar un piso de alquiler es como hallar una aguja en un pajar pero una aguja de oro de dieciocho mil kilates. Gracias, Diosito. Y, cómo no, gracias, doña Sole.

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