Nicomedes: el último cabrero de los altos de Candelaria
A los 80 años Nicomedes Carballo no presume de nada ni si quiera de ser el último cabrero de los altos de Candelaria, al sureste de Tenerife, que continúa guiando a su rebaño de la forma transmitida por su padre.
Tampoco de la soltura con la que atraviesa los riscos para llevar a pastar a sus cien cabras ni del premio Tenerife Rural que le ha concedido el Cabildo de Tenerife a la conservación del patrimonio agrario y de las tradiciones rurales.
Solo “presume” de los 55 años que lleva casado con Eva, con quien además de tres hijos, cinco nietos y tres bisnietos, comparte un oficio que les ha ayudado a sacar a su familia adelante: el pastoreo.
Esta ocupación, un “entretenimiento” para Nicomedes, lo obliga a despertarse todos los días a las tres de la mañana para ordeñarlas y, cuando sale el sol, las lleva a pastar por los altos de Candelaria, en el paisaje protegido de Siete Lomas, una zona de pinar y risco por la que corría descalzo cuando tenía 16 años.
Acompañado de su fiel compañero, su perro Moreno -este nombre se lo puso porque a él su madre, que murió con 47 años, lo llamaba Nico el negro al ser el más moreno de sus nueve hermanos-, recorre cada día más de seis kilómetros con su rebaño.
Dice que lo hace por entretenimiento, porque es “una cabra más en en el corral”, porque es a lo que se ha dedicado toda su vida y porque no quiere acabar en los bares ni delante de un televisor.
“Yo estoy así de bien por lo que camino. Si estuviera sentado todo el día en mi casa no serviría para nada. Estar en casa viendo la televisión no es vivir”, asevera el pastor, a quien su prótesis de cadera no le impide moverse con soltura entre su rebaño.
El secreto de la buena salud de la que goza señala que también tiene que ver con el vino: “El vino es curativo”, dice Nicomedes, quien piensa dedicarse al menos setenta años más a cuidar a sus cabras, que le dan leche para hacer un sabroso queso tierno que, orgulloso, da a probar a sus visitas.
Paciente, desde su casa, ubicada en el kilómetro diez de la carretera que va desde Arafo hasta el Teide, aguarda la llegada del próximo 29 de agosto, día en el que se celebra la romería de Arafo.
Una fiesta a la que, vestido con traje típico, acude cada año acompañado de sus machos cabríos y de sus amigos, con los que comparte un buen momento hasta que cae la noche y vuelve a su casa en Chivisaya, desde donde se despliega una completa vista del Valle de Güímar.
Con un vaso de vino en una mano y un álbum de fotos de la romería en la otra, a Nicomedes le brillan los ojos cuando cuenta que sus cabras son las únicas que quedan desde Santiago del Teide a las cumbres del norte de Tenerife.
“Ya nadie quiere tener cabras, hay que estar todo el día dedicado a ellas, es muy sacrificado”, reconoce el cabrero, quien lamenta que los jóvenes se hayan ido del campo porque lo que quieren es sacar dinero con poco trabajo.
“No valen para esto, no aguantan esta vida”, opina el cabrero de 80 años, quien bromea con que hoy los niños nacen con “los zapatitos puestos”, cuando él se puso lonas con 17 años en la cumbre.
Solo la crisis económica puede hacer que los jóvenes regresen al campo, agrega Nicomedes, a quien le gustaría que alguno de sus tres hijos siguiera con la tradición de su padre, considerado el último cabrero de los altos de Candelaria.