Porque si, por un descuido del sistema se cuela por una rendija un juez inquieto, y otros jueces profesionales, acompañados por buenos fiscales y policías, secundan al juez inquieto, se disparan todas las alarmas y se lanza la consigna: cuidado a ver dónde va a llegar este. Se establecen unos límites, se permite que caigan los chorizos de la trama, los nuevos ricos que se forraron aprovechándose de la magnanimidad del señorito. Incluso puede dejarse caer a algún virrey de tres al cuarto que, por equivocar, hasta equivocó su estrategia de defensa. Pero queda terminantemente prohibido rebasar determinadas fronteras, no ya porque quedarían a la intemperie los de la casta de los intocables, sino porque a partir de determinados momentos procesales toca que se moje la parte togada del sistema, la que está llamada a preservar principios inamovibles e intocables, heredados de generación en generación siempre de entre los ganadores de la guerra. Y eso ha hecho Garzón investigando la corrupción del PP, mucho más profunda de lo que se ha dado a conocer, e investigando los crímenes del franquismo.