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Purmamarca: el pueblo argentino enamorado de los cerros

Purmamarca a los pies del famoso Cerro de los Siete Colores, uno de los iconos del norte argentino. VIAJAR AHORA

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A primera hora de la mañana, el Cerro de los Siete Colores se muestra con todo su esplendor. A sus pies, el pequeño pueblo es una masa achaparrada de color adobe. Un manchón de tonos grises y pardos que contrasta con la paleta de colores que se desparrama por las montañas que rodean Purmamarca. En primer plano, las franjas rojizas, amarillas, verdes, ocres y blancas dominan la visión y los encuadres de las cámaras de fotos. Conviene llegar al lugar a primeras horas de la mañana; o, mucho mejor, haber pasado la noche en el lugar para ver este prodigio natural con las luces tempranas del día. Más allá del famoso cerro, una de las imágenes más características de la Argentina, en general, y la Quebrada de Humahuaca, en particular, el panorama amplia la gama de colores a verdes intensos, todo tipo de rojos y, si el día acompaña, un azul de cielos profundos y limpios. Sólo hay que abrir un poco el ángulo del encuadre para que cientos de matices se cuelen en la cámara creando fotos surreales. Éste es uno de esos lugares que no parecen de verdad.

Escondido tras uno de los primeros recodos del Río Grande en la Quebrada de Humahuaca, el pequeño pueblo de Purmamarca no es más que un par de calles apretadas en la margen izquierda de un pequeño riachuelo. Lugar de arquitectura modesta donde reina el adobe, la paja y la cal. Para muchos, puerta de entrada de la mítica quebrada, uno de esos lugares míticos para el cuaderno del viajero donde naturaleza y cultura forman un todo único que mezcla sustrato indígena (incaico y de las culturas locales anteriores) y costumbres y modos hispánicos como en ningún otro lugar de la Argentina. Extraña circunstancia: el lugar del gigante americano dónde más pesa el pasado colonial español es donde más originarios (nombre con el que los argentinos identifican a los pueblos indígenas del país) hay.

Un sincretismo que queda de manifiesto en la preciosa Iglesia de Santa Rosa de Lima (Dirección: C/ Lavalle, sn; Horario: L-S 8.00 – 12.30 y 16.00 – 20.00; D 9.00 – 12.00 y 21.00), una de las muchas joyas de la arquitectura colonial (siglo XVII) que hay en la comarca. Dice la tradición local que bajo el enorme algarrobo que crece junto al templo, que guarda algunos cuadros de la escuela pictórica cuzqueña, descansó el mismísimo general Manuel Belgrano en su campaña contra los ejércitos coloniales en la Guerra de Independencia. De aquellos tiempos también es el Cabildo (Dirección: Plaza Nueve de Julio, sn), una sencilla edificación de barro y madera de cardón que abre su galería de soportales a la plaza arbolada que conforma el corazón de la localidad; es uno de los diez cabildos de la época colonial que aún quedan en pie en el país. En uno de sus costados (Dirección: C/ Florida; Tel: (+54) 38 8490 8443), se encuentra la Oficina de Turismo (servicio muy eficiente y posibilidad de dejar las mochilas).

La Purmamarca de hoy dista de ser la población tranquila de los tiempos de la colonia. Hoy es un activo centro turístico. Sólo los que pernoctan aquí podrán ver la preciosa Plaza Nueve de Julio libre de puestos de artesanía. Antes del anochecer se desmonta el animado mercadillo que vuelve a activarse nada más salir el sol. Y el resto del pueblo también rebosa tiendas, restaurantes, alojamientos de toda ralea y condición. Para alejarse de la vorágine de turistas y vendedores basta con seguir la Calle Florida hacia el Cerro de los Siete Colores y perderse por el Camino de los Colorados, una pequeña ruta de poco menos de tres kilómetros que rodea a la montaña más famosa de la Argentina y descubre las maravillas geológicas del paisaje quebradeño.

Subiendo hasta la Puna

De la calle Libertad parten las combis que suben hasta Las Salinas Grandes. Entre destino y llegada, 63 kilómetros de distancia y casi 1.600 metros de altitud. Entre medias, la famosa Cuesta de Lipán, un tramo de la Ruta 52 que salva más de 1.500 metros en una serpiente de curvas y contra curvas que se pega a la ladera de cerros frecuentados por los míticos cóndores. Desde lo alto, las vistas son, sencillamente, impresionantes. Y cuando uno pone el pie en La Puna es como si se mudara de visita a otro mundo. El altiplano, con medias que superan los 3.500 metros sobre el nivel del mar, muestra esa Cordillera de Los Andes que queda oculta en la profunda hendidura de La Quebrada de Humahuaca. Picos nevados en el horizonte y paisajes irreales de pajas amarillas donde puede verse al guanaco y la vicuña, parientes salvajes de la domesticada llama.

La ruta asciende hasta el Abra de los Potrerillos (4.170 metros) para luego dejarse caer hasta llegar a la enorme planicie de sal de Las Salinas Grandes, una llanura blanca de más de 212 kilómetros cuadrados formada por la acumulación de sal de un antiguo lago ya evaporado. Un lugar increíble que forma el segundo salar más grande de Sudamérica tras el de Uyuni (Bolivia). Acá no viven más que algunos salineros y artesanos que aprovechan la llegada de viajeros para vender recuerdos que, como no podía ser de otra manera, están realizados con sal. Más allá de la enorme explanada de sal, la ruta 52 busca el precioso pueblo puneño de Susques (con una preciosa iglesia colonial e interesante estaciones con grabados y pinturas rupestres) y el Paso de Jama, en la frontera con Chile.

Comer en Purmamarca

Entre Amigos (Dirección: C/ Libertad sn; Tel: (+54) 38 8490 8170). Comida tradicional quebradeña de primera calidad y posibilidad de asistir a conciertos de música folclórica por las noches. Uno de los mejores lugares para disfrutar de la cultura culinaria local.

Tierra de Colores (Dirección: C/ Libertad sn). Otro de los clásicos de la localidad quebradeña. Cocina regional con muy buena relación calidad precio.

La Comarca (Dirección: Ruta 52 Km 3,8; Tel: (+54) 38 8490 8098; E-mail: info@lacomarcahotel.com). Cocina regional con toques de gourmet. Tradición sin renunciar a la creatividad. Sin duda alguna, uno de los mejores restaurantes de la región.

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