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Urbanismos de derrumbe: Hotel Bahía 1992

Acaba de cumplirse otro aniversario. El 27 de enero de 1992, un año que se presentaba decisivo para la proyección internacional de España con acontecimientos como los Juegos Olímpicos de Barcelona o la Exposición Internacional de Sevilla, Santander despertó con un terremoto que no quedaría registrado en el Observatorio de Toledo, pero cuya magnitud se hizo patente en los testimonios de algunos vecinos, recogidos por los medios de comunicación autonómicos. El Hotel Bahía, una de las esquinas más privilegiadas de la ciudad, que llevaba dos meses cerrado y donde había comenzado una reforma integral, se vino abajo casi totalmente.

El hotel estaba siendo sometido a una gran remodelación que iba a durar un año y medio. Una veintena de hombres se encontraban derribando paredes en la planta octava cuando la estructura de las fachadas se derrumbó. La ciudad fue conociendo el suceso a lo largo de la mañana y muchos de sus vecinos no antes de las noticias de la radio y la televisión al mediodía. A la zona acordonada por la policía acudieron centenares de ciudadanos.

Ocho de aquellos veinte trabajadores consiguieron ponerse a salvo, siete más resultaron heridos, algunos de gravedad, uno de ellos murió en Valdecilla pocos días después. Los otros cinco nunca salieron del edificio con vida. Hubo que esperar hasta el viernes para localizar dos cadáveres, aunque se supo que habían fallecido en el momento del colapso del edificio.

Jesús Delgado, probablemente quien informaba con más libertad de todo lo que sucedía en Cantabria en aquellos años de Hormaechea, la UPCA y Sultán, afirmaba en El País del martes 28, que “técnicos municipales y sindicatos achacan el desplome al mal estado del hormigón”. Añadía que el aparejador municipal había dicho que “miembros de la empresa contratista de las obras habían manifestado en el Ayuntamiento su desconcierto ante el hallazgo en el interior del Bahía de muestras de hormigón mezclado con hierro en, aparentemente, no muy buen estado de conservación, por lo que decidieron encargar análisis a un laboratorio especializado”.  

José María García Moncó, ingeniero asesor de la empresa ASCAN, responsable de la reforma, atribuyó el derrumbamiento a la rotura de uno o varios pilares de las plantas superiores. “Hace diez días advertimos que había deficiencias en el hormigón. No pensamos en suspender las obras y sí en tomar medidas para evitar cualquier contingencia”. Y agregó: “Un pilar nunca avisa de que se vaya a colapsar. Así que creo que en estos años pudo haber un riesgo potencial de que el hotel se hundiese a pleno funcionamiento”.

En el 25 aniversario, ahora hace dos años, algún reportaje en la prensa afirmaba que los empleados de ASCAN, a los que se había encargado la demolición, habían contado a toro pasado que el edificio se había construido al final de los años 40, con materiales de baja calidad.

No se puede poner eso en duda. Sin embargo, todo el centro urbano de Santander fue renovado tras el incendio de 1941, numerosos edificios de esa época han visto recrecimientos, dentro o fuera de normativa, y no ha sucedido nada parecido. De hecho, el testimonio del obrero que encabeza este texto recuerda la insistencia del encargado en que se utilizaran los equipos de protección individual, pero no que recibieran ninguna información sobre estas deficiencias de la construcción, ni tan siquiera que se comentara entre los compañeros. De hecho, ese lunes iba a empezar a trabajar a dos turnos, y a él, por ser nuevo, le había correspondido el turno de tarde. El que no querían los más veteranos.

El caso del Hotel Bahía se puede resumir en tres fechas, que se repitieron en las publicaciones del 25 aniversario:

Si el derrumbe trajo, lógicamente, una larga secuela de dimes y diretes, la larga tradición de las infografías en esta ciudad tuvo una gloriosa con uno de los proyectos que intentaron abrirse paso tras el desastre. Un edificio singular, extraordinariamente alto para los usos locales, que podría haber albergado, además del hotel, un centro comercial que acabó construyéndose en los terrenos de los viejos altos hornos de Nueva Montaña. Los comerciantes del centro no querían ese centro comercial en medio de la ciudad. Ya se habían opuesto a otros emplazamientos. También han tenido tiempo de arrepentirse al ver la animación que esos grandes almacenes han procurado a los alrededores de su emplazamiento periférico.

La realidad es que muchas de las denominadas fuerzas vivas se posicionaron en contra, no solo los comerciantes. La asociación Cantabria Nuestra y el Colegio de Arquitectos no vieron la torre con buenos ojos. El argumento más tierno se relacionaba con la torre de la Catedral, que se podría ver “disminuida” con ese edificio singular… La campaña en El Diario Montañés contra una rompedora torre cilíndrica de 66 metros hizo que el Ayuntamiento finalizara cambiando su posición favorable.

El alcalde, Manuel Huerta, que el día del accidente se encontraba en Valencia en un acto del PP, se había mostrado personalmente partidario. Tanta polémica y la demora consiguiente, hicieron que el propietario, Armando Álvarez, acabara cediendo. El resultado está a la vista y esa esquina histórica, como se cita más arriba, que puede adivinarse en la imagen de 1575 del Civitates Orbis Terrarum, merecía algo mejor.

Tras la explosión del vapor Cabo Machichaco y el relleno de la dársena para dar lugar a los Jardines de Pereda, la esquina ya estaba entre las más privilegiadas de la ciudad. Hay imágenes anteriores al incendio de 1941 en las que se aprecia el mismo uso funcional, el Hotel Europa. El viejo Hotel Bahía, desaparecido en 1992, tenía un acabado menos discutible en cuanto a su relación con el entorno. Quizá era también, en una ciudad más pequeña y provinciana, uno de sus principales pilares sociales.

Santander ha vivido varias catástrofes del mismo tipo en un tiempo relativamente corto. Tres derrumbes en quince años arrojan un balance de trece muertos. El antiguo edificio de Traumatología del Hospital Valdecilla, el 2 de noviembre de 1999, y el de la Cuesta del Hospital del 8 de diciembre de 2007, se unen al que estamos analizando. Un nexo entre los tres es que las responsabilidades han quedado zanjadas en condenas desproporcionadamente leves. La Justicia no ha encontrado causa que pudiera merecer una pena acorde con la magnitud de los daños. En estos casos, evidentemente, los cuantiosos daños materiales no pueden compararse con el balance de víctimas mortales.

En el mes de febrero del año 2006 se desplomó el Palacio del Mueble, en el arranque de la calle Alta, cuando aún no se habían iniciado las obras de reforma que convertirían al edificio en la sede de la Consejería de Obras Públicas. Un posterior informe de investigación apuntó a una concatenación de factores entre los que sobresalen la mala calidad del hormigón utilizado en la construcción de sus pilares (el edificio databa de la década de 1970) junto al temporal que se desencadenó esa noche como causantes del siniestro. En menos de tres años se habían venido abajo cuatro inmuebles de la zona del Cabildo de Arriba.

Mucho más recientemente, en julio de 2017, el edificio situado en la esquina suroeste del túnel de Puertochico colapsó. La causa, en principio, la misma que en el caso de la Cuesta del Hospital. Unas obras en un bajo comercial dañaron la estructura del edificio y un tercio del mismo se desplomó. Lo único positivo, indudablemente, es que no hubo víctimas mortales ni tan solo heridos. Lo demás, todo lo demás, muy confuso: licencias, intervención de la policía local, relaciones de los propietarios del local con políticos municipales… demasiado pronto para analizar con alguna perspectiva histórica.

La realidad, que se deja ver hace unas semanas, es que el tercio del edificio derrumbado no parece que vaya a ser reedificado y que el tercio evacuado por precaución y vacío durante más de quince meses ha sido vuelto a ocupar por sus vecinos. La vista exterior ofrece una singular fotografía: una especie de arbotante, más propio de un templo gótico, como los de la iglesia de Santa María de la Asunción, en Castro Urdiales, actúa como elemento sustentante de la estructura. Una solución constructiva que no precisó la catedral de Santander y que ya se puede añadir al acervo artístico de la ciudad.

Acaba de cumplirse otro aniversario. El 27 de enero de 1992, un año que se presentaba decisivo para la proyección internacional de España con acontecimientos como los Juegos Olímpicos de Barcelona o la Exposición Internacional de Sevilla, Santander despertó con un terremoto que no quedaría registrado en el Observatorio de Toledo, pero cuya magnitud se hizo patente en los testimonios de algunos vecinos, recogidos por los medios de comunicación autonómicos. El Hotel Bahía, una de las esquinas más privilegiadas de la ciudad, que llevaba dos meses cerrado y donde había comenzado una reforma integral, se vino abajo casi totalmente.

El hotel estaba siendo sometido a una gran remodelación que iba a durar un año y medio. Una veintena de hombres se encontraban derribando paredes en la planta octava cuando la estructura de las fachadas se derrumbó. La ciudad fue conociendo el suceso a lo largo de la mañana y muchos de sus vecinos no antes de las noticias de la radio y la televisión al mediodía. A la zona acordonada por la policía acudieron centenares de ciudadanos.