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'Generación ofendida', un libro políticamente incorrecto que obliga a pensar

Neus Tomàs

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En la última temporada de la serie The Good Fight, una de las protagonistas, la abogada Diane Lockhart, se enfrenta a los socios del bufete, la mayoría afroamericanos, porque consideran que una mujer blanca no puede dirigir el despacho porque no es negra. El bufete, ubicado en Chicago, es de referencia en la lucha contra el racismo y aunque este personaje ha dedicado gran parte de su trayectoria a la defensa de los derechos humanos y la igualdad, la duda que se plantea al espectador es si una persona blanca puede luchar igual que una negra contra el racismo. La serie es ficción, el debate no lo es. 

En Francia, la preservación de su laicismo, un modelo que separa de manera estricta el Estado y los cleros, se ha convertido en un problema, no solo para el socialismo y para Macron. Cada vez es más complicado conciliar los valores republicanos consagrados en la Constitución con el respeto a las comunidades musulmanas sin estigmatizar una religión ni convertir el laicismo en un problema también económico puesto que incluso se han producido llamadas al boicot de sus productos en algunos países.

La ensayista francesa Caroline Fourest analiza a partir del provocativo título Generación ofendida (Península) cómo bajo su prisma las políticas de identidad pueden acabar convirtiéndose en un boomerang para las causas que pretenden defender. Es una mujer de izquierdas, dedicada desde hace décadas a la lucha feminista y antirracista, alguien que fue apalizada por ser lesbiana y que ha publicado varios ensayos para desenmascarar el funcionamiento de la extrema derecha. Por eso sorprende que cuestione lo que califica de “censura de la izquierda moralista e identitaria”, algo que la ha convertido en blanco de las críticas tanto de la extrema derecha como de una parte no menor de la izquierda. Generación ofendida es un libro que obliga a pensar incluso cuando no se esté de acuerdo con muchas de las tesis que la autora defiende.

La inquisición moderna, que es como Fourest resume la situación que se vive en algunas universidades y en ámbitos como la cultura, cuyas tempestades acostumbran a soplar siempre en las redes sociales, inculca una concepción de la libertad que acaba provocando una fobia a todo aquello que pueda interpretarse como una mezcla cultural. La ensayista formula preguntas incómodas y seguramente de no tan fácil respuesta como las que ella da. ¿Si el objetivo máximo del antirracismo no es existir como víctima sino erradicar los prejuicios, no se está abusando del concepto de “apropiación cultural” cuando se niega, por ejemplo, la imitación o la mezcla en la música, la cocina o la moda? Esta profesora de Ciencias Políticas concluye, de una forma tal vez demasiado contundente, que elegir el camino de la identidad jamás conduce a la igualdad sino que lleva a la revancha. 

Fourest, que colabora en Charlie Hebdo, recuerda que tras el atentado, la revista satírica ha visto cuestionado su derecho a la libertad de expresión, también desde algunos sectores de la izquierda. Defensora de lo que se ha venido a denominar una izquierda republicana a la francesa, no rehuye el debate sobre la laicidad y se posiciona claramente en contra del uso del velo como símbolo de todas las musulmanas. Primero porque muchas no lo llevan, porque hay argelinas que lucharon para no tener que ponérselo o iraníes que aún luchan por ello. “Al apoyar el velo como 'símbolo de la cultura musulmana' se está eligiendo solidarizarse con los fundamentalistas frente a una aproximación más feminista, sostenida por mujeres musulmanas a las que se excluye de esa cultura”, argumenta. 

La frontera entre protestar y censurar cada vez es más difusa y si hay un espacio en el que se percibe especialmente esa dificultad es en la universidad. La autora focaliza su preocupación en los centros norteamericanos, donde los alumnos más que estudiantes son clientes. Pagan tanto dinero al año que para ser exactos, alerta, se comportan como clientes tiránicos sin salir de su zona de confort emocional. “Los estudiantes-clientes han transformado el templo del pensamiento en un templo del terror”. En su opinión son centros con magníficas instalaciones y jardines envidiables en los que se hurta un debate que sacuda convicciones e identidades y en el que se alimenta la creación de futuras generaciones narcisistas. 

A modo de provocación, aunque no parece que sea la intención de la autora, sentencia que una parte no desdeñable de lo que ella tilda de histeria colectiva actual se debe a “la delicada epidermis de las nuevas generaciones y al hecho de que se les ha enseñado a quejarse para existir”. Incluso no estando de acuerdo en muchas de sus reflexiones o tal vez por eso, Fourest consigue que la lectura del libro no deje indiferente.