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El comercio chino de Barcelona y el final feliz

Xavier Febrès

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Durante largas décadas la visibilidad de la comunidad china residente en Barcelona se circunscribió a los pequeños restaurantes típicos, a menudo de gestión familiar esforzada y discreta. Eso ha cambiado mucho en pocos años, debido al auge comercial chino en general. De los pequeños restaurantes típicos se pasó a la multiplicación de bazares de todo a cien y a los mayoristas textiles de la calle Trafalgar. La comunidad china empezó a extenderse, en particular en el barrio de Fort Pienc de la Dreta del Eixample, desde donde pronto saltó la Granvia en dirección a Gràcia. La moda de las peluquerías chinas con “final feliz” se vio rápidamente controlada por las autoridades y la prostitución regresó a los reductos convencionales.

Vivo en la Dreta del Eixample rodeado de residentes chinos y comercios chinos muy diversificados: supermercados, electrónica, peluquerías, bazares, bares, etc. Los comerciantes de toda la vida que subsisten miran de reojo la dinámica de los asiáticos y les reprochan sotto voce un escaso respeto de las reglamentaciones horarias, fiscales o laborales. Algunos miembros de mi comunidad de vecinos plantearon quejarse al Ayuntamiento contra la proliferación, aduciendo que “devaluaba” nuestras calles y nuestras viviendas. La idea me pareció absurda y no prosperó.

Estos días se inauguran en Barcelona las amplias y modernas oficinas del Industrial & Commercial Bank of China (ICBC), la principal entidad bancaria del país asiático. No se han instalado en el Passeig de Gràcia ni en ninguna otra de las avenidas tradicionales, sino en la esquina del Passeig de Sant Joan con la calle Casp, en el epicentro del sector urbano de su expansión. La inauguración coincide incómodamente con la reciente operación policial “Emperador” contra el fraude fiscal al por mayor por parte de algunos grandes proveedores chinos del comercio minorista de la misma nacionalidad. La operación ha puesto de nuevo sobre la mesa la vieja cuestión del control legal a menudo insuficiente de algunas actividades comerciales sobre las que pueden recaer sospechas. La prontitud con que se acabaron las peluquerías chinas con “final feliz” demuestra una vez más que la obligación de cumplir la ley por parte de todos se ve mucho más respetada si las autoridades cumplen con la suya de hacer respetar la ley.

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Durante largas décadas la visibilidad de la comunidad china residente en Barcelona se circunscribió a los pequeños restaurantes típicos, a menudo de gestión familiar esforzada y discreta. Eso ha cambiado mucho en pocos años, debido al auge comercial chino en general. De los pequeños restaurantes típicos se pasó a la multiplicación de bazares de todo a cien y a los mayoristas textiles de la calle Trafalgar. La comunidad china empezó a extenderse, en particular en el barrio de Fort Pienc de la Dreta del Eixample, desde donde pronto saltó la Granvia en dirección a Gràcia. La moda de las peluquerías chinas con “final feliz” se vio rápidamente controlada por las autoridades y la prostitución regresó a los reductos convencionales.