Dolor crónico, ¿qué es y cómo manejarlo para vivir mejor?

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El dolor es muchas veces la respuesta de nuestro cuerpo a una lesión o enfermedad, una señal de que algo va mal. Cuando se soluciona y se cura, por lo general el dolor cesa. Sin embargo, para muchas personas el dolor continúa después de que desaparezca la causa. En estos casos es cuando se habla de dolor crónico

En España, se calcula que la prevalencia de dolor crónico se sitúa en el 19%, un problema que tiene importantes repercusiones laborales y personales y para el que hay un escaso acceso a los recursos especializados.

Es más, según datos de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), un 50% de las personas con dolor crónico recibe un tratamiento insuficiente y un tercio no llegan a recibir tratamiento. 

Qué es el dolor crónico, una enfermedad por derecho propio

“Experiencia sensorial y emocional desagradable asociada, o similar a la asociada, a una lesión tisular real o potencial”. Es la definición que la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor daba en 2020, enfatizando en los aspectos emocionales y cognitivos. 

Esto significa que el dolor parte de una experiencia personal, influenciada por factores biológicos, psicológicos y sociales. En términos más médicos, el dolor crónico se define como aquel persistente o recurrente que dura entre tres y seis meses.

En 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lanzaba una nueva clasificación internacional de enfermedades CIE-11 e incluía conceptos nuevos relacionados con las patologías que cursan con el dolor crónico. Esto ha permitido avanzar en el diagnóstico y tratamiento de esta enfermedad para darle la atención que merece. 

La nueva clasificación divide el dolor crónico en siete grupos, como el dolor crónico primario, por cáncer, postquirúrgico o postraumático, neuropático, orofacial y cefalea, visceral crónico y musculoesquelético.

El dolor crónico primario se plantea como una enfermedad en sí misma y el secundario como un dolor que es síntoma de una condición clínica subyacente. 

El problema está, como reconoce la Sociedad Española del Dolor (SEDO), cuando el dolor debería desaparecer pero no lo hace. El dolor crónico puede ser consecuencia de un cambio o enfermedad persistente en los tejidos, como la artritis.

Aunque otras veces puede ser consecuencia de un cambio en el propio sistema de alarma, que ocurre si ha habido una lesión en los nervios. En algunos casos también puede ser consecuencia de dolor nervioso, como la diabetes

Así, a diferencia del dolor agudo, el dolor crónico no acaba cuando finaliza la causa que lo ha originado, sino que persiste en el tiempo y llega a afectar el ámbito familiar, laboral y emocional. 

¿Se puede medir el dolor?

A día de hoy no existen medidas objetivas de medición del dolor, como lo son un análisis de sangre o una exploración. Como reconoce la Federación Europea del Dolor (EFIC), existen cuestionarios para medir la intensidad del dolor o la discapacidad relacionada con el dolor. 

Las medidas más usadas son las escalas analógicas numéricas y visuales que piden al paciente que califique su dolor en una escala de 0 a 10 o de 0 a 100. Esta medición es más compleja en el caso de los niños o grupos como personas con demencia, para los que la calificación suele basarse en observaciones de comportamiento. 

Qué tratamientos hay para el dolor crónico

Hay varios tratamientos que pueden usarse para paliar el dolor crónico. Debe tenerse en cuenta en este apartado que los circuitos neuronales del dolor son muy complejos, lo que dificulta el conocimiento fisiopatológico que permita encontrar nuevos mecanismos de alivio.

De ahí que el tratamiento del dolor se centre en un enfoque biopsicosocial que tenga en cuenta los factores biológicos (genéticos, bioquímicos, etc.), psicológicos (estado de ánimo, pensamientos, etc.) y sociales. 

Cada persona necesitará uno u otro en función de su caso particular. Los más habituales son, según la Sociedad Española del Dolor (SED):

  • Medicación: la combinación de un antiinflamatorio no esteroideo (AINE) como el ibuprofeno en asociación con la codeína, los dos en dosis más bajas que si se toman de forma individualizada, pueden ser realmente eficaces tanto en el tratamiento del dolor agudo como en el crónico, según la Sociedad Española Multidisciplinar del Dolor (SEMDOR).
  • Inyecciones: algunos medicamentos son más efectivos si se administran en forma de inyección cerca de la zona que genera el dolor o de los nervios que llevan a esa sensación dolorosa. 
  • Estimulación eléctrica: este tratamiento es útil en ciertas áreas ya que los estimuladores funcionan mejor sobre la piel. En los casos en los que estos aparatos sean más sofisticados, también pueden funcionar cerca del sistema nervioso. En la mayoría de los casos se trata de una opción que solo se aplica si han fallado otros métodos más sencillos.
  • Rehabilitación: mover y hacer ejercicio puede ayudar a recuperar la elasticidad de las articulaciones y músculos en las extremidades donde hay dolor. 
  • Apoyo psicológico: el apoyo psicológico suele sumarse al farmacológico para intentar paliar los efectos que tiene el dolor en este ámbito. La relajación es uno de los métodos usados para ayudar a la persona a convivir con dolor.

El papel de las unidades de dolor

Si, tras el diagnóstico y tratamiento el dolor persiste más de cuatro semanas y no responde, el especialista puede remitir el paciente a una unidad de tratamiento de dolor, establecidas en los últimos años para atender las necesidades de las personas con dolor crónico. 

En ellas, profesionales de salud expertos en problemas de dolor crónico severo (anestesiólogos, enfermeras, psicólogos y otros médicos especialistas) realizan programas especiales en los que se enseña a la persona a convivir con su dolor y a restaurar la calidad de vida. El trabajo multidisciplinar acaba en la mayoría de los casos aplicando una combinación de tratamientos. 

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