Un recorrido por la historia de la piel como lienzo artístico

Ötzi fue un hombre que falleció sobre el año 3.255 a. C. en los Alpes de Ötztal, en la frontera de Austria e Italia. Fue encontrado por dos alpinistas alemanes en 1991 a una altitud de 3.200 metros sobre el nivel del mar, y al principio se creía que se trataba de un cadáver reciente. Sin embargo, resultó ser todo lo contrario. Es considerada la momia humana natural más antigua de Europa y fue clave para estudiar cómo era la humanidad durante la llamada Edad de Cobre. Tenía artritis, caries o ropa de piel de oso. También contaba con un tipo de arte que se mantiene hasta la actualidad: 68 tatuajes que, precisamente, pretendían servir como remedio curativo para la inflamación de sus articulaciones.

Los hallazgos de momias tatuadas en diferentes puntos del planeta atestiguan que estas marcas en el cuerpo han sido, prácticamente desde el comienzo de la historia, esenciales para situar a las personas dentro de un sistema de relaciones sociales y políticas. El tatuaje es símbolo de identidad colectiva, y por eso que en la actualidad un 12 % de los ciudadanos europeos cuenten con al menos uno. 

De ahí la relevancia de Tattoo. Arte bajo la piel, una muestra que se puede visitar en CaixaForum Madrid desde este jueves al 17 de abril de 2022 y que explora a través de 240 obras cómo el tatuaje se ha convertido en una forma de expresión artística mundial. Está comisariada por Anne Richard, fundadora de la revista HEY! Modern Art & Pop Culture, quien ha asegurado tener “una obsesión artística y atracción por el tatuaje” prácticamente desde su infancia. “Cuando se vive tanto el tatuaje también parece que se le debe algo. Esta exposición trata de observar lo que ha aportado al mundo y lo que puede ofrecer en el futuro, porque es algo eterno”, ha asegurado en la comisaria en una rueda de prensa.

Lo que se propone en la muestra es, por tanto, un recorrido en cinco paradas que arranca con una perspectiva global para entender el vínculo del tatuaje con lo marginal. Porque, como se informa a través de los carteles informativos, durante siglos el tatuaje ha desempeñado una función discriminadora, de deshonra o de pérdida de la identidad. Es lo que por ejemplo ocurría durante la guerra de Vietnam (1961 – 1975) con los reclutas que eran tatuados con las palabras Sat Cong (muerte a los comunistas) para evitar que se cambiaran de bando. También en Irak, donde el castigo a los desertores de la guerra del Golfo era perder parte de una oreja y una X tatuada entre los ojos.

Hubo un tiempo en el que el tatuaje era también una cosa de freaks, un ejemplo de aquello que estaba fuera de la norma y que precisamente por ello debía ser señalado. Por esa razón, a finales del siglo XVIII, los exploradores traían de sus viajes a las Indias Occidentales a “salvajes” tatuados que eran exhibidos en espectáculos de circo. Era el caso de James F. O’Connel, un dublinés enrolado en la marina que durante una expedición fue capturado por un jefe indígena y fue tatuado con instrumentos de bambú y espinas. Tras lograr huir, era exhibido como “víctima” tatuada en las ferias ambulantes. Junto a domadores de animales y malabaristas estaban las personas tatuadas, algo que por otro lado mantuvo ocupado a cientos de pintores especializados durante décadas. Uno de ellos fue Fred Johnson, que labró una larga carrera de 65 años y fue conocido como “el Picasso de arte circense”. 

La representación y uso del tatuaje es diferente según la zona del mundo analizada, aunque también existen lazos de unión entre regiones a priori separadas por kilómetros de océano. “Japón es uno de los países en los que más se practica el paisaje, por eso algunos tatuadores norteamericanos comenzaron a viajar allí en busca de nuevos conocimientos. Intercambiaban secretos sobre la técnica, el color o incluso la forma de introducir la aguja”, relata Anne Richard mientras se adentra en la zona expositiva destinada a repasar la representación del tatuaje en diferentes continentes. 

En el caso de los nipones, el tatuaje definido como horimono surgió durante el periodo Edo (1603-1868) y tuvo una evolución histórica similar al ukiyo-e, también conocido como el arte de la estampa japonesa y una de las expresiones artísticas más significativas de su historia. Especialmente sorprendente era el tatuaje que cubría casi la totalidad de una parte del cuerpo, que podía llegar hasta las muñecas o los tobillos, aunque también se convirtió en tabú por su relación con el universo de los yakuza (el crimen organizado japonés).

La exposición recoge gran parte de estos ejemplos en un soporte un tanto peculiar. Son moldes de siliconas realizados de diferentes personas que, según cuenta su comisaria, no han sido fáciles de fabricar. “Fueron encargadas a un estudio específico para hacerlo de un material innovador, uno con capacidad de retener la tinta y que no diera muchos problemas a los tatuadores al trabajar sobre un plástico”, indica Richard. El resultado es una disposición, a ratos inquietante, de diferentes miembros encapsulados en vitrinas que sirven como lienzos para el arte.

Asimismo, aunque Richard señala que el del tatuador es mayoritariamente una profesión masculina, también hay ejemplos de mujeres que quizá no han recibido tanta atención mediática. Son casos como el de la filipina Whang-Od Oggay, considerada la última y más anciana artesana del tatuaje tradicional de la tribu kalinga. Comenzó a tatuar a los 15 años, cuando la práctica estaba restringida a los hombres, y todavía hoy con 104 años sigue en activo en el pequeño pueblo rural de Buscalan. A ella acuden decenas de clientes, pero es la propia tatuadora la que decide quién merece una de sus últimas creaciones. 

El final del recorrido ahonda en el significado del tatuaje en la actualidad, donde se distinguen dos corrientes: la de los artistas que reinterpretan técnicas clásicas y las de aquellos que exploran nuevas fórmulas estéticas. Pero, independientemente de cuál sea la vertiente ganadora, lo único claro es que la expresión artística es algo arraigado al origen de los seres humanos y que ni la piel se libra de sus efectos.