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China acapara la riqueza del planeta, pero muestra debilidades en la batalla por la hegemonía económica mundial

Las ínfulas de grandeza del presidente chino Xi Jinping no auguran la carrera de velocidad hacia la hegemonía mundial que presagiaba el líder de la segunda mayor economía del planeta antes de la Gran Pandemia. Más bien, al contrario. La travesía por la crisis sanitaria ha engendrado una visión geoestratégica más precisa y realista que apunta a una prueba de obstáculos de dificultad mucho más alta que la preconizada por Pekín con casi tantos puntos débiles como fuertes en su currículum de reconocida superpotencia internacional. Los cambios en el orden mundial que, en gran medida, ha impulsado China, han acabado alterando el ritmo del combate con EEUU por el liderazgo del planeta.

Del fulgurante músculo que China ha adquirido en el panorama global no se atisban dudas. Pero su capacidad de influencia experimenta algunos signos de fugacidad. Uno de estos últimos es el que acaba de certificar McKinsey Global Institute, think-tank de la consultora estadounidense: China es el mercado que más capacidad de atracción ha ejercido sobre la generación de riqueza en lo que va de siglo; por delante de EEUU. Una fecha, el tránsito del milenio, emblemática en la historia reciente del gigante asiático, por formalizarse entonces su plácet de ingreso en la OMC, detonante de su inmensa huida hacia adelante. En las últimas dos décadas, la riqueza global se ha triplicado y China ha absorbido casi la tercera parte de esta revalorización.

El diagnóstico de McKinsey habla de que las mayores inversiones patrimoniales que han creado riqueza en los últimos veinte años no las han protagonizado precisamente valores intangibles, como los bursátiles, sino, paradójicamente, las adquisiciones de terrenos e inmuebles. Después de analizar los balances financieros nacionales de diez países que atesoran más del 60% de los ingresos mundiales.

Dentro de un clima generalizado de bonanza. “En la actualidad, somos más ricos que nunca”, explica Jan Mischke, socio de McKinsey en Zúrich y uno de los autores del estudio, en el que se constata que la riqueza neta del planeta ha pasado de los 156 billones de dólares de 2000 a los 514 billones de 2020. En este tránsito, China ha elevado su stock de riqueza desde los 7 billones que registraba el año de su adhesión a la OMC, hasta los 120 billones con los que ha culminado el ejercicio de la Gran Pandemia. Y ya comparte con EEUU otra señal de identidad: la desigualdad que arraiga entre las grandes potencias. Porque más de las dos terceras partes de sus riquezas conjuntas están en manos del 10% de sus familias más opulentas; un 68% en capital inmobiliario.

Luces de la Gran Factoría Mundial...

Hay otro elemento trascendental -también consumado durante las dos primeras décadas de este siglo- y que otorga el indiscutible cetro comercial a China. Este país ha pasado, según la agencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (Unctad), de representar el 1% de los flujos de mercancías globales a rozar el 15%. Es el único mercado en dobles dígitos.

Hay muchos más datos que desvelan el rol de superpotencia de China. El World Economic Forum (WEF), entidad fundadora de la cumbre de Davos, asegura que ha reforzado su liderazgo mundial por un decálogo de avances de prosperidad. Entre los cinco primeros destaca que China acaba de alunizar en la cara oculta de la luna, con su misión Chang’e-4. También que lidera la Inteligencia Artificial (las empresas chinas acapararon patentes y el régimen de Pekín invierte miles de millones de dólares a proyectos de IA). Además, que ostenta la tercera parte de los unicornios empresariales (startups valorados en más de 1.000 millones de dólares); y que abandera la apuesta de los mercados emergentes por las energías renovables -tres de los cinco parques solares de mayor capacidad están en China-. Finalmente el WEF apunta que China ha protagonizado la tercera parte de las plantaciones vegetales del planeta desde 2000.

Aunque también se destacan otros cinco aspectos relevantes: haber garantizado, a costa de un ritmo económico más lento, un cambio de patrón de crecimiento que ha pasado de privilegiar las exportaciones con mano de obra barata a un modelo basado en la demanda interna -consumo de hogares e inversión empresarial- después de sacar a 850 millones de sus ciudadanos del umbral de la pobreza y forjar una clase media de 300 millones. También por contabilizar más de la mitad de las ventas globales de coches eléctricos; mientras los turistas chinos conquistaban el mundo antes de la epidemia del coronavirus -hasta 160 millones salieron al extranjero en 2019. Además, se instauraban los primeros avances en igualdad de género, con progresos aún modestos; y se erigía en el gran interlocutor de los BRICS, grupo de mercados emergentes que comparte con Brasil, Rusia, India y Sudáfrica.

Todo ello le ha dado a China una más elevada exposición a la economía global. Como recuerda Jonathan Woetzel, director de McKinsey Global Institute, “por la madurez adquirida por su industria, que demanda unos elevados flujos de bienes y servicios”. China es el principal exportador global desde 2009; quinto emisor de servicios al exterior y en su primer demandante, con un volumen superior al medio billón de dólares en 2018, año en el que superó el centenar de firmas en el Global Fortune 500. Además de ser el segundo inversor global y el primer destino de capital extranjero directo, al tiempo que sus estudiantes copaban las aulas de las escuelas de negocio más prestigiosas y pulverizaba su gasto en innovación: desde los 9.000 millones en 2000 a los 293.000 en 2019.

y sombras en su carrera geoestratégica

Jinping ha sido el artífice de que China haya abandonado el cartel de Gran Factoría Global. En los últimos Congresos del Partido Comunista ha incidido en que su país dejará de producir para exportar. Pero el difícil despegue del ciclo post-Covid ha emborronado una táctica que acababa de perfilarse en el Plan Quinquenal 2021-25 y que el jefe del Estado concibió para asaltar el triple salto geoestratégico del país: tecnológico, económico y militar. Con gastos en I+D+I en ritmos de crecimiento anuales del 7%; contención del desempleo urbano por debajo del 5,5%; impulso a los negocios de la Nueva Ruta de la Seda e implantación de la Pax China dentro y fuera de sus fronteras gracias a su rampante poderío armamentístico, sustentado en los avances en IA, con los que ha modernizado sus arsenales de tierra, mar y aire. En especial, sus misiles hipersónicos, que han llevado a varios expertos del Mitchell Institute for Aerospace Studies a admitir que EEUU podría no estar preparado para un conflicto armado con Pekín.

La visión económica del plan quinquenal rompía con una tradición de décadas. Por primera vez, no establece metas concretas de crecimiento por las incertidumbres que reinan sobre el ciclo post-Covid y que se han agudizado ante los tambores de quiebra de Evergrande, segunda promotora inmobiliaria y valorada, al término de 2020, en más de 41.000 millones de dólares. Estos vaivenes han puesto en jaque al mercado de la vivienda, que aporta el 29% al PIB nacional y mantiene 65 millones de inmuebles sin ocupación, mientras capitales como Shanghái o Shenzhen registran costes de vivienda 14 veces por encima del salario medio en plena caída libre de precios.

Por si fuera poco, el energy crunch otoñal está pasando la misma factura eléctrica a China que a Europa. Un mercado, el chino, en el que el sector manufacturero asume el 59% de su demanda eléctrica; frente al 25% que absorbe la industria estadounidense. Esta tensión pone en tela de juicio el reto de Jinping de que su país y sus empresas, las más contaminante del planeta, alcancen las emisiones netas cero en 2060, después de haber reincorporado el carbón a su mix energético y pese al acuerdo verbal con EEUU -en el primer encuentro bilateral directo con Joe Biden- para activar una coordinación global contra el cambio climático.

Esta mesa de diálogo con EEUU ha sido esencial no solo para frenar el calentamiento atmosférico, sino para rebajar la retórica belicista sobre Taiwán, y reconducir el riesgo de decoupling entre ambas superpotencias -económico, de cadenas de valor y órbitas tecnológicas, con el 5G como estandarte- del que advierte Janet Yellen, secretaria del Tesoro de EEUU, preocupada por la salud de las economías emergentes y que se desacoplen del crecimiento generalizado.

En tono más positivo, Anderson Dong, analista de crédito de PIMCO, apunta que los cortes de luz y las tensiones energéticas en China son temporales y apenas restarán un 0,6% al crecimiento del actual trimestre. Mientras desde Fitch Rating, Grace Wu, cree que la limpieza de deuda y activos tóxicos en el sector inmobiliario y el sistema bancario “ya está produciendo sus primeros efectos”, y en Analistas Financieros Internacionales se insiste en un cierto retorno a la calma inmobiliaria tras el anuncio de una relajación de las restricciones a las refinanciaciones de deuda de promotores.