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Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Mi voto, quiero mi voto

Declarar en público la intención de votar y participar se está convirtiendo en una actividad de riesgo. Y no hablo de hacer pública la opción electoral. Eso ya son palabras mayores. El ciudadano medio rehúye confesarse popular, socialista o peneuvista. Empieza a ser peor que un robo de caballos, que en otros tiempos en el Oeste hubiera ido acompañado de un buen linchamiento o, en el mejor de los casos, terminar ahorcado. Definitivamente, en el pensamiento público prima la idea de que la política es lo peor y que todo lo que toca lo pudre. También la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sin pararse a reflexionar sobre si la política ha tenido algo que ver en la generación de un mayor bienestar o no que vivimos aún en tiempos de crisis, el pensamiento nos lleva a denostar a todo aquel que en público defienda la política, el sistema de partidos o tenga relación con un político. Pues vale. Habrá que aceptarlo y vivir con ello.

Pero no tengo tan claro si hay que compartirlo. Ya sé que tengo un discurso fácil de criticar y que espero que sea así, pero quiero llamar la atención sobre aquellos que me critiquen para asegurarles que su crítica, pese al desasosiego y el desencanto, no es otra cosa que participación política. El sistema democrático, que alguno llamará decadente e incluso dirá que es inexistente en nuestros lares, permite opinar, discrepar y escribir sin riesgo a ser perseguido por lo que se dice. A algunos les parecerá poco pero la libertad de expresión es parte de la esencia de la democracia y no creo que nadie la niegue en estas tierras.

A modo de ejemplo podemos ver cómo no pasa nada porque la cabeza visible de Sortu, Hasier Arraiz, diga que no reniega de la oscura historia batasuna. Escandaliza y hace que otros reaccionen y digan otras cosas variopintas y barbaridades, pero no pasa nada. Piensen ustedes en la ‘madura’ Venezuela donde cualquier declaración contra un mero lavavajillas puede suponer la ruina y, en algunos pasos, la prisión. Ya sé que al presidente Maduro le eligieron sus paisanos, pero ser cargo electo en España o en Venezuela no es sinónimo de demócrata.

Pero reconozcan, aunque les duela, que no hay color entre un país y el otro. Muchas cosas tenemos que cambiar y mejorar, que nadie me entienda mal y como escribí hace ya tiempo, los partidos están obligados a transformarse, a cambiar. Pero de ahí a deslegitimar el sistema, no. Sinceramente, yo personalmente adoro mi voto, lo quiero y pienso usarlo y me parece igual de legítimo no hacerlo, pero que nadie nos lo quite.

Declarar en público la intención de votar y participar se está convirtiendo en una actividad de riesgo. Y no hablo de hacer pública la opción electoral. Eso ya son palabras mayores. El ciudadano medio rehúye confesarse popular, socialista o peneuvista. Empieza a ser peor que un robo de caballos, que en otros tiempos en el Oeste hubiera ido acompañado de un buen linchamiento o, en el mejor de los casos, terminar ahorcado. Definitivamente, en el pensamiento público prima la idea de que la política es lo peor y que todo lo que toca lo pudre. También la idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sin pararse a reflexionar sobre si la política ha tenido algo que ver en la generación de un mayor bienestar o no que vivimos aún en tiempos de crisis, el pensamiento nos lleva a denostar a todo aquel que en público defienda la política, el sistema de partidos o tenga relación con un político. Pues vale. Habrá que aceptarlo y vivir con ello.

Pero no tengo tan claro si hay que compartirlo. Ya sé que tengo un discurso fácil de criticar y que espero que sea así, pero quiero llamar la atención sobre aquellos que me critiquen para asegurarles que su crítica, pese al desasosiego y el desencanto, no es otra cosa que participación política. El sistema democrático, que alguno llamará decadente e incluso dirá que es inexistente en nuestros lares, permite opinar, discrepar y escribir sin riesgo a ser perseguido por lo que se dice. A algunos les parecerá poco pero la libertad de expresión es parte de la esencia de la democracia y no creo que nadie la niegue en estas tierras.