ENTREVISTA Autora de 'Angela Merkel. Crónica de una era'

Ana Carbajosa: “Si Merkel se presentara a las elecciones, volvería a ganar”

Icíar Gutiérrez

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La pragmática. La estoica. La reflexiva. La racional. La buscadora de consensos. La negociadora incansable. La adalid de la austeridad. La de los giros de 180 grados. La primera mujer canciller de Alemania. La que ha tumbado a sus rivales, uno tras otro. La líder europea más relevante de los últimos tiempos. Es el retrato que construye la periodista Ana Carbajosa en su libro Angela Merkel. Crónica de una era (Península), donde sumerge al lector en la personalidad poliédrica, el periplo vital y el estilo singular de la mandataria alemana.

Después de 16 años en el poder, Merkel se despide tras las elecciones generales del 26 de septiembre, que se viven como decisivas y pondrán fin a una era, tanto dentro como fuera de Alemania. Carbajosa, que fue corresponsal de El País en Berlín coincidiendo con el último mandato de la canciller, se vale de su amplio conocimiento sobre el país y de decenas de entrevistas a personas que la conocen y la han acompañado para comprender mejor una figura política que, dice, “con sus aciertos y sus errores ha moldeado Europa, por acción y también por omisión, como ningún otro líder de la historia del siglo XXI”.

¿Por qué un libro sobre Merkel?

Porque es una figura política fascinante y muy atípica. Siempre me había interesado, desde que fui corresponsal en Bruselas y empecé a seguirla desde 2005. Pero cuando volví a Alemania en esa última etapa, en 2017, al verla de cerca y al ver su interacción con el sistema político alemán, me di cuenta de que era una persona muy interesante y de que su trayectoria había sido muy atípica.

Primero, por ser la primera mujer canciller de Alemania, pero también por venir de donde venía: del este de Alemania, del otro lado del telón de acero, y no entró en política hasta que no cayó el Muro de Berlín, con 35 años. Ella aterriza en la política como una marciana, en un partido muy masculino, de políticos del oeste y muchos padres de familia. Era una mujer divorciada, sin hijos, protestante, hija de un pastor protestante. Era una rareza. Y me fascinó intentar comprender cómo había encajado en el sistema político alemán, cómo había sido capaz de llegar hasta donde había llegado y de mantenerse en el poder durante cuatro mandatos consecutivos.

Usted destaca su pragmatismo desde el consenso, poco frecuente en la política, y los numerosos vaivenes en sus posiciones, como en la energía nuclear o el matrimonio gay. ¿Ha sido este rasgo su fortaleza o su debilidad?

Sin duda, ha sido una fortaleza para mantenerse en el poder. El haber sido capaz de escuchar y responder al sentir del electorado le ha permitido aglutinar a ese centro y a esa mayoría social. También, en parte, por las particularidades del sistema político alemán y por haber gobernado en tres grandes coaliciones con los socialdemócratas y con los liberales, que de alguna manera han sido los que han forzado muchos de esos cambios, aun siendo socios minoritarios. 

Pero hay mucha gente que también le achaca y critica que no tenga una gran visión, que actúe de manera reactiva y un poco a remolque de las encuestas y de lo que quiere la población, en lugar de tratar de imponer su visión y de acometer grandes reformas, aunque pudieran ser impopulares en un primer momento. Entonces, es un poco un arma de doble filo: arriesgas poco y, a la vez, eso te permite seguir avanzando y seguir estando ahí. 

De todas maneras, esa regla se ha quebrado unas cuantas veces. Por ejemplo, cuando ella decretó el apagón nuclear tras la catástrofe de Fukushima, que fue una decisión de mucho calado que, de hecho, ha hipotecado toda la política ambiental alemana. O, por ejemplo, durante la crisis de los refugiados, cuando decidió mantener abiertas las fronteras y entró más de un millón de demandantes de asilo. Y eso luego generó muchas tensiones políticas y sociales, y polarización. 

En el libro, retrata a la Merkel adalid de las políticas de austeridad tras la crisis de 2008, una de sus facetas más polémicas y que más descontento generó aquí en España. Se convirtió en una “villana internacional”, recuerda. ¿Cómo afectó esta posición a su figura? 

Se abrió una brecha, una herida que todavía no ha cicatrizado, sobre todo entre el norte y el sur de Europa. Luego vino la crisis de los refugiados, y la brecha fue más entre el este y el oeste. Evidentemente, las políticas de austeridad y ese aferrarse a la retórica de 'cumplidores' y 'derrochadores' lastraron a los países del sur y generaron una brecha importante.

Pero también, con el paso de los años, tanto sus detractores como sus partidarios consideran que, en definitiva, es una figura que ha tratado de mantener Europa unida en todo momento, incluso durante la crisis del euro. Porque ella también tuvo que soportar muchas presiones en casa, de la política nacional, sobre todo con los rescates y una posible salida del euro de Grecia.

Por el contrario, en España se alaba de su manera de entender la política su férreo cordón sanitario a la extrema derecha. ¿Qué pueden aprender otros líderes conservadores europeos?

Es Merkel y es el resto de partidos alemanes. Los partidos alemanes no colaboran ni mantienen ningún tipo de alianza con la extrema derecha. Es verdad que Alemania es un caso histórico, probablemente único, y se creía vacunado por la historia contra la extrema derecha, pero hemos visto que no es así. De momento, vemos en las encuestas que la extrema derecha no ha logrado engordar tanto como se pensó en un primer momento. Si miramos, por ejemplo, a Francia o a otros países europeos, evidentemente, los partidos populistas y de extrema derecha son mucho mayores.

En Alemania, entraron en el Parlamento con un 12,6% de los votos en 2017 y las encuestas ahora no les dan siquiera esa cifra. Han caído, en parte, por mérito propio –y porque tienen muchas peleas internas, porque durante la pandemia los ciudadanos buscaban respuestas y ellos por naturaleza son un partido protesta, incapaz de ofrecérselas–, pero también por el ostracismo político al que están siendo sometidos y a ese cordón sanitario que no les da aire, ni ninguna oportunidad política.

Pero también es verdad que sobre el terreno, sobre todo en el este de Alemania, hay muchas tensiones y hay partes del partido de Merkel, el ala derecha, que a nivel local no son tan firmes con el boicot a la extrema derecha. Será muy interesante ver lo que va a pasar cuando no esté Merkel con las relaciones entre la derecha y Alternativa por Alemania (AfD).

La "crisis de los refugiados" es un momento clave en la carrera de Merkel, cuando dejó entrar a miles de personas que habían huido a Europa –aunque después dio un giro impulsando el acuerdo con Turquía–. Dice que su decisión cambió el país para siempre y que la canciller salió muy debilitada. ¿Fue uno de los momentos en los que más se tambaleó su liderazgo?

Sí, desde luego. Para Merkel, la crisis de los refugiados supuso una crisis política enorme, también dentro de su partido, donde muchos todavía siguen sin digerir y sin aceptar lo que sucedió. Y creó un trauma que ahora mismo estamos viendo otra vez con Afganistán, cómo se repite el mantra de ‘no puede volver a suceder lo de 2015’, cuando muchos tuvieron la sensación de que el Gobierno, y Alemania, había perdido el control de lo que sucedía, de quién entraba y en qué condiciones. Y eso generó pánico político en muchos sectores, sobre todo del partido, además de dar alas a la extrema derecha, que acabó entrando en el Parlamento en 2017. 

Fue una crisis muy dura para Merkel. También fuera de Alemania, donde la acusaron de ir por libre, de no haberse coordinado lo suficiente con otros socios europeos. Fue un punto de inflexión muy importante.

Y, sin embargo, su reto más difícil le ha llegado ya de salida, la pandemia. ¿Cómo ha salido parada de su gestión?

Ella ha dicho que la pandemia es el reto más importante después de la Segunda Guerra Mundial. Ha dedicado prácticamente todas sus energías a la gestión de la pandemia. De alguna manera, por un lado, estaba especialmente preparada para abordarla: lo que más se valora de ella y donde más ha mostrado su habilidad política es en la gestión de las grandes crisis. Y esta parecía una hecha a su medida, en parte también por su formación, por ser física, por ser una persona que comprende muy bien las cifras y todos los procesos científicos. Ha escuchado mucho a los expertos. 

Pero, por otro lado, ha sido una crisis en la que las costuras del sistema federal alemán se han puesto a prueba y ha habido muchas tiranteces, porque cada estado federado estaba afectado de manera diferente y, además, está gobernado por un partido o una coalición de partidos de un color político distinto. A menudo, no han sido capaces de ponerse de acuerdo en las restricciones y en cómo se debía actuar, y a menudo han sido más laxos y menos restrictivos de lo que le hubiera gustado a Merkel. Ella no ha conseguido muchas veces imponer su posición más prudente y con más limitaciones para los ciudadanos.

¿Cuál ha sido el mayor acierto y el mayor error de Merkel?

Su mayor acierto ha sido el mantenimiento y la defensa de las instituciones y los principios democráticos, sin hacer excepciones. Este es un mensaje de firmeza que ha contribuido también a la estabilidad durante los últimos lustros en Alemania. El no dudar cuando se trata de defender los principios fundamentales.

En cuanto a errores, de alguna manera, en los últimos años, Alemania ha vivido un poco de las rentas y de la herencia de reformas que se habían hecho con anterioridad, antes de su llegada. Y eso ha hecho que no haya preparado lo suficiente al país para el futuro que espera. Por ejemplo, en temas de digitalización, cuyas carencias hemos visto durante la pandemia, o en temas ambientales, en los cuales, a pesar de la gran revolución energética, se podría haber hecho mucho más. También, en la polarización social, en parte a raíz de la crisis de los refugiados, que ha dado pie a un extremismo de derechas y xenófobo y a un incremento de las acciones violentas que no sé hasta qué punto se podía haber previsto o mitigado, pero desde luego ha engordado durante la era Merkel.

A pesar de todo, aunque su nombre no figura entre los candidatos, Merkel sigue siendo la política más popular del país. ¿Por qué?

Probablemente, si Merkel se presentara a las elecciones, volvería a ganar. Es, en parte, por haber sabido ocupar esa centralidad política. Ella pertenece a la centroderecha, pero dicen que ha socialdemocratizado su partido: lo ha llevado hasta el centro, hasta límites en los que resulta irreconocible. Y, en parte también por eso, la CDU tiene que encontrar ahora su identidad. Es un partido desnortado y descabezado con su salida. 

Pero también se debe a su personalidad. Es una persona que ha sabido transmitir sensación de estabilidad y, de alguna manera, los votantes se sienten a salvo con ella, consideran que no les va a engañar, que va a hacer lo posible por solucionar los problemas y confían en ella, por su manera de transmitir las cosas, porque trata a la población como adultos, les habla sin paños calientes, con un lenguaje muy directo y explicándoles lo que hay, también cuando son malas noticias, sin ocultar. Todo eso contribuye a que la gente sienta que está en buenas manos y confíen en la persona que les gobierna.

En el libro aborda el coste de un liderazgo como el suyo para los partidos alemanes. En la campaña, Laschet (CDU) se presenta como su sucesor natural, Scholz (SPD) intenta modelarse a sí mismo como un candidato de continuidad... ¿se ha convertido en una competición sobre quién se parece más a Merkel?

Totalmente. Aquí la competición es a ver quién es más Merkel. El candidato de su partido, Armin Laschet, es el candidato continuista y centrista, de alguna manera es una continuidad política de Merkel dentro del partido. El socialdemócrata Olaf Scholz pertenece también al ala más centrista dentro de su partido –la ejecutiva es mucho más izquierdista–. Además, no lo oculta. En la portada de la revista Süddeutsche Zeitung de hace unos días, Scholz sale haciendo el gesto del rombo con las manos de Merkel, como diciendo 'yo soy Merkel'. Merkel ha salido estos días a desmentirle, diciendo que ella como canciller no pactaría con Die Linke (La Izquierda). 

Los tres candidatos en liza, incluida Annalena Baerbock de los Verdes, son bastante centristas, no representan a los extremos ni en el fondo de su política, pese a sus diferencias, ni en las formas. No son políticos que antagonicen e intentan seguir la estela moderada, pausada y reflexiva, esa huella que ha dejado Merkel. Como estamos viendo en estas elecciones, esta huella es muy profunda, un estilo político muy singular.

Prometen ser unas elecciones emocionantes. ¿Quién cree que será el nuevo canciller? 

Es muy difícil, porque, a cuatro semanas, las elecciones alemanas nunca habían estado tan abiertas. Es verdad que ahora la socialdemocracia va bastante por delante en las encuestas, pero también al principio eran los Verdes y luego fue la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Pueden pasar muchas cosas, y sobre todo, dependerá de las negociaciones para la formación de gobierno, algo que puede llevar semanas y meses, porque los alemanes pactan un acuerdo de coalición con medidas concretas y son negociaciones muy exhaustivas.

No hay que olvidar también que Merkel va a estar ahí hasta que haya gobierno. El otro día, un político dijo en el Parlamento que, en Navidades, Merkel seguirá ahí, y es posible. Va a depender mucho de esas negociaciones, de qué partidos consigan ponerse de acuerdo y eso definirá quién va a ser el nuevo canciller alemán. Pero ahora mismo está muy abierto.

En los últimos 16 años no se ha movido nada en la Unión Europea sin el visto bueno de Berlín, como recuerda en su libro, donde destaca que es una negociadora incansable. ¿Qué cabe esperar en la UE tras la marcha de Merkel?

En la UE se abre una etapa de incertidumbre con la salida de Merkel. Alemania es el país más poblado y la primera economía de la zona euro, sus decisiones van a seguir teniendo un peso enorme esté quien esté. Pero con Merkel se va, de alguna manera, la memoria viva del Consejo Europeo. Ella es la que conoce perfectamente la mecánica de las negociaciones, las dinámicas de poder: quién cedió cuándo y cuándo le toca recibir algo a cambio. Para muchos países, también es una garantía. Algunos políticos europeos me decían que cumple. Es una persona de la que se fían, porque cuando dice que sí, es que sí, y cuando dice que no es que no.

De repente, va a haber un vacío que evidentemente se llenará y va a haber un periodo de transición en el que habrá que ver cómo se recoloca Francia, Emmanuel Macron, que además también tendrá elecciones [en abril de 2022]. Va a ser un momento muy interesante en el que, además, se tienen que redefinir reglas fiscales y la política de asilo común, que no llega a pactarse, pero que cada vez es una urgencia mayor. La salida de Merkel va a ser un momento clave para la construcción europea.

¿Cómo cree que será recordada? ¿Qué legado va a quedar de la era Merkel?

Todavía estamos demasiado cerca de todo lo que ha pasado para poder ver en qué ha quedado. Pero hablando con políticos europeos de distintos partidos te dicen que se la recordará como alguien que peleó hasta el final por mantener a Europa unida con sus aciertos y sus errores, que es una europeísta convencida que trabajó por el consenso y el compromiso. Los efectos, y hasta qué punto contribuyó a mitigar los conflictos o ejerció de espoleta, los iremos viendo según evolucione Europa.

También resalta su liderazgo femenino en un mundo de hombres. Le devuelvo la pregunta que se hace en el libro. ¿Es Angela Merkel feminista?

Ella reniega de la etiqueta de feminista y dice que hay otras mujeres que han luchado por los derechos de las mujeres y que, por tanto, merecen mucho más que ella, la clásica evasiva merkeliana en la que evita definirse y adscribirse a ninguna etiqueta. Pero más allá de la terminología, sí es verdad que ha ido adquiriendo con los años, como tantas mujeres que han llegado al poder, conciencia de la desigualdad. Por ejemplo, en un principio ella se oponía férreamente a las cuotas, y al final, en parte por iniciativa otra vez del SPD, han salido adelante para las empresas. Se ha ido haciendo más consciente de que no habrá igualdad si no hay políticas decididas y claras, de que la igualdad por sí sola no va a llegar. 

Y luego, por otro lado, al margen de cómo se autodefine ella, hay toda una generación de niños y niñas en Alemania que han crecido con una jefa de gobierno al frente y para ellos es lo natural. No hay que subestimar también el papel que ha jugado como referente para toda una generación de alemanes, y me atrevo a decir global. Además, con un estilo muy propio y en el que viene a decir que se puede ser política y se puede ser mujer de muchas maneras, y no hay una sola manera de serlo.

¿Tienen razón los que la describen como la mujer más poderosa del mundo?

Es mucho decir, pero sí que es claramente una líder muy influyente y de las más influyentes, como se reflejaba continuamente en las encuestas globales de opinión.

Y después de su adiós ¿qué? Usted dice que 16 años después, la Merkel persona “todavía es un enigma”. 

Ella todavía no ha desvelado qué hará. Da algunas pistas, por ejemplo, que quiere descansar y dormir más (risas). Alguna vez ha dicho que todas esas universidades que la han condecorado y la han nombrado honoris causa escucharán oír hablar de ella cuando deje la política. Tiene 67 años y se ha ganado el derecho a descansar. Siempre dice que ella no nació canciller y que no tiene ningún problema con dejar la política.