La guerra se cebó con su familia y ahora ella lucha por la democracia afgana

Emma Graham-Harrison

La familia de Zakia Wardak se ha ido reduciendo y separando a lo largo del conflicto bélico en Afganistán. Los soldados soviéticos mataron a su padre cuarenta años atrás. Veinte años más tarde, los soldados estadounidenses capturaron y torturaron a su marido. El verano pasado, su hermano fue asesinado en la capital.

A pesar de todas estas desgracias, ella nunca ha perdido la esperanza. De hecho, tras la muerte de su hermano, algunos familiares que viven en el extranjero le imploraron que se fuera a vivir con ellos. Sin embargo, ella está convencida de que Afganistán puede cambiar y que todavía puede volver a ser el pacífico país de su infancia.

Es por este motivo que ha dado un tímido paso adelante para entrar en el peligroso y notoriamente corrupto sistema político afgano y aspira en convertirse en parlamentaria.

“Vemos situaciones injustas, muchas de las cuales afectan en especial a los más jóvenes”, indica Wardak, una exitosa ingeniera que prácticamente cerró su negocio hace unos años para luchar por la promoción de la salud y los derechos de las mujeres. “Si ocupas un escaño en el parlamento puedes defender las opiniones de los ciudadanos”.

Tiene escasas posibilidades de éxito. De hecho, ni siquiera está claro que las elecciones del 30 de octubre, que se consideran una prueba para ver si sería posible convocar elecciones presidenciales en primavera, llegarán a celebrarse.

Estas polémicas elecciones ya llevan más de tres años de retraso. Algunos líderes de la oposición consideran que todavía deberían postergarse más ya que quieren que se introduzcan controles biométricos para verificar la identidad de los votantes. Aunque no lo han hecho público, las autoridades ya han asumido que los comicios no podrán celebrarse en una provincia clave, Ghazni oriental, y no se han molestado en informar a los votantes o dar una explicación.

Unas elecciones teñidas de sangre

Si las elecciones se celebran en otros puntos del país, tanto los votantes como los candidatos podrían ser blanco de ataque de grupos violentos. Por otra parte, es muy probable que los resultados estén manipulados.

“Si los resultados no están amañados probablemente conseguiré el escaño pero me preocupa qué puede pasar durante la jornada electoral”, indica Wardak en una entrevista celebrada en las oficinas de la campaña: “Está en juego mucho dinero; se presentan candidatos ricos y candidatos que cuentan con el apoyo de grupos con agendas muy distintas”.

Y, sin embargo, no es la única que piensa que el país puede tener un sistema democrático, aunque no sea perfecto, y que es posible vencer los poderosos intereses ocultos que se han ido tejiendo. Forma parte de una ola de candidatos, en su mayoría jóvenes profesionales y empresarios, que se postulan a pesar de que esto represente una amenaza a su seguridad y a pesar de que el parlamento haya demostrado ser ineficaz y corrupto.

Muchos de estos candidatos, entre ellos, el empresario Hamed Warasta, de 33 años, alcanzaron la mayoría de edad después de la derrota de los talibán en 2001. “Ha llegado la hora de que los jóvenes tengan voz en Afganistán”, explica desde la sede del conglomerado empresarial que ha sido capaz de construir y que suministra desde papel hasta uniformes militares. El emprendedor, un exrefugiado, tuvo una infancia llena de privaciones.

“En algún momento tendremos que dejar de depender de nuestros mayores. Ha llegado el momento que les demostremos, también al país, lo que somos capaces de hacer”, señala.

Los comicios se celebrarán en un momento complicado. El país se ha visto sacudido por olas de violencia extrema, y con cifras récord de muertes de civiles y de soldados; hasta el punto de que la cifra de soldados muertos se considera información clasificada.

Los talibanes controlan más zonas del país que en ningún otro momento desde su derrota y representan una amenaza para otras partes de Afganistán donde todavía no se asientan.

En agosto, las milicias arrasaron durante días la ciudad de Ghazni, a sólo 44 millas de Kabul, mientras la indecisión y la incompetencia paralizaban al Gobierno.

Mientras, ISIS ha teñido de sangre a un país que hasta ahora se había librado de esta lacra.

Si bien ahora hay más interés en entablar negociaciones de paz que en años anteriores, tanto por parte de los afganos y de Estados Unidos, su aliado, como por parte de los talibanes, estos esfuerzos se han ido diluyendo a medida que se acerca la jornada electoral. Los talibanes tienen menos incentivos para negociar con una administración que podría ser reemplazada en meses y, por otra parte, las negociaciones representan un riesgo para los cargos que se presentan a estas elecciones.

La posibilidad de ataques dificulta la campaña. Dado que los ataques más recientes han ido dirigidos contra escuelas y clubes deportivos, los mítines representan una grave amenaza tanto para los candidatos como para los asistentes. El alquiler de espacios y la contratación de servicios de seguridad son caros en una ciudad donde 800 candidatos compiten por menos de 40 escaños. Así que Wardak, que describe su campaña como “activismo de base”, pretende reunirse con figuras influyentes de la comunidad en pequeños grupos y ha organizado a voluntarios para llegar hasta los posibles votantes.

“Intento llegar a mis votantes hablándoles cara a cara y explicándoles qué he hecho en el pasado”, explica: “También cuento con el apoyo de muchos jóvenes que van puerta por puerta y explican mi trayectoria y los principales puntos de mi programa electoral, así como con un grupo de personas mayores que van a la mezquita para transmitir que soy la candidata idónea, y con profesionales que hablan con otros profesionales”.

Un clima de miedo y confusión

Por encima de este clima de confusión y de miedo en torno a las elecciones parlamentarias están las presidenciales del año próximo. El presidente Ashraf Ghani fue investido en 2014 ras un improvisado pacto no exento de polémica después de un sondeo empañado por acusaciones generalizadas de fraude electoral.

Nadie espera un resultado transparente esta primavera, ya que está en juego el control sobre el país. Según Transparency International, Afganistán es uno de los países más corruptos del mundo, y los sectores con poder e intereses no dudarán en invertir enormes sumas de dinero en las campañas.

De hecho, la implantación de un nuevo sistema de registro de votantes sugiere algunos movimientos poco transparentes ya que según el think tank Afghanistan Analysts Network, que recabó las estadísticas del nuevo padrón electoral, la cifra de personas registradas es “demasiado buena para ser cierta”.

Entre los detalles que llevan a desconfiar de estas cifras, destaca el entusiasmo sin precedentes por votar en áreas conservadoras donde tradicionalmente la participación ha sido baja y donde muchos centros de registro no pudieron abrir debido a la violencia.

“Algunos de los índices más altos de inscripción se dan en algunas de las provincias más inseguras”, indica el analista Scott Worden. “En cuatro de estas provincias, Paktia, Nimruz, Nangarhar y Nuristan , se han registrado el 100% de las personas con derecho a voto”.

A pesar de todo ello, los países occidentales que están financiando estas elecciones aseguran que se celebrarán tanto las elecciones parlamentarias como las presidenciales. Si no se celebran unas elecciones que sean creíbles para la comunidad de donantes, podría peligrar el apoyo militar y económico al país.

“Todo el mundo coincide en que no van a ser perfectas”, indica un diplomático de alto nivel: “Sin embargo, creo que serán mejores de lo esperado.

Es fácil afirmar que los próximos años serán claves para Afganistán. Los extranjeros que han realizado breves visitas militares y diplomáticas han abusado de esta afirmación, en un contexto de despliegue y posterior repliegue de soldados.

Lo cierto es que hace tiempo que el país se encuentra al borde de la catástrofe. “Odio la expresión ‘periodo crítico’. Hasta donde puedo recordar, el país siempre ha tenido una situación complicada, indica un ex agente de seguridad afgano.

Violencia y pobreza

El conflicto ha azotado el país desde 1979 y la violencia se ve exacerbada por la pobreza, el analfabetismo, la producción industrial de opio y la adicción generalizada. La guerra civil ha tenido tantos giros que hay pocos enemigos que no hayan sido aliados en el pasado, o aliados que no hayan sido enemigos.

Estados Unidos apoyó a los muyahidines por considerar que defendían la libertad cuando luchaban contra los soviéticos; ahora sus herederos, el talibán, están llevando a cabo una feroz yihad contra las fuerzas estadounidenses. Mientras tanto, se acusa a Rusia de armar a los insurgentes, aunque Moscú niega estar financiando a las milicias.

Si bien esos ciclos de violencia a menudo han alimentado la desesperación, la historia también puede ayudar a promover la paz. Estados Unidos está cansado de la que se ha convertido en la guerra más larga de su historia, y sus aliados occidentales también han llegado a la conclusión de que, a pesar de su clara superioridad económica y tecnológica, tienen que abrir puentes de diálogo con el talibán.

“Nadie ganará por la vía militar”, indica un diplomático occidental de alto nivel. Cuando han pasado diecisiete años desde que el ejército de Estados Unidos invadió Afganistán, esta afirmación parece una obviedad. Sin embargo, solo hace cinco años que Barack Obama aseguró que “la guerra en Afganistán había llegado a su fin” y David Cameron utilizó la expresión “misión cumplida”.

El Gobierno afgano lidia al mismo tiempo con la progresiva pérdida de control territorial y con la creciente impaciencia de Estados Unidos. En este contexto ha hecho varias propuestas a los insurgentes y ha declarado un alto el fuego unilateral que ha propiciado una respuesta talibán durante la festividad musulmana de Eid al Adha.

Se trató del primer cese del conflicto desde 2001 y fue muy bien recibido por la población.

Durante tres días, los guerreros talibanes inundaron las ciudades para comprar helados y los habitantes de las ciudades con vínculos con el gobierno regresaron a sus hogares en zonas controladas por los insurgentes a las que no habían podido regresar en años.

Este gestó demostró que los talibanes pueden controlar a sus combatientes y que las personas comunes y corrientes de ambos bandos anhelan el cese de la violencia. Ahora, tienen que esperar poder celebrar unos comicios seguros y tener unos líderes, nuevos o renovados, que puedan hacer que el futuro sea como esos tres días de paz.

Traducido por Emma Reverter