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Pantallas con propaganda y falta de servicios básicos: el día a día en el Mariúpol ocupado por Rusia

Un mes después del fin del asedio de la planta siderúrgica Azovstal de Mariúpol, que marcó la toma de control sobre la ciudad costera por parte de Rusia, la vida continúa sin acceso a los servicios básicos. Los que no huyeron y se han quedado atrás están en gran medida aislados del mundo exterior, con una conexión limitada a teléfonos móviles e Internet.

“Era peor que el infierno. No hay palabras para describirlo”, dice Vladimir Korchma, de 55 años, que hasta que huyó de la ciudad siempre había vivido allí y trabajaba como mecánico en una fábrica. “No teníamos ni gas ni electricidad. Solo los afortunados tenían agua”. Se fue de la ciudad a finales de mayo.

Korchma, un hombre corpulento de ojos azules penetrantes, habla frente al centro de ayuda de Kiev para quienes huyen de Mariúpol. El centro, que proporciona comida y apoyo para encontrar un alojamiento, es el primer destino para muchos de los que han abandonado la ciudad.

El hombre muestra imágenes que ha guardado en su móvil de un edificio de viviendas destruido. Como muchos otros habitantes de la ciudad, tiene la necesidad de mostrar el impacto de la invasión rusa en su vida. “Era nuestro hogar”, dice Korchma, señalando la pantalla. “Ahora está en ruinas. Nunca me habría imaginado que me iba a quedar sin casa a los 55 años”.

Pantallas con propaganda

El contacto con su hermano y otras personas que se quedaron en Mariúpol es muy difícil, pero no imposible, según asegura. El proveedor de Internet y teléfono Kyivstar dejó de funcionar a finales de marzo, y Korchma explica que su hermano tiene que caminar hasta las afueras de la ciudad para encontrar cobertura.

Rusia ha querido llenar el vacío de información existente en Mariúpol llevando a la ciudad capturada furgonetas con grandes pantallas incorporadas. Los “complejos informativos móviles”, como los llama Moscú, reproducen trozos de noticias de la televisión estatal y tertulias políticas en las que los expertos apoyan la invasión.

“Han colocado esas pantallas alrededor de todas las plazas principales”, dice Katerina, que pide que el reportaje no incluya su apellido porque se encuentra actualmente en la ciudad fronteriza rusa de Rostov del Don, tras abandonar Mariúpol el 6 de mayo. “Cuando mi madre y yo hacíamos cola para conseguir comida y agua, nos obligaban a escuchar historias sobre cómo nos liberaban de los nazis”.

Los medios de comunicación estatales rusos han anunciado con entusiasmo que el cartel de bienvenida a Mariúpol ha sido sustituido por uno pintado con los colores de la bandera rusa. “La desnazificación ha sido un éxito en Mariúpol”, escribió Vladimir Solovyov, uno de los principales presentadores de la televisión estatal rusa.

Riesgo de enfermedades

Otras noticias llegadas desde la ciudad, incluso de quienes apoyaron la guerra, han descrito un panorama mucho menos halagüeño. Meses después de que el Kremlin afirmara tener un control casi total de Mariúpol, los medios de comunicación rusos han hecho poco por ocultar el terrible estado en que se encuentra la localidad.

“Los vecinos de la destruida Mariúpol están cocinando caldo de palomas en hogueras en su patio”, informó la cadena estatal rusa NTV desde la ciudad a finales de mayo. Gran parte de la ciudad carece de electricidad y agua, según aquellas informaciones.

Mientras tanto, el deterioro de la situación sanitaria y la falta de medicamentos empeoran la situación. De vuelta al centro de ayuda, Oleh dice que poco antes de huir de la ciudad el 2 de mayo, llevó a su hermano pequeño al dentista porque desde hacía semanas, mientras se refugiaban de los bombardeos bajo tierra, sufrió un intenso dolor de muelas.

El dentista se había quedado sin anestesia. “La infección dental se estaba extendiendo, así que no pudieron quedarse de brazos cruzados. Le sacaron la muela sin anestesia. Mi hermano no podía parar de gritar”, dice Oleh.

Ahora existe el temor de que el cólera y otras enfermedades mortales puedan matar a muchas más personas, mientras hay cadáveres sin recoger y empieza a hacer calor. “El hedor en la ciudad era muy intenso dondequiera que fueras”, recuerda Katerina.

Los vídeos publicados en el canal de Telegram 'Mariupol Now' –creado por un voluntario ucraniano para sacar información de la ciudad– muestran escenas perturbadoras. En una imagen particularmente espantosa, que según el canal fue tomada hace unos días, se ven decenas de cadáveres tirados en un aparcamiento.

Petro Andryushchenko, asesor del alcalde ucraniano de Mariúpol, calculó recientemente que habían muerto 22.000 personas en los dos meses de combates, mientras que una persona que coordina los entierros en la ciudad dijo a The Guardian que la cifra podría acercarse a los 50.000.

“Es cinco veces peor que el final de la URSS”

Aunque los separatistas prorrusos han prometido reconstruir la ciudad para convertirla en un “centro turístico”, la economía parece estar paralizada, con largas colas para conseguir comida y ayuda humanitaria en todas partes.

“Piensa en el final de la Unión Soviética, pero cinco veces peor”, dice Tatiana, de 54 años, que abandonó Mariúpol en abril pero ha estado en contacto con su hermana y su madre, que siguen allí.

Tatiana indica que poco después de la llegada de los separatistas prorrusos, los “ocupantes” prometieron a los habitantes que les pagarían sus pensiones pendientes. Según el relato de Tatiana y de otras personas, muy pocos han recibido algún pago. Afirman que los líderes prorrusos ordenaron que solo pudieran solicitar las prestaciones los que han cambiado sus pasaportes ucranianos por los rusos. Los separatistas prorrusos habían anunciado anteriormente que habían empezado a entregar pasaportes rusos en Jersón y Melitópol, dos ciudades ocupadas al oeste de Mariúpol.

Ayuda psicológica

Anna Chasovnikova, psicóloga del centro de ayuda, describe sus sesiones de terapia con los que han huido de Mariúpol como un “flujo interminable de dolor”. “Uno de los mayores problemas es que a la gente le cuesta aceptar que sus vidas pasadas se han desvanecido para siempre. No pueden mirar hacia adelante”, dice Chasovnikova, que abandonó la ciudad al principio de la guerra.

Reconoce que, a pesar de ser una psicóloga experimentada, a menudo le resulta difícil ayudar a sus pacientes, que acuden a ella con historias “inimaginables en el siglo XXI”. “¿Qué dices cuando una chica te cuenta cómo su padre voló por los aires delante de ella mientras el hombre celebraba su cumpleaños?”.

Chasovnikova cuenta que a sus pacientes también les cuesta entender por qué un país que muchos consideraban un vecino amistoso “podía hacer algo así”. Mariúpol, situada a solo 60 kilómetros de la frontera rusa, es una ciudad mayoritariamente rusófona con estrechos vínculos económicos y familiares con Moscú. “Al final les digo que estas son las acciones de un presidente esquizofrénico. Y tal vez no tenga sentido tratar de entenderlo”, dice la psicóloga.

El centro de ayuda ha llevado a cabo sesiones diarias de terapia asistida con animales. Una familia se sienta en círculo, acariciando a un perro de raza abradoodle que está contento. “Ayuda a los niños y a sus padres a olvidar el pasado, al menos durante una hora”, dice Chasovnikova.

“Nos lo han arrebatado todo”

En Mariúpol quedan unas 90.000 personas, frente a las 500.000 que había antes de la guerra. Muchas de las que se han quedado son demasiado mayores para irse o no querían abandonar sus hogares. “Los ucranianos están muy apegados a sus pertenencias”, dice Chasovnikova. “Algunos de los que se quedaron simplemente no querían dejar sus casas”.

Pero también hay cierto resentimiento hacia los que han optado por quedarse y tienen sentimientos prorrusos. Nadia, exentrenadora de boxeo en Mariúpol que se marchó a Kiev en marzo, explica que conocía a varios hombres que formaban parte de su gimnasio que dieron la bienvenida a los soldados rusos y se quedaron. “Que lo disfruten”, dice.

A Korchma, el maquinista, y a otros que se trasladaron a Kiev, les espera un camino largo e incierto. Aunque está agradecido por la vivienda que se les ha proporcionado en la capital, reconoce que “anhela” poder regresar a su ciudad natal. “Allí teníamos un proyecto, construimos una vida. Las cosas no eran perfectas, pero funcionaban”, dice. “Nos lo han arrebatado todo”.

Traducción de Emma Reverter

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