Como una mujer libre

25 de noviembre de 2025 11:18 h

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Los que las despreciáis mandándolas callar en una conversación de sábado por la noche, los que las agredís con el gesto, con la mirada, con la mano, con esa soberbia acomodada, los vociferantes y los voxiferantes, los neutrales con los hombros encogidos por el peso de vuestra propia necedad, los reproductores de un pasado lleno de prejuicios que continuáis transmitiendo a vuestros descendientes, los incapaces de distinguir el sujeto del objeto, los fines y los medios, vosotros que vivís en esa sombría hombría, errónea y errática, asesina y visceral, debéis abandonar toda esperanza salvo la de la posibilidad de la ternura, la de la visibilidad de la vida, la de la fortaleza del llanto, la de la intensidad de una mano abrazando un cuerpo y no ahogándolo con sus deseos.

Los hombres y mujeres cuya importancia de ser hombres y mujeres se desvanece en esta lucha incierta, pero inexorable, enfrentamos hoy sin temor el horizonte que confluye en vuestro cielo vertical. Lo bello es difícil, pero no imposible. Si Stendhal era capaz de resumir una noche de amor en un punto y coma, toda la rabia del mundo se resume en la lágrima de una mujer amedrentada, intimidada, vaciada, anulada. Y todo el entusiasmo de ese mismo mundo cabe en la palabra libertad. En el silencio de tantos años, en la costumbre de tantos daños está la fortaleza contra el matonismo de esa hombría sombría. Y nosotros, llamados hombres, debemos empezar a romper con ella para poder reconstruir esta travesía arcaica, rancia y ancestral.

Los que las sometéis de palabra, de obra y de omisión, los que pensáis que Eva sigue siendo costilla, los que miráis hacia otro lado porque aún no sois capaces de ver que solo hay un lado tenéis que entender que el siniestro orden de las cosas lleva en su interior el luminoso desorden de la rebeldía. Este es un combate contra el miedo, contra la indolencia, contra la sumisión, contra la costumbre, contra el prejuicio, contra el seguidismo, contra la herencia viscosa del machismo, ya sea evidente o invisible. Quien ahora levanta la mano furibunda, la misma con la que acarició el pecho de su madre y la enlazó dedo a dedo con la de sus hermanos. La que aquella noche de cine adolescente buscaba otra que encajase, y más tarde acunó al niño que aún cabía en su palma. Quien ahora levanta esa mano, real o imaginaria, debe saber que la única sangre que soporta es la que irriga en su epidermis un torrente en el que habitan la caricia, el cuidado y la ternura. Y si no es digno de la vida que ella ofrece, conseguiremos que no la vuelva a levantar nunca. Ni una muerte más, ni otro nuevo infierno porque sabemos que anudando las manos asesinas creamos más caricias contra el miedo. 

Cuenta Natalia, la hija de Manuel Bartolomé Cossío, que una noche volviendo de un concierto junto con Francisco Giner de los Ríos, este se quedó unos pasos por detrás de ella y al volverse para preguntarle la razón por la que se detenía, él le respondió: “Porque me gusta verte andar. Andas como una mujer libre”.

Todos deberíamos andar como una mujer libre, especialmente nosotros, para enfrentarnos de una vez por todas a nuestra inercia testicular, a nuestra neutral desidia, tan neutralizante, a nuestro secular acomodo, a nuestra incondicional condición de hombres. Deberíamos avanzar y ponernos a su altura repitiendo: si tú fuerte, yo también, si tú luz, yo su reflejo, si tú hablas, yo perplejo, si tú rezas, yo el amén. Si tú sueñas, yo despierto, si tú angustia, yo consuelo, si tú estrella, yo en el cielo, si tú rosa, yo su huerto. Si tú siempre, yo el ahora, si tú nunca, yo presente, si tú existencia, yo ausente, si tú el ocaso, yo aurora. Si tú eres mil, yo soy cien, si tú verso, yo la rima, si tú cueva, yo su sima, si tú fuerte, yo también. Hay que hacerlo porque el transitar de las mujeres por la historia no ha sido ni poético ni justo. Castigadas, intimidadas, humilladas tan solo por pretender caminar libres tienen que soportar, además, a los canallas de la sospecha.

En un breve cuento titulado El encaje roto, la escritora Emilia Pardo Bazán aborda la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres. Publicado en 1897 está considerado como el primer cuento de la literatura española en enfrentar el tema de la violencia machista a través de la vivencia de una mujer de clase media y su boda por conveniencia con un hombre adinerado. Cuando el obispo le pregunta si acepta al hombre por esposo ella responde: “No” causando estupor en todos los presentes, más aún al negarse a revelar el motivo que la llevó a tomar esa decisión. Lo que ocurrió fue que, durante la ceremonia, el encaje del vestido de la novia se enganchó en una puerta y se rompió. Lo decisivo para ella fue la reacción del novio, que le permitió percibir en él rasgos agresivos de su carácter que no había descubierto durante el noviazgo. Su cara escondía violencia y detrás de ella aparecía su verdadera personalidad, así que decidió no casarse con él. No dio más explicaciones, solo dijo que una mujer es “libre de cambiar de opinión”. Una afirmación que en esa época podría parecer impensable y que en la nuestra, siendo pensable y evidente, no siempre sucede.

Vivimos en tiempos de regresión que requieren espacios de insistencia, que exigen decir lo que hay que decir, repetir y reivindicar con fuerza la evidencia de que una mujer es libre de cambiar de opinión, sin más explicaciones que ejercer su derecho a ser libre. 

Sin embargo, el nuevo orden mundial que nos acecha (tan viejo) exige la eliminación del feminismo porque las huellas de la igualdad bloquean las pisadas de sus matones. El fecundador Elon Musk, el abusador Donald Trump, el carajolibertino Javier Milei o el reconquistador Santiago Abascal pretenden destrozar el camino que otras desbrozaron exigiendo que las mujeres sean relegadas a la fecundación, a la dominación, a la insignificancia o a la cosificación.

Igualmente hay que dar luz a la invisibilidad de la violencia de género contra las mujeres mayores en las que su edad resulta un agravante que las hace más vulnerables. Un Estudio sobre esas mujeres mayores de 65 años coordinado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género constata que experimentan una discriminación de género superior a la de las mujeres jóvenes, así como una mayor invisibilidad. No debemos olvidar que en el caso de las mujeres de más edad incluso los encajes que parecieron no romperse tuvieron rasgos de insurgencia. No podemos olvidar a las que instaladas en las migajas de sus sueños sabían que cerrar los ojos era su fortaleza irreductible, como ahora al abrirlos, hasta dañarse las arrugas, dibujan con su mirada retrospectiva la parábola de un corazón. Y esos años de sombra que fueron luz, afloran de repente mientras circunda la sonrisa entre sus labios y se sienten exploradoras de un futuro digno. Vivieron cielos más nublados y otras tormentas en las que se jugaban y se juegan la vida, pero neutralizaron cada momento insuficiente desde la conformidad rebelde y la determinación frágil. Nunca la palabra encajar, en el sentido de poner en un cajón, contuvo tanta necesidad de ruptura.

Hoy no es un día más pero tiene que ser un día menos, una lágrima menos, una agresión menos, un temblor menos, un machista menos. Ojalá que algún día no sean necesarios días como este 25 de noviembre, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, con el fin de denunciar la violencia que se ejerce sobre las mujeres en todo el mundo y reclamar políticas en todos los países para su erradicación. Este año se pone el foco en la trata de mujeres y niñas vulnerables que sufren coacción, abuso o engaño un fenómeno muy próximo ya que en España en 2024 se dictaron 30 sentencias condenatorias por trata, 28 de ellas relacionadas con explotación sexual, y los Cuerpos y Fuerzas de seguridad del Estado liberaron a cerca de 1.800 mujeres, detuvieron a 966 personas y desarticularon 110 redes dedicadas a este delito. En La Rioja se han detectado 59 mujeres con indicios de trata y al menos 9 prostíbulos y 42 pisos. Y en esta forma de esclavitud la responsabilidad interroga a los llamados “consumidores” de prostitución que no son otra cosa que esclavizadores e intimidadores en espera de que una ley formalice su delito.

Mientras tanto, si queremos cambiar la vida es necesario cambiar de vida y las mujeres siguen avanzando por la igualdad de derechos, pese a las noches que parecen eternidades de desesperanza. Porque las mujeres ya son mar en busca de su playa, urge soñar con lo que no existe puesto que lo que existe resulta agotador si no hay utopías en el horizonte que nos permitan andar como una mujer libre. 

“Yo soy una radical feminista. Creo que todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujer…”, decía Emilia Pardo Bazán hace más de un siglo. Ahí nos tenemos que encajar todos. En plural. Sin género, ni dudas.