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La piedra que tropezó dos veces con el mismo hombre

Erase una vez una piedra trashumante.

La piedra, que no tenía muy claro si venía de familia caliza o arenisca, se había cansado del estatismo de la cantera en la que nació. Nada nuevo ocurría por aquellos lares, y sus horas pasaban una tras otra, ahondando las estrías que el maldito viento trazaba en su superficie.

El inmovilismo dominaba la vida en su comunidad, sólo interrumpida por las visitas esporádicas de alguna planta rodadora. Un día, harta de vislumbrar siempre el mismo horizonte, decidió convertirse a la trashumancia.

Aprovechó entonces las ráfagas del viento, otrora un incordio, y se dejó empujar. Vio entonces a un hombre parado en la estepa. “Estará descansando”, pensó. Ante la mirada intimidatoria del hombre, decidió seguir su camino.

En su travesía, la piedra conoció otras realidades y acumuló experiencias. Supo entonces que mejorar la vida en su cantera pasaba necesariamente por un cambio de actitud.

Pasado un tiempo que no podía calcular, emprendió el camino de vuelta con el firme propósito de contagiar a las otras piedras con su espíritu ambulante. El viento le llevó al mismo paraje de la estepa, donde encontró al mismo hombre, que permanecía inmóvil e interrumpía la corriente que la llevaba a casa.

“Hola, hombre. ¿Por qué no te mueves? ¿Acaso estás herido?”, le preguntó al ver que no le cedía el paso.

Él, dirigiéndole de nuevo su mirada intimidatoria, respondió: “Fuera de aquí. Soy un hombre, y no tengo por qué moverme. Así que apártate de mi vista, piedra inútil y tosca, que no me dejas contemplar el horizonte”.

Nuestra protagonista cedió ante la actitud déspota del hombre y esperó hasta que una brisa repentina la deslizó hacia otra ruta. Aun con esas, lejos de amedrentarse, la piedra se reafirmó en que la acción es el motor del cambio. El hombre era tan antropocéntrico que pensaba que la piedra tenía que apartarse para él. Ante cualquier obstáculo, se limitaba a esperar que éste se moviera con el viento o desapareciera enterrado por la arena. A la piedra le sorprendió que un hombre con piernas y pies para caminar fuese tan inmovilista como la cantera de la que ella había huido.

De camino a casa, reparó en una certeza incómoda. Si conseguía convencer a otras piedras y finalmente abandonaban la cantera, se volverían a cruzar con ese hombre. Él estaría siempre allí con su postura firme y su actitud inalterable.

El hombre era el mayor obstáculo en la búsqueda del cambio.

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Moraleja: Las mordazas son un intento de modificar el continente y preservar el contenido. Para sus promotores, es el escenario el que debe ser reestructurado. En lugar de cooperar con el entorno, su actitud permanece inalterable; porque son los obstáculos los que se quebrantan. Y, mientras se esmeran en anular las ansias reformistas de algunas piedras, ellos se perpetúan, sentados en su estepa, mirando a un horizonte que esperan siga siendo el mismo.

Somos la piedra que tropezó dos veces con el mismo hombre.

Erase una vez una piedra trashumante.

La piedra, que no tenía muy claro si venía de familia caliza o arenisca, se había cansado del estatismo de la cantera en la que nació. Nada nuevo ocurría por aquellos lares, y sus horas pasaban una tras otra, ahondando las estrías que el maldito viento trazaba en su superficie.