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Lo revolucionario: Pensar y actuar

“Yo, pensar ¿para qué? No quiero complicarme la vida, lo que me faltaba, bastante tengo con lo mío”. Esta expresión, tristemente, se oye con frecuencia, sobre todo, en la gente sencilla, empobrecida y obrera.

A veces, les digo que “lo mío” no es tal, sino que están viviendo lo que otros han decidido que vivan: Su paro, su trabajo “de mierda”, la posibilidad de perder su trabajo, el tener que sacar sus hijos de la universidad, las listas de espera en sanidad y un sinfín de cosas.

Al final, les insto a que piensen un poco, porque lo que no se piensa por sí mismo, otros lo hacen por ti y no precisamente por tu bien; si no para utilizar a las personas y luego, tirarlas.

Nuestro contexto actual se caracteriza por la ausencia de pensamiento, de reflexión, de meditación. La vida, nuestra vida, lleva un ritmo trepidante, lo que hoy es noticia, mañana deja de serlo, siempre deprisa, la vida cambia rápidamente e intensamente, nos sentimos perdidos, el sufrimiento y el miedo del día a día hace que nos refugiemos en los ansiolíticos, precisamente para no pensar.

No nos paramos durante un tiempo para pensar qué estamos haciendo, dónde vamos, por qué actuamos de una manera determinada, cuáles son nuestros valores, qué queremos hacer de nuestra vida.

Recuerdo una conversación donde un joven decía con orgullo que vestía como quería y la otra persona con cariño le dijo: “No vistes como quieres, sino como la moda te dicta”. Era la época donde empezaban los pantalones rotos.

Según el Diccionario de la Real Academia de la Legua Española pensar significa “considerar o discurrir, reflexionar, examinar”, por eso, toda revolución comienza con una pregunta “¿Por qué?”, y cuando pensamos y buscamos respuestas podemos llegar al convencimiento de que hemos pensado lo que las clases sociales adineradas han querido que pensáramos.

Podríamos llegar a averiguar cuáles son los mecanismos sociales, económicos, políticos, religiosos, culturales, mediáticos, militares etc que hacen que nosotros acabemos justificando las injusticias, las guerras y las violencias, el racismo y la xenofobia y la falta de libertad, legitimando a los líderes corruptos, dictadores y llenos de ambición y poder, desconfiando de la gente que quiere un mundo más humano y humanizador.

Necesitamos pensar hacia dónde vamos nosotros, hacia dónde va la humanidad, nos dejamos llevar y ni siquiera sabemos hacia dónde nos dirigimos, otros sí lo saben y no tienen ningún escrúpulo en utilizar todo aquello que nos haga pensar lo que ellos quieren, incluidos la clase política y los medios de comunicación.,

Lo más contrarevolucionario es no pensar y ese no pensar nos lleva muchas veces a la meta que han diseñado las élites sociales adineradas: A conclusiones equivocadas, al desánimo y, sobre todo, a la desesperanza, a agachar la cabeza y conformarnos con el mero hecho de que respiramos y, por tanto, vivimos.

El pensamiento crítico nos lleva descubrir las mentiras, los engaños, las apariencias, los argumentos falsos y como consecuencia de todo esto, actuar, desde la sensibilización, la concienciación, la movilización y la transformación.

Por todo esto, hay que ser libre en el pensamiento y eso nos permite abrirnos al mundo, a la naturaleza, a los demás. Para vivir, hay que ser libre en el pensamiento y traducirlo en nuestras conductas y comportamientos, rompiendo los muros del miedo, el egoísmo y la obediencia.

Si queremos ser revolucionarios, tenemos que pensar y actuar para decepción de los controladores de la opinión pública. Es verdad que ellos tienen todos los medios, lo único que nosotros tenemos es nuestra vida, nuestros testimonios y compromisos, nuestra dignidad y que a pesar de los miedos, seguimos caminando por las sendas de la libertad, la paz y la fraternidad.

Lo dicho, toda revolución comienza con la pregunta del ¿por qué? Seguimos caminando con dignidad y sin rencor.

“Yo, pensar ¿para qué? No quiero complicarme la vida, lo que me faltaba, bastante tengo con lo mío”. Esta expresión, tristemente, se oye con frecuencia, sobre todo, en la gente sencilla, empobrecida y obrera.

A veces, les digo que “lo mío” no es tal, sino que están viviendo lo que otros han decidido que vivan: Su paro, su trabajo “de mierda”, la posibilidad de perder su trabajo, el tener que sacar sus hijos de la universidad, las listas de espera en sanidad y un sinfín de cosas.