Algunas claves biológicas y hormonales para saber tratar con adolescentes

Sara Luque

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Ahora mismo en una casa cualquiera de una familia cualquiera un adolescente entra en su habitación y cierra de un portazo después de tener una discusión con sus padres porque no le dejan salir hasta tarde, porque quiere hacerse un piercing en el ombligo y no le dan permiso o porque ha suspendido una asignatura debido a que –no le cabe duda– el profesor le tiene manía. Mientras, sus padres no entienden por qué esa persona a la que creían conocer se ha convertido en alguien altivo y que anda siempre a la defensiva.

La adolescencia es ruidosa, intensa, incomprensible, muchas veces combativa y a ratos muy molesta para quienes lidian con ella en casa o en las aulas. ¿Qué tiene esta etapa vital que tanto cuesta a los adultos comprender? ¿No hemos sido todos adolescentes antes de llegar a la edad adulta? Para David Bueno, doctor en biología y profesor e investigador en la Universidad de Barcelona, la falta de entendimiento entre adolescentes y adultos tiene que ver con cómo se construye la memoria y con las diferencias entre los cerebros de unos y otros. En su recién publicado libro El cerebro del adolescente (Grijalbo, 2021), Bueno analiza el comportamiento de los jóvenes de esta edad a través de la observación de la configuración cerebral en esos años y su reflejo en la conducta.

La principal dificultad a la que se enfrentan las personas encargadas de la educación y los cuidados del adolescente es que ha llegado ese momento en que ya no pueden tratarlos como niños, pero tampoco como adultos. “Los niños son más fáciles de manejar porque están siempre pendientes de su entorno y los adultos estamos empoderados para funcionar por nosotros mismos. Los adolescentes están ensayando la vida de adultos sin haber sido nunca adultos; les falta toda la experiencia pero ya no son niños. Si los tratamos como niños nos van a rebotar porque están buscando su espacio de independencia. Si les damos toda la independencia como a un adulto, pueden meterse en un berenjenal. Es como jugar al juego de la cuerda; el truco para ganar es tirar y soltar un poco. Hay que tratarlos casi como niños pero soltando de vez en cuando”, explica el autor.

Desde un punto de vista sobre todo conceptual pero también genético y molecular, según narra David Bueno en el libro, la adolescencia es a la especie humana lo que la metamorfosis a algunas especies animales. Un momento de profundos cambios físicos y neuronales que tiene sus raíces en la biología y la genética.

Motivación y descanso, claves

En la adolescencia adquiere especial importancia la presencia de motivaciones, actividades que les llenen y les lleven a la búsqueda de objetivos vitales con los que construir una imagen de posibilidades para su futuro. Esto es así, según explica David Bueno, porque están en un momento de grandes preguntas existenciales y reflexiones sobre lo que son, lo que quieren ser y cómo conseguirlo. De ahí que el papel de madres, padres y profesionales de la educación como ayudantes en esa búsqueda sea fundamental para que los adolescentes no caigan en lo que se conoce como apagón emocional.

“La motivación genera sensaciones de bienestar, permite una maduración más armónica del cerebro y lo energiza. Les podemos ayudar generando espacios con estímulos, no sobreestimulándolos, no haciendo que hagan más de lo que pueden hacer, porque ser adolescente es muy cansado debido a los altibajos hormonales. Pero sí hay que generar un ambiente en casa o en el centro educativo donde puedan permitir que aflore su auténtico yo, el que están intentando descubrir. Que hagan las cosas no solo por obligación, sino porque están convencidos, por motivación. Cada vez que se motivan se activan las redes neuronales de motivación y eso las fortalece, lo que implica que les va a ser más fácil motivarse durante el resto de su vida”, comenta Bueno.

Tan importante como mantener a un adolescente motivado es dejarle descansar. Para esos sábados y domingos durmiendo hasta casi el mediodía también hay una explicación de origen biológico. Y es que, tal y como se narra en este libro: “Cuando los adolescentes no duermen lo suficiente, se inhibe parcialmente la poda neuronal, que es el proceso de eliminación de conexiones neuronales, imprescindible para que maduren sus comportamientos y alcancen la madurez plena”.

Indefensión ante el estrés

Cuando una persona se encuentra ante una situación de estrés, su cuerpo libera cortisol, la a veces denominada “hormona del estrés”, pero también entra en juego otra menos conocida, llamada tetrahidropregnanolona, encargada de mitigar la ansiedad producida por el estrés. Una especie de sedante natural que se empieza a producir alrededor de treinta minutos después de haber vivido un suceso estresante. En la adolescencia, sin embargo, no solo los niveles de cortisol son más altos de por sí, provocando estados de mayor ansiedad e ira, sino que la tetrahidropregnanolona tiene exactamente el efecto contrario que en una persona adulta: no relaja, sino que aumenta la ansiedad.

Tal y como explica David Bueno: “Como los adolescentes tienen que afrontar por primera vez situaciones de adulto sin tener la experiencia, tienen que estar siempre más alerta por si acaso; por eso su nivel de estrés es un poco más elevado. Si además hacemos cualquier actividad que les estresa todavía más, rápidamente pueden llegar a niveles de estrés crónico, ya sea moderado o agudo, que es perjudicial para la construcción del cerebro. No permite que reflexionen bien y dificulta todas las funciones cerebrales que les van a permitir llegar bien a la juventud y a la edad adulta”.

Además de estas cuestiones hormonales, los ritmos de vida actuales, marcados por un aumento del sedentarismo y por la cultura de la inmediatez, junto a las consecuencias de la pandemia, han contribuido también a situar a los adolescentes en una posición de indefensión ante el estrés y la ansiedad.

“Hay un incremento social generalizado de las prisas. La tecnología digital acelera todos los procesos y hace que percibamos la realidad como algo que tiene que ser inmediato y no aprendemos a demorar. Los adolescentes no saben gestionar esto bien porque no han madurado todavía. La pandemia ha hecho esto todavía más grave por dos motivos. Por un lado, la incertidumbre: no saber si mañana van a ir al instituto o estarán confinados en casa, si podrán ver a sus amigos, si los exámenes serán telemáticos o presenciales. Por otro lado está el hecho de que no hayan podido socializar suficientemente con sus iguales. El cerebro adolescente busca desesperadamente socializar con otros adolescentes; es la forma que tienen de encontrar iguales. Porque están en las mismas condiciones y porque va a ser con ellos con los que van a establecer la sociedad del futuro”, detalla David Bueno.

Según el Ministerio de Sanidad, en 2020 la atención hospitalaria a personas de entre 10 y 24 años por autolesiones llegó a las 4.048 consultas, casi cuatro veces más que hace veinte años, cuando la cifra se situaba en 1.270. Tras la pandemia, el suicidio se ha situado como la principal causa de muerte no natural entre los jóvenes de 15 a 29 años, además de haber incrementado notablemente también los intentos frustrados.

“El estrés mal gestionado lleva en todos, pero más en adolescentes, a sensaciones de estar sobrepasados. Puede provocar tristeza aguda, depresión y algo que ha aumentado mucho y de lo que se habla poco, como son las tentativas de suicidio, que se han incrementado brutalmente. Por eso es tan importante mantener ambientes relajados, estimulantes pero sin que se sientan sobrepasados por las circunstancias o por su entorno, porque si entran en este bucle de estrés es difícil sacarlos. Su misma biología, sus propias descargas hormonales, se encarga de mantener este circuito de estrés en marcha”, apostilla el autor.