Hoy quiero hablar bien de Esperanza Aguirre

De los muertos siempre se habla bien, y los muertos políticos no son excepción: cada vez que un gobernante se marcha, hasta sus detractores enfundan por un rato la navaja y destacan sus aciertos, por pocos que sean, como muestra de respeto. Yo llevo años sacudiendo a Aguirre, pero hoy es día para ser compasivo y contar también las cosas buenas que hizo, que en una carrera tan larga no todo iban a ser ranas corruptas y destrozos neoliberales.

A ver, por dónde empiezo: entre otras cosas positivas, Aguirre hizo la… el… o sea… A ella le debemos… Será siempre recordada por… Gracias a ella, los madrileños disfrutamos de… ¿de qué? Vaya… Pues no caigo, pero tiene que haber algo bueno en más de treinta años en política. Voy a repasar su biografía, verán cómo sí.

Paso por alto sus primeros años de concejala, que no se le recuerda ninguna medida memorable. Tampoco como ministra de Educación y Cultura, donde por no hacer, no hizo ni siquiera una reforma educativa, que ya es difícil (aunque igual eso sí se lo debemos agradecer, que no rompiese nada). Y de su breve etapa de presidenta del Senado, pues más de lo mismo, que la Cámara Alta da para lo que da.

Así que miremos sus nueve años como presidenta madrileña, que es su verdadera obra política. Según dijo ella misma al dimitir en 2012, de lo que estaba más orgullosa era del bilingüismo escolar. Vaya. El bilingüismo. Mejor busco otra cosa, que soy padre sufridor de ese disparate educativo, y no quiero estropear mi buen propósito.

El otro tema del que siempre ha presumido es la sanidad. “Yo estaba inaugurando hospitales”, dice cada vez que le reprochan que no vigilase la corrupción. Ya. No digo que no, eh. Me encantaría reconocerle sus hospitales, si no fuera porque convirtió la sanidad en un negocio que ha resultado tan lucrativo para los contratistas como ruinoso para los usuarios. Por si fuera poco, hay más que sospechas de que la construcción de hospitales fue otra vía de comisiones y financiación ilegal.

Espera, están también las infraestructuras, ¿no? Que en sus años de gobierno corrió el cemento a lo grande y transformó la Comunidad más que en décadas. ¡Las autopistas radiales! Esas en las que Aguirre se empeñó… todas hoy en quiebra y a espera de rescate público. Ah, pero qué me dicen del Metro, cómo olvidarla con su casco y chaleco reflectante inaugurando estaciones y líneas. Pues vaya, resulta que el juez Velasco también ha puesto bajo sospecha la ampliación del Metro, a cargo de las mismas empresas que pagaban comisiones por pura rutina. Atentos, que habrá sorpresas también ahí.

Venga, algo bueno podremos decir de Aguirre en su despedida, ¿no? Por ejemplo, que ganó elecciones con mayorías históricas. Oh, espera, que sus campañas electorales estaban dopadas con financiación ilegal. ¿Y qué me dicen de su decisión de dimitir? Eso la honra como política, pues no es costumbre en España. Sí, es cierto, salvo que dimitas tres veces, que entonces ya parece una broma.

De verdad que lo he intentado, pero nada. No encuentro nada relevante que agradecer a Aguirre. Su paso por la política fue devastador, dejó millones de damnificados que hoy bailan sobre su tumba política. Su nombre quedará ligado a la corrupción. Las pocas cosas buenas que se puedan decir de ella, están también contaminadas. Y si queda algo intacto, no descarten que sea porque aún no se ha investigado suficiente.

Pero espera, que sí, que me acabo de acordar de algo bueno para agradecerle, una deuda que siempre tendré con ella y nunca olvidaré: que me lo pusiera tan fácil, a mí y a tantos columnistas. Aguirre era un filón. La echaré de menos. Gracias.