No es país para liberales

La palabra “liberal” (no su contenido) se acuñó en España, que nunca la puso realmente en práctica, pese a tener durante tiempo un Partido Liberal, el de Sagasta, que no era tal. En la democracia recuperada nunca un partido que se haya presentado como liberal ha tenido éxito en una política, una sociedad y una economía que es oligárquica. Que sólo a duras penas fomenta la competencia. Y porque la UE nos ha obligado a ello.

Aparece ahora Ciudadanos, como partido liberal. O más precisamente, socio-liberal, una tradición que estaba arraigada en el Partido Socialista (Indalecio Prieto, “socialista a fuer de liberal”, y desde 1976 en dirigentes como Miguel Boyer, los Fernández Ordóñez e incluso Felipe González). Hay que recordar, con el filósofo en su “Idea de los castillos”, que democracia, liberalismo y socialismo no son conceptos antagónicos, sino que responden a preguntas distintas. ¿Quién detenta el poder? ¿Hasta dónde puede llegar ese poder? (la respuesta es mucho más intrusiva ahora que en el siglo XIX) ¿Y qué hacer con ese poder?

Esto no tiene nada que ver con el neoliberalismo que, siguiendo a Robert Nozick (Anarquía, Estado y Utopía, de 1974) se propone minimizar lo público para dar un poder con muy pocos límites a los mercados. Por el contrario, el socioliberalismo se propone corregir a los mercados, su funcionamiento y sus efectos, cuando es necesario. Un nuevo ejemplo, en Ciudadanos (y otros): la renta complementaria para quienes no alcancen el salario mínimo anual.

Sin embargo, el calificativo de “liberal”, es, tras el de “socialista” (13,3%), el que más (12,6%) prefieren los ciudadanos, según el Barómetro del CIS por encima de “conservador” (11,1%), “progresista” (9,7%) o “socialdemócrata” (7,3%). Y en la UE con 67 de 751 diputados, el Grupo de los Demócratas y Liberales por Europa, en el que están integrados los cinco de C's, forman el cuarto de la Eurocámara. Claro que algunos liberales han cambiado. Los liberales alemanes actuales tienen poco que ver con los de la época de Genscher. Y han pagado su radicalismo.

Aún así, lo liberal no cuaja en España. Este no es país para liberales. La derecha española nunca ha sido liberal, sino oligárquica. Domina lo que el sociólogo brasileño y exministro de Lula Roberto Mangabeira Unger llamó para España un “mercantilismo plutocrático”. La prueba es que en este país se privatizaron empresas antes de liberalizar sectores (con continuidad en los gestores, algo que no pasó en las privatizaciones de la neoliberal, esa sí, Margaret Thatcher). O la pérdida de independencia de los supervisores que ha supuesto la creación de la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia (CNMC).

A muchas grandes empresas españolas no les gusta la competencia, aunque en algunos sectores se han visto obligadas a ello, para bien de todos. Incluso hubo uno, el de las eléctricas, que logró que se le concedieran lo que se llamó “costes de transición a la competencia”, pese a ser ésta muy limitada. El mejor ejemplo de liberalización han sido las telecomunicaciones, aunque los costes de acceso a Internet sean en España muy superiores a los generalmente vigentes en el resto de Europa.

No obstante, estas empresas poco liberales en casa están muy acostumbradas a la competencia en el extranjero donde son muy competitivas. Pero intentan cerrar la puerta nacional a esa competencia, sobre todo por parte de empresas extranjeras. Aunque la UE vigila. De hecho, la pertenencia a la UE ha sido y sigue siendo el factor más dinamizador de la competencia en España.

Como ya he dicho en otras ocasiones, el fomento de la competencia –un shock de competencia- puede ser una de las políticas más progresistas que se puedan impulsar en España, entre otras cosas porque baja precios y favorece la innovación y el emprendimiento. En este sentido, Felipe González fue mucho más liberal que José María Aznar.

No se requiere muchas más empresas según las actividades, sino una verdadera pluralidad en competencia, y abrir las posibilidades a los emprendedores para entrar en sectores ocupados. Que ahora haya menos bancos en España no significa necesariamente que haya menos competencia en el sector. Sobre todo si se vigila (ahora la vigilancia la asumen Bruselas y Fráncfort). Es verdad que el tejido empresarial español tiene un exceso de pymes y que se requiere un mayor grado de concentración de éstas que impulse no sólo la competencia, sino la inversión en innovación. También la izquierda debe comprenderlo. Algunos lo han comprendido. Cabe incluso añadir que la competencia no estaría reñida con la idea de un fondo soberano español.

El caso es que estamos viendo crecer un partido liberal en una España no liberal. Un experimento interesante que está obligando a redefinirse a los demás. Veremos.