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Opinión - PP: la osadía de culpar a otros de corrupción. Por Rosa María Artal

Alvise Pérez y la venganza de los memes ultras

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La antipolítica es como una droga y el camello más reclamado de los últimos tiempos responde al nombre de Alvise Pérez. Como agitador de la ultraderecha, utilizó hábilmente la pandemia en su beneficio. Era una época en que la gente consumía conspiraciones con pasión a falta de otras fuentes de entretenimiento disponibles. Sólo ya eso le dio un nutrido grupo de miles de ávidos seguidores. Lo que no estaba en las previsiones era que convirtiera ese apoyo en votos. Las encuestas adelantan que será elegido europarlamentario en las elecciones del 9 de junio y que es muy posible que ese no sea el único escaño que obtenga la candidatura a la que ha llamado “Se acabó la fiesta”.

Para llegar a ese nivel, Pérez tira por todo lo alto. Ya no se conforma con acusar a Pedro Sánchez de ser un dictador o una especie de Gran Hermano totalitario como aparecía en las octavillas que se veían en las concentraciones de la calle Núñez de Balboa, en Madrid, durante el confinamiento. Un mandamiento de la antipolítica es que todos los políticos son unos corruptos o están a punto de serlo. Eso incluye a Vox, el partido del que el CIS calcula que sale uno de cada cinco de sus votantes.

Él estaba en la periferia de las redes de apoyo a Vox y otras causas de la extrema derecha, aunque jugando por libre. Había colaborado con la organización ultra Hazte Oír en algunas de sus campañas. En mayo de 2023, convocó una concentración de acoso a una clínica de Madrid que realiza abortos. En realidad, estaba labrándose una reputación, porque esos actos se llevan a cabo desde hace tiempo.

Por su obligación de hacer marca, movilizó a sus seguidores en las manifestaciones ultras de Ferraz ante la sede del PSOE. En una de esas romerías, llevó a un grupo numeroso hasta el Congreso donde se sentó en el suelo ante el cordón policial y luego se largó a casa no fuera que la cosa se calentara. Es decir, antes de que empezaran las cargas policiales. Cómo se iba a quedar si ni siquiera tiene maña para correr.

El personaje es fácilmente ridiculizable, hasta por ultras que le consideran un cobarde, pero su éxito en redes sociales, no. Cuenta con 478.000 seguidores en el canal de mensajería Telegram y 839.000 en Instagram. Vox se acerca a esos números en Instagram (738.000), pero está muy lejos en el primer caso, 44.000. Pérez se mueve en cifras muy superiores a las de los partidos políticos y medios de comunicación.

Alvise Pérez da a su público lo que este le pide. Los mecanismos psicológicos que favorecen la propagación de teorías de la conspiración le son útiles de la misma forma que en Estados Unidos han supuesto un rentable modelo de negocio para Alex Jones y otros como él. La dieta goza de un valor indudable, porque es la mejor forma de que sus receptores se convenzan de que tienen razón.

Estudios psicológicos han relacionado a esos clientes con la llamada tríada oscura: narcisismo, maquiavelismo y psicopatía. Este último término hay que entenderlo no en un sentido clínico, sino como conducta antisocial, ausencia de empatía y egoísmo. La arrogancia es más difícil de eliminar en un individuo que la ignorancia o la estupidez.

Los creyentes eligen su menú informativo con la intención de que les confirme sus ideas o prejuicios. Alvise y otros les dicen que las feministas quieren dominar a todos los hombres, que los partidos son maquinarias para extender la corrupción en todos sus niveles o que España es un gran país que sólo necesita mejores políticos para prosperar. En esto último, calcan los mensajes en redes sociales de Arturo Pérez Reverte, con lo que hay que suponer que cuentan con mucho arrastre.

La idea de que la culpa es de los demás por elegir a esos políticos siempre ha tenido mucho éxito. Es una manera perfecta de sostener que la responsabilidad no es tuya, sino de esos borregos.

El avance de políticas progresistas desde 2018 y el fracaso del PP en las urnas han hecho calar en la derecha y la extrema derecha la idea de que el sistema político está trucado, un eco de lo que afirman los republicanos en EEUU. No conciben que la izquierda siga en el poder a no ser que entren en escena conspiraciones y juego sucio. La deslegitimación del Gobierno, que es uno de los elementos básicos del discurso del PP y de Vox, alimenta también a personajes que quieren hacer caja y aumentar su fama al presentarse como los rivales más feroces de los enemigos de España.

La vulgaridad es otro elemento que resulta atractivo, aunque solo sea para distinguirse de los políticos profesionales. “No somos las furcias de nadie”, dice Pérez, y se supone que eso resulta gracioso a sus adeptos.

En una entrevista en abril, Alvise elevó la apuesta para superar los eslóganes habituales en la extrema derecha. Quiere tumbarlo todo. Afirma que “instituciones que parecían eternas caen de la noche a la mañana y se derrumban”. Recuerda que cuando militaba en UPyD y luego en Ciudadanos tenía ideas “reformistas”. Ahora está más por dinamitarlo todo: “Yo con 34 años ya no pienso eso. Pienso que el sistema tenemos que destruirlo y construir algo nuevo y limpio desde cero”.

Las posibilidades de derribar el sistema con un puñado de europarlamentarios no son muy grandes. Pérez se vende como un gran cruzado en la lucha contra la corrupción, por mucho que no está personado en ningún procedimiento judicial ni ha desvelado ningún escándalo que haya llegado a los tribunales. Sostiene que él fue el que sacó a la luz el caso Koldo sin ninguna prueba sólida. Llama corruptos a jueces y fiscales y dice que los medios de comunicación “son básicamente mercenarios del poder”.

Niega la acusación de que se dedique a extorsionar a algunas personas para que le cuenten trapos sucios de los políticos: “Amenazo a corruptos y les digo: o te conviertes en una ardilla (el símbolo de su candidatura) por las buenas o por las malas”. Eso suena bastante autoincriminatorio.

No oculta que su primera intención al buscar el escaño en Bruselas es conseguir el aforamiento de los parlamentarios ante el Tribunal Supremo y dificultar al menos dos causas penales que tiene pendientes por difundir documentación judicial o falsificada. Sus bulos ya le han costado varias condenas judiciales, ahora pendientes de recurso o de la repetición del juicio, como es el caso de la condena a indemnizar con 60.000 euros al exministro José Luis Ábalos.

Su escaño lo tiene casi asegurado. La encuesta de El País le da el 2,5% de los votos y uno o dos escaños. La de El Mundo, un 3,5% y dos puestos. El CIS eleva su porcentaje de forma espectacular a entre un 4,9% y un 5,7%, sin hacer asignación de escaños, y la deja como quinta fuerza política por encima de Ahora Repúblicas (ERC, EH Bildu y BNG), Podemos y Junts.

Ha pasado algún tiempo desde que era recibido con alegría por las redes sociales cercanas a Vox o cuando La Razón lo llamaba “ciberazote de la izquierda”. Ahora desde Vox, se le acusa de ser un traidor, porque la mayoría de sus votantes vendrá de Vox o de la abstención a la que el partido le gustaría llevar a las urnas. “Un pedazo de corrupto tremendo y no es Robin Hood. Muy chungo”, ha dicho la diputada Cristina Esteban. “Lo conozco personalmente, he estado reunida con él y es chungo de pelotas”.

El frikismo y los bulos hacen menos gracia cuando te restan votos.

Un columnista de The Objective hasta ve la mano de Pedro Sánchez en el ascenso de la formación de Alvise o en el alto porcentaje que le concede el CIS. Suena al máximo elogio que se puede hacer a alguien metido en el mundo de las conspiraciones. Que le acusen de formar parte de otra conspiración. Es el mercado de la manipulación y los bulos en que vivimos y en el que hay algo que es seguro. Siempre hay público para este tipo de espectáculos. Y ahora también votos.