La portada de mañana
Acceder
Sánchez impulsa una regeneración que incluye una reforma del Poder Judicial
La fumata blanca de Sánchez: cinco días de aislamiento, pánico y disculpas al PSOE
Opinión - ¿Y ahora qué? Por Marco Schwartz

Noticia servida automáticamente por la Agencia EFE

Los huérfanos de Buttigieg, perdidos en el Día D

EFE

San Francisco (EE.UU.) —

0

Fueron meses debatiéndose entre varios candidatos, de seguimiento de innumerables debates y de la última hora de la actualidad política, y finalmente, a principios de febrero, Ben Corbeil tomó una decisión: apoyaría a Pete Buttigieg. Pero 48 horas antes de que le tocara acudir a las urnas, Buttigieg abandonaba la carrera presidencial.

“Fue una sorpresa mayúscula. Sabía que podía no llegar hasta el final, ¿pero dejarlo antes de California? Me chocó”. Corbeil, que se jubiló recientemente y vive junto a su pareja en el histórico distrito gay de San Francisco, el Castro, ha dedicado los últimos dos días a encontrar una alternativa al exalcalde de South Bend (Indiana).

Parece que finalmente la elegida será la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren, que ya había sido su primera opción durante gran parte del año pasado, pero no fue fácil, puesto que a estas alturas de la carrera, Corbeil ve en el exvicepresidente Joe Biden -a quien nunca antes había prestado atención- el mayor muro de contención ante el resultado que no quiere de ninguna manera: una victoria de Bernie Sanders.

Su caso no es único en San Francisco. Aunque según las encuestas, Buttigieg recababa apoyos más bien moderados en el conjunto de California (de en torno al 11 %), el primer aspirante presidencial abiertamente gay de la historia de EE.UU. tenía en esta ciudad una legión de seguidores, que este supermartes andaban huérfanos y perdidos.

De hecho, en el Castro, como en el conjunto de San Francisco, Buttigieg es el candidato presidencial que más donaciones ha recibido a lo largo de la campaña (351.000 dólares han salido de este barrio para engrosar las cuentas de la campaña del exalcalde), en claro contraste con el resto de California, donde Sanders ha sido el gran beneficiado.

“Varias personas han venido preguntando si pueden cambiar sus papeletas de voto”. Lo explica Kevin Ako, responsable de mesa en uno de los centros de votación más elevados -literalmente- de la ciudad, en un garaje particular situado al final de una cuesta en la intersección de las calles Collingwood y 21 del Castro.

Son muchos los electores que vienen de casa con el voto ya listo, puesto que en San Francisco, además de al candidato presidencial, hoy se votan también muchas otras cosas, desde iniciativas legislativas hasta primarias para cargos locales y para la representante local en el Congreso -puesto que actualmente ocupa Nancy Pelosi-, por lo que rellenar la papeleta a conciencia puede llevar varias horas.

Si estos electores que llegan al centro de votación “con los deberes hechos” y solo tienen que depositar el voto habían marcado como preferencia a un candidato que se ha retirado, como Buttigieg o la senadora Amy Klobuchar, pueden explicar lo sucedido a la mesa y Kevin o su compañera Aubrey les proporcionarán una papeleta nueva.

Distinto es el caso de los cientos de miles de californianos que ya votaron por correo, una modalidad cada vez más habitual en el estado. “Ha habido una persona que nos ha preguntado si podía cancelar el voto que envió la semana pasada. Le hemos dicho que lo sentimos mucho, pero que por supuesto eso es imposible”, asegura Ako.

A las diez y media hora local, Corbeil ya ha votado, y finalmente lo ha hecho por Warren. Pese a sus reticencias con Sanders, dice que si este termina haciéndose con la nominación demócrata, votará por él antes que por Donald Trump. “¡Ni se te ocurra dudarlo!”, responde indignado, medio en broma, medio en serio.

Mientras baja la empinada cuesta que lleva hasta el colegio electoral, se cruza con un hombre mayor, ataviado con pantalones cortos, gorra y riñonera, como listo para hacer ejercicio, que sube jadeando con gran esfuerzo.

Al ver que Corbeil lleva la pertinente pegatina de “Yo voté” (“I voted”) en la camiseta, le pregunta: “¿Es ahí arriba?”. “Sí, en lo alto del todo”. “Bien, me alegro de no estar haciendo esto en vano”, responde el hombre, que prosigue su ascenso con la kilométrica papeleta electoral plegada en la mano.

Marc Arcas