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Nosotras y la ciudad

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Ayer tarde volví a enamorarme. Se llama Juani. Es de La Oliva, en el Polígono Sur, de toda la vida. Y no me cautivaron sus ojos, preciosos y expresivos, ni su sonrisa, franca y abierta. Me conquistó su carácter optimista, su determinación, su capacidad para el sacrificio, su generosidad y su ilusión inagotable, a pesar del paso del tiempo. Me cautivó su orgullo de clase y su ideario feminista, no impostado, nacido de forma natural de sus circunstancias vitales y familiares.

Me enamoré de Juani. Y de Nati. También de La Zamorana, de Toñi, de Maribel, de Manoli, de Carmen, de Julia y de todas sus vecinas y compañeras en la lucha vecinal durante los últimos 50 años en las calles de los barrios de la periferia de nuestra ciudad.

Me conquistaron desde la pantalla, con sus testimonios de vida expuestos en el documental Ellas en la ciudad, de la arquitecta y urbanista Reyes Gallegos, que se cruzó ayer en mi vida cuando volvía de Madrid en tren, entre la salida por Villaverde Bajo y la llegada a casa por Pino Montano y el Polígono de San Pablo.

Desde mi cómodo asiento, a más de 250 kilómetros por hora, me emocioné y sonreí repasando con ellas sus vidas en una ciudad, en unos barrios, tan distintos y tan parecidos a los que hoy rodean la capital centrífuga a la que miramos constantemente, olvidándonos de donde vivimos la mayoría. Como decían los hermanos Amador, de Pata Negra, hace ya cuatro décadas, “Sevilla tiene dos partes, dos partes bien diferentes: una la de los turistas y otra donde vive la gente”.

Esas mujeres, nuestras madres, aquella generación de niñas que sufrió toda la vida el machismo, que empezaron a trabajar muy pronto para ayudar a la familia y se quedaron sin cole ni formación, que se crio en la dictadura y vio que la llegada democracia daba libertad a todo el mundo menos a ellas, se sintió atrapada en pisos baratos construidos en mitad de la nada. Y, a partir de esa nada, edificaron todo lo que se levanta sin ladrillos: comunidad, derechos, servicios, instalaciones públicas.

En los años 70 se construyeron en Sevilla más de 50.000 viviendas en la periferia, en tierra de nadie, en manzanas rodeadas de campo y albero. 9.000 pisos en el Polígono Sur y 11.000 en el Polígono San Pablo a partir de 1968; 10.000 en Parque Alcosa y otras tantas en San Diego desde 1972; y 12.000 mil más entre Rochelambert, Amate y Pino Montano en 1975. Espacio para más de 100.000 parejas jóvenes y decenas de miles de niños pequeños.

Los que, como yo, nacimos en aquella época, hemos ido al colegio y al instituto, hemos jugado en parques y campos de fútbol, hemos aprendido a montar en bici en esas aceras, hemos ido al médico siempre que nos hemos puesto enfermos y hemos acompañado de la mano a nuestras madres a la compra. Lo hemos hecho todo con naturalidad, sin darle importancia, asumiendo que eso era lo normal. Pero cuando ellas llegaron a aquellos barrios, recién casadas, no había nada de eso. Ni aceras, ni ascensores, ni colegios, ni centros de salud, ni mercados de abastos o galerías comerciales.

Ojalá sus vidas, y con ellas su testimonio y su memoria, se prolonguen aún mucho tiempo para que no perdamos de vista que es al Estado, a las administraciones públicas (que somos todos de forma organizada) a quien hay que reclamar que atienda nuestras necesidades sociales. Nuestra educación, nuestra sanidad, nuestras infraestructuras y servicios

Todo lo reclamaron, lo reivindicaron, lo exigieron. Y todo lo consiguieron. Unidas, solidarias. Y sin dejar de atender y cuidar a sus maridos, hijos y nietos. En el proceso, aprendieron y crecieron. Fueron a centros de adultos para poder leer y escribir, y a los centros cívicos y sociales que habían promovido para relacionarse y organizarse. ¿Se puede definir mejor a un superhéroe? ¿A una heroína? ¿Para cuándo una serie de Marvel o Disney sobre esta generación de mujeres?

Ahora, desde la fase final de sus vidas, muchas de ellas ya viudas y bisabuelas, miran hacia atrás en la película con orgullo y con satisfacción, con nostalgia por lo vivido y con pena por la energía y vitalidad que ya ven reducida. Lo hacen mientras disfrutan de sus logros. La piscina, la asociación de mujeres, el teatro, las calles más accesibles, el autobús que las lleva al centro o a otros barrios.

Pero ayer, al terminar el documental, me surgió una duda que no resuelve la cinta. ¿Cómo nos ven ellas ahora a nosotros? ¿Cómo ven que nos ubicamos nosotros en la ciudad? Mi sensación, me gustaría que Juani o Julia me dieran su opinión, es que los de mi generación consideramos todos esos servicios como algo natural, que siempre ha estado y estará a nuestra disposición. Y los más jóvenes, aún peor, empiezan a ver su deterioro y el riesgo de perderlo pero se revuelven contra el culpable equivocado.

¿Verán ellas igual que veo yo cómo la ultraderecha nos está envenenando para temer al extraño, al recién llegado, sin motivo alguno? ¿O cómo el fascismo inocula a nuestros hijos e hijas el rencor hacia sus abuelos y abuelas, hacia esa generación de luchadoras, culpándoles por disfrutar ahora de todo lo labrado y sembrado con el sudor de su frente y las llagas de sus manos?

Ojalá sus vidas, y con ellas su testimonio y su memoria, se prolonguen aún mucho tiempo para que no perdamos de vista que es al Estado, a las administraciones públicas (que somos todos de forma organizada) a quien hay que reclamar que atienda nuestras necesidades sociales. Nuestra educación, nuestra sanidad, nuestras infraestructuras y servicios. Que la opción no es recortar y tener que elegir, privatizar lo común para que sólo se salve el que pueda pagárselo mientras un puñado de elegidos se enriquece.

La solución es que Ayuntamiento, Comunidad Autónoma y Gobierno funcionen bien, con honradez y eficacia, para gestionar de la mejor manera nuestros impuestos y ofrecer los mejores servicios públicos posibles. Recursos hay. Están en las grandes empresas, que se buscan las formas de pagar poco y tributar menos; o en los verdaderamente ricos, que nos engañan a todos vía asesores fiscales e ingeniería financiera. Sólo hay que encontrarlos, recaudarlos y gestionarlos bien. Como haría Juani, Toñi o La Zamorana en su casa. Como sólo sabe hacer una mujer de esa generación que lleva 50 años construyendo la mejor versión de nuestra ciudad.