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La vida lo vale

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Sevilla, martes, 16 de abril de 2024. Tercer día de Feria de Abril. Si estás leyendo estas líneas, quiere decir que, por ahora, eres un superviviente. Pero no cantes victoria. Aún queda mucho por delante antes de que toda esta locura acabe, por fin, el sábado a medianoche.

¿Seguro que es martes? Me aseguraron que el texto se publicaría ese día de la semana pero igual tú me estás leyendo el miércoles, o el jueves, o a la semana que viene. ¡Quién sabe!

¿Y yo? A esta hora de la mañana tengo dudas de si estaré ya despierto o aún no. Probablemente estaré cansado y con algo de resaca. Quizás, cuando me estés leyendo, sea ya por la tarde y esté camino del Real de la Feria. O incluso lleve horas en él, atrapado en ese agujero negro espacio-temporal que cada año, durante una semana, se abre mágicamente ante nosotros en pleno barrio de Los Remedios.

Para mí, como para cualquier mente racional, la Feria es un fenómeno paranormal al que cuesta encontrarle una explicación lógica y científica. Podría agarrarme a la historia, o a los datos, pero todos sabemos que no son suficientes para darle sentido a lo que ocurre en ese recinto efímero de 275.000 metros cuadrados, vacío durante más de 355 días al año y en el que todo ocurre y nada falta durante este breve periodo de tiempo.

Por allí no me verás, querido lector, aunque serán muchos los locales y visitantes que se vean arrastrados hasta allí por sus hijos, sobrinos o parejas y volverán a la realidad mágica de las casetas con un sensible daño en las finanzas familiares

Por si acaso, valga recordar que la Feria tiene su origen en el mercado agrícola y ganadero que se empezó a celebrar en Sevilla en 1847 a iniciativa de dos empresarios y concejales del Ayuntamiento local, el catalán Narciso Bonaplata y el vasco José María de Ybarra. Las celebraciones con vino y comida con las que se festejaban los acuerdos recién cerrados en los tenderetes que los tratantes de ganado ponían junto a los corrales terminaron derivando en la fiesta luminosa, loca, fugaz, ruidosa y embriagadora que hoy es, junto a la Semana Santa, el epicentro de la primavera sevillana.

En esos 275.000 metros cuadrados de los que hablábamos antes (una superficie ligeramente inferior a la del parque María Luisa) se montan 1.052 casetas distribuidas en 25 manzanas y 15 calles, iluminadas por 820.000 farolillos. Las empresas proveedoras de bebidas aseguran que, en apenas esta semana, se consumirán 600.000 botellas de manzanilla y un millón de litros de cerveza. Igual hasta se quedan cortos en el cálculo. Y sí, en algún rincón de este recinto debo estar yo ahora, o estaré en un rato. O estuve hace sólo unas horas.

Aquellos tratantes de ganado de hace siglo y medio han sido ahora sustituidos por otro montón de gente que trabaja duro y hace buen negocio estos días, entre montaje de casetas, provisiones, servicios de bar o gestión de los cacharritos de la Calle del Infierno. El impacto económico directo de la Feria ronda los mil millones de euros, según cálculos municipales, sin contar la actividad empresarial o política que los tratantes del siglo XXI desarrollan en casetas institucionales y privadas.

La Calle del Infierno, ese universo paralelo con nombre alusivo al volumen del ruido que emite, también difícil de comprender y explicar, que aloja durante la Feria y junto al Real más de 400 atracciones (los famosos cacharritos) en 90.000 metros cuadrados, convirtiéndose en el mayor parque temático efímero del mundo. Por allí no me verás, querido lector, aunque serán muchos los locales y visitantes que se vean arrastrados hasta allí por sus hijos, sobrinos o parejas y volverán a la realidad mágica de las casetas con un sensible daño en las finanzas familiares. Consejo para padres noveles: no pasa nada si tus hijos no saben qué es la Calle del Infierno hasta que puedan ir por su cuenta. Las mías lo descubrieron cuando la pequeña ya tenía 12 años y la llevaron las amigas.

Yo mismo viví una de estas situaciones confusas un año, cuando salí de casa a mediodía y regresé de la Feria también a mediodía, pero del día siguiente. Sin preguntas, gracias

En la Feria, como buena paradoja existencial al más puro estilo Kierkegaard, suceden cosas aparentemente absurdas que tienen su propia lógica interior. Puedes ser testigo de cómo cuatro mujeres vestidas de flamenca entran juntas en un baño portátil para hacer pis, puedes merendar montaditos de solomillo a las siete o las ocho de la tarde, puedes aprender a bailar sevillanas en apenas diez minutos o experimentar la resurrección de la carne gracias a un caldo de puchero o un chocolate con churros.

Los hay que han ido a buscar a alguien tres casetas más para allá y han vuelto con un caballo recién comprado para sus niños. O que han llegado a casa vestidos de corto, con sombrero de ala ancha y con varios cientos de euros de más en el bolsillo, pero sin montura. Y ninguno de los dos recordaba nada al día siguiente. ¡Pobre animal (el caballo)! Yo mismo viví una de estas situaciones confusas un año, cuando salí de casa a mediodía y regresé de la Feria también a mediodía, pero del día siguiente. Sin preguntas, gracias.

Aunque para ti sea martes (o miércoles, o jueves), en el metaverso desde el que te escribo aún es sábado. O lunes, tengo dudas. Lo único que tengo claro es que, mientras lo absurdo siga cobrando sentido durante esta semana, sevillanos y visitantes seguiremos disfrutando de esos buenos ratos de risa, alegría, música y baile con familia y amigos que justifican el cansancio y la ruina que estos días causan en nuestros cuerpos y economías. Y el año que viene lo haremos con un día menos de fiesta. O no. Según dicte la soberanía popular en el referéndum de la semana próxima. Lo único seguro es que seguiremos celebrando la vida por todo lo alto y porque sí, sin excusa de virgen, santo o romería. Sólo porque la vida lo vale. Feliz Feria.

Sevilla, martes, 16 de abril de 2024. Tercer día de Feria de Abril. Si estás leyendo estas líneas, quiere decir que, por ahora, eres un superviviente. Pero no cantes victoria. Aún queda mucho por delante antes de que toda esta locura acabe, por fin, el sábado a medianoche.

¿Seguro que es martes? Me aseguraron que el texto se publicaría ese día de la semana pero igual tú me estás leyendo el miércoles, o el jueves, o a la semana que viene. ¡Quién sabe!