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El cambio climático desborda las escalas de los meteorólogos: “Hay que replantearse todo”

En el año 2014, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) promovió una acción conjunta para que presentadores del tiempo en televisión de varios países hicieran una hipotética previsión de un día cualquiera del año 2050 para concienciar sobre el cambio climático. Menos de una década después, en el vídeo que protagonizó Mónica López para TVE, que sigue subido en el canal de YouTube de AEMET, se suceden los comentarios del tipo “vengo del futuro y esto ya ha sucedido”. Y lo mismo ha pasado con las piezas que se grabaron en países como Estados Unidos, Brasil y Francia. En todas partes, lo que se pronosticaba para 2050 es inquietantemente parecido a lo que ya estamos viviendo. 

Uno de los primeros avisos de que las predicciones y escalas podían empezar a quedarse cortas tuvo lugar en 2013, cuando los meteorólogos australianos tuvieron que añadir un nuevo color a los mapas de predicciones, el púrpura incandescente, ante la llegada de una ola de calor con temperaturas por encima de los 50ºC. Pocos años después, los tonos morados se han convertido en la tónica habitual en cada verano australiano y los récords absolutos de temperatura saltan cada temporada por los aires en diferentes localizaciones del hemisferio norte, al tiempo que se hace necesario ampliar la terminología de noches “tropicales” a “tórridas” e “infernales”, para escenarios inéditos en los que la mínima no baja de los 30ºC.  

Un planeta en “ebullición”

Las palabras recientes del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, al pasar de hablar de “calentamiento global” a “ebullición global” fueron algo más que un gesto. De fondo está el nuevo contexto en el que los fenómenos extremos han subido en intensidad y todo parece ir a cámara rápida: los incendios han pasado a la “sexta generación”, que producen sus propias condiciones meteorológicas e inyectan humo a la estratosfera, los huracanes baten récords de precipitación y daños y las compañías aseguradoras están dejando de dar cobertura a algunas zonas del mundo por el exceso de riesgo asociado a los eventos extremos. También se habla por primera vez de “derechos” y “medicanes” en el Mediterráneo, y los valores de precipitación récord de la reciente DANA en Grecia, convertida posteriormente en una devastadora tormenta extratropical sobre Libia, constituyen un buen ejemplo de que los acontecimientos están yendo más deprisa que las previsiones. 

“Estamos viendo ciclones tropicales cada vez más cerca de nosotros, tanto en el Atlántico como en el Mediterráneo”, reconoce Juan Jesús González Alemán, experto en dinámica atmosférica de AEMET. “Y las tormentas convectivas cada vez tienen mayor impacto”. “Se observa una mayor intensidad de los fenómenos en el Mediterráneo, y no solo de las lluvias torrenciales, sino también de las sequías”, asegura Rubén del Campo, portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología. Lo de Libia y la tormenta ‘Daniel’ es paradigmático, sostiene, porque nos habla del grado en que estos fenómenos pueden afectar a zonas donde hay mayor vulnerabilidad y menos medios. “La moraleja es que ante estas nuevas situaciones hay que estar más preparados que nunca”, afirma. “Hay que replantearse todo”.

“Nos quedamos atrás”

“Todo esto está ocurriendo tan rápido que nos estamos quedando por detrás y cuando introducimos un cambio de umbral, por ejemplo, empieza pronto a quedarse corto”, subraya José Miguel Viñas, meteorólogo de Meteored. “Lo de batir récords absolutos de temperatura por tres o más grados es algo que nadie esperaba”, añade. “En los mapas como los nuestros de Meteored, se han incluido gamas de tonos grises por encima de los 45ºC. Se generó polémica por el ‘abuso’ de los colores rojos en los mapas, pero lo único que hacen es reflejar el día a día de lo que está aconteciendo”. 

Todo esto está ocurriendo tan rápido que nos estamos quedando por detrás y cuando introducimos un cambio de umbral pronto empieza a quedarse corto

Uno de los cambios atmosféricos con más importancia sobre el sistema global es la alteración de la circulación del aire frío en altura. Un debilitamiento del chorro polar que produce más meandros en las corrientes en chorro y, como consecuencia, borrascas y olas de calor más pronunciadas. “Estas situaciones de bloqueo se van agudizando e intensificando en los últimos años”, señala el meteorólogo Ángel Rivera. “Ello tiene como consecuencia la continua caída de récords en temperaturas o precipitaciones alcanzándose valores que parecía que aún tardarían bastantes años en llegar”.

En su opinión, “todo ello conlleva la necesidad de efectuar con rapidez cambios en la comunicación pública, tanto en lo que respecta al léxico (danas, derechos, cúpulas o domos cálidos…), como al aspecto visual del mensaje y sobre todo a una mejora y ampliación de las explicaciones sobre las génesis y las repercusiones de estos fenómenos”. Y donde los cambios deben producirse con más rapidez es en los avisos y alertas a la población, asegura, que deben incluir los impactos potenciales y las recomendaciones y medidas a adoptar, además de los datos.

Marc Neumann, investigador del Basque Centre for Climate Change (BC3), coincide en que las predicciones que se hicieron hace 20 años se están cumpliendo en la parte más alta del rango y hacia el más extremo de los escenarios previstos. También recuerda que este efecto es desigual a escala regional y que en Europa estamos por encima del promedio mundial. “Tenemos zonas en Europa que ya han superado los 2ºC por encima del nivel preindustrial mirando a escala regional”, asegura. “En Suiza, de donde vengo yo, hay esta tendencia acelerada”. Allí tienen un indicador que se está disparando cada año, como un “canario en la mina” del calentamiento. Se trata de las mediciones de la temperatura atmosférica en altura que se realizan desde hace décadas en la localidad de Payerne, en el oeste del país, mediante un globo sonda que asciende y localiza el punto en el que se registran los 0ºC

Año tras año, la cota va subiendo cada vez más alto y este verano se registraron los 0ºC a una altura récord de 5.298 metros durante una ola de calor, un valor absolutamente extremo. “Esto te dice cuánto calor hay en los Alpes y ahora los cero grados están más arriba del Mont Blanc”, explica Neumann con preocupación. “Tiene repercusión en el deshielo de los glaciares y graves implicaciones ambientales; es como lo que vemos en el deshielo ártico cada año, esa pulsación que cada vez es más reducida y es como un corazón que cada año se hace más pequeño”.

Un cambio en las escalas

Uno de los mejores ejemplos de la necesidad de nuevos términos es el aumento de noches calurosas en la península. El catedrático de Geografía Física de la Universidad de Barcelona, Javier Martín Vide, fue el creador del concepto de “noches tórridas”. En las últimas décadas el número de noches tropicales ha ido aumentado, recuerda, y señala el caso de Málaga, que tiene más de 100 noches al año en que la temperatura mínima no baja de 20 grados. “Me di cuenta de que de vez en cuando podría haber una noche con 25ºC o más de temperatura mínima, así que propuse el nuevo término”. 

Ha pasado muy poco tiempo y la realidad le ha adelantado por la derecha: ya hay un número no despreciable de noches incluso más calurosas que las tórridas. “Como ya hay mínimas que han pasado de 30 grados se está buscando un nuevo adjetivo, se habla de 'infernales', pero no tienen un sentido muy climático, así que está en discusión”, explica Martín Vide. Su gran preocupación es conseguir que se emitan alertas especiales para este tipo de noches, por las consecuencias que tienen en el aumento de morbilidad y mortalidad de personas mayores y con patologías crónicas. “Solo este año, en Barcelona ha habido 31 ‘noches tórridas’, y el problema adicional es que en el interior de las casas la temperatura es superior a esos 30ºC, es algo que queremos medir”, incide. 

“Cuando éramos jóvenes, las noches de más de 20ºC eran algo que pasaba de vez en cuando en verano, ahora eso ha pasado a ser el pan nuestro de cada día”, apunta Rubén del Campo. “Ahora hablamos de ‘noches tórridas’ (por encima de 25ºC) y estas se han multiplicado por diez en las ciudades más pobladas, el salto ha sido exponencial. Y encima aparecen las 'infernales' (por encima de 30ºC) y nos pilla con el pie cambiado, porque todavía el nombre no está aceptado del todo”. En 2023, en Málaga ha habido dos de esas noches “infernales” y el 12 de agosto en el oeste de Tenerife hubo una noche que no se bajó de 37,2ºC. “¿A eso cómo lo llamamos?”, se pregunta el portavoz de AEMET.  

El mundo está cambiando y debemos cambiar los términos y los conceptos

“Otro aspecto cotidiano que ha cambiado”, señala Martín Vide, “es que hace un cuarto de siglo no nos imaginábamos que en nuestras ciudades tendríamos que tener ”refugios climáticos“, espacios cubiertos o al aire libre en los que hay agua a disposición del ciudadano y una temperatura agradable para pasar las horas centrales del día. Y en el mundo se habla ya de ”megasequías“, ”megainundaciones“ y ”megaincendios“. ”Como moraleja, hasta la terminología ha tenido que variar, lo de ‘noche tórrida' es solo un ejemplo. El mundo está cambiando y debemos cambiar los términos y los conceptos“.

El nuevo “normal”

Un asunto muy interesante para los meteorólogos es el que atañe a los periodos de referencia que eligen para decir que un mes ha sido muy cálido “respecto a lo normal”. Lo que recomienda la OMM es comparar con los 30 años inmediatamente anteriores, es decir, que el mes de agosto de 2023 se compare con el periodo 1991-2021. “Pero esto está produciendo que meses de hace unos años que calificamos como cálidos ahora pasen a ser normales”, explica Rubén del Campo. “Por ejemplo, 2021 lo caracterizamos con el periodo anterior nos quedaba como un año muy cálido, porque estaba entre el 20% de los años más cálidos, pero si actualizamos al nuevo periodo, se queda solo como año cálido y baja un escalón. Como los periodos más cercanos crecen en intensidad, los anteriores van perdiendo la categoría”.  

Otro ejemplo de este tipo de dilemas es el debate abierto en el seno de AEMET sobre qué temperaturas tomar como referencia para caracterizar las olas de calor. “Tenemos un periodo de referencia fijo que es de 1971 al 2000 y las temperaturas umbrales de ese periodo ahora se alcanzan con bastante más frecuencia”, informa Rubén del Campo. “Por ejemplo, para Madrid son 36,4 grados, que entonces se alcanzaban seis o siete días en verano y ahora es mucho más frecuente. Lo que en los 70 era el umbral de las olas de calor es casi la temperatura media ahora”.

Lo que en los 70 era el umbral de las olas de calor es casi la temperatura media ahora

“Lo extraordinario ha perdido el ‘extra’ y se ha convertido en ordinario”, coincide la presentadora de televisión Isabel Moreno, responsable de dar el tiempo en el programa Aquí la tierra, de TVE. “De mi trabajo diario me han llamado mucho la atención episodios de calor como el de abril o las temperaturas récord del mar que nunca habría esperado, pero lo más llamativo es llegar a un punto en el que estás registrando extremos continuamente y nos parece normal. Eso es lo que me causa más impresión de todo lo que está pasando”.

Es por todo esto por lo que aquel vídeo de Mónica López sobre el año 2050 nos resulta tan perturbador solo nueve años después. “Fue un gran acierto de la Organización Meteorológica Mundial”, reconoce Rubén del Campo. “Esas temperaturas que se esperaban para mediados de siglo ya empiezan a aparecer y el verano pasado fue el tráiler de los veranos que nos esperan”. “Cogimos una ola de calor al uso y queríamos ver cómo sería en el futuro”, explica la presentadora de TVE a elDiario.es. Viéndolo con perspectiva, Mónica López cree que entraba dentro de lo esperable que se produjera este cambio de escenario con más días calurosos y que habrá que estar preparados para aceptar una “nueva normalidad”, usando la expresión que se acuñó tras la pandemia. “Habrá años que se salgan de la norma, pero esta es la nueva realidad”, concluye. “Que iba a cambiar el clima significaba eso, y en algún momento estaremos en escenario de récord todo el rato”.