Sanidad intenta reducir la velocidad de contagios de coronavirus para evitar que el sistema colapse

El 5 de marzo, el primer ministro de Reino Unido Boris Johnson apareció en el programa de televisión This morning hablando sobre las medidas a tomar para frenar la epidemia de coronavirus. Entre las diferentes opciones para enfrentarse al coronavirus, Johnson mencionó que una de las teorías era dejar a la COVID-19 extenderse sin que se tuvieran que tomar “muchas medidas draconianas” como cancelar eventos públicos o cerrar escuelas. Posteriormente, el primer ministro reconoció que lo mejor sería tomar todas las medidas que se pudieran para reducir la carga sobre el sistema sanitario británico durante el pico de la epidemia.

Johnson no es el único que ha planteado la posibilidad de dejar que el coronavirus se extienda sin que se apliquen grandes y costosas medidas. Cierto porcentaje de la población se pregunta por qué tomar acciones tan drásticas, que perjudican seriamente a la economía y a las sociedades, si el coronavirus tiene una letalidad tan baja (entre el 1-3 %) y si, como indica el anuncio de de la OMS de que ya considera a COVID-19 pandemia, la posibilidad de que el virus nos acompañe en el futuro es cada día más fuerte.

De acuerdo con los especialistas en Salud Pública, permitir que el nuevo coronavirus circule por el mundo es una idea terrible por varias razones. La primera, porque aún existe la posibilidad de contener al virus. No es un objetivo imposible. China lo ha conseguido y parece que Corea del Sur lo está logrando, pues los datos sugieren que podrían haber pasado ya el pico de la epidemia en este país. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha insistido en numerosas ocasiones en que los Estados no deben rendirse en su lucha contra el coronavirus. Su presidente, Tedros Adhanom, declaraba hace unos días que “esto no es un simulacro, ni es el momento de rendirse, ni de excusas, sino que es el momento de actuar”.

Evitar que el virus circule entre nosotros salvará vidas ahora y en el futuro. Y existe otro motivo de peso para aplicar todas las medidas posibles con respaldo científico para atajar esta epidemia, incluso aunque finalmente no pudiéramos evitar que el virus se extendiese por el mundo: evitar el colapso de los hospitales, especialmente de las unidades de cuidados intensivos (UCI). Esta es una de las líneas de actuación prioritarias que está siguiendo ahora mismo el Ministerio de Sanidad: la conocida como 'frenar la curva'.

El director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, que está explicando día a día la situación haciendo las veces de portavoz del Ministerio de Sanidad, ha grabado hoy miércoles un vídeo rotulador en mano explicando este concepto para ilustrar en qué están centrados.

“Cuando tenemos una epidemia, esperamos que empiecen los casos. Progresivamente van afectando a la población y, cuando la masa crítica de población desaparece, va bajando”, indica. Así, las medidas pueden implementarse en varios momentos de la curva: si estas comienzan en lo alto de la curva, podría evitarse “si hay suerte”, la mitad de los contagios; pero si se aplican antes del pico, la superficie –los contagios– que se evitan es mucho mayor“. Es decir, si las acciones específicas son exitosas, la curva se 'aplana' y los casos confirmados se dispersan, no se concentran en el mismo espacio temporal.

Aunque esta sea una enfermedad leve en más del 80% de los casos, alrededor de un 14% de ellos muestran complicaciones como neumonía y disnea y aproximadamente un 5% desarrollan complicaciones muy graves como insuficiencia respiratoria, choque septicémico o fallo multiorgánico. Si COVID-19 se mantiene bajo control, con un número limitado de personas afectadas cada día, los sistemas sanitarios pueden “absorber” este volumen adicional de pacientes. Sin embargo, si la epidemia se descontrola se corre el riesgo de que aparezcan multitud de pacientes graves que desborden los sistemas sanitarios.

El riesgo de una sanidad desbordada

No hay absolutamente ningún sistema sanitario del mundo (por muy puntero y muy bien financiado que esté) que pueda hacer frente a un aluvión de pacientes críticos en pocos días que requieran ingresos en las UCI. Sobre todo, porque recursos tales como los diferentes dispositivos de soporte respiratorio son limitados y los pacientes afectados con COVID-19 pueden llegar a estar ingresados hasta tres o cuatro semanas. Si, además, encontramos sistemas sanitarios como el de la Comunidad de Madrid que redujo camas y personal sanitario en los últimos años pese al crecimiento de su población, la situación se vuelve más crítica. Hospitales como el de Valdemoro en Madrid ya se muestran “desbordados” y se evita a toda costa que este fenómeno se extienda al resto de los hospitales de la Comunidad.

Si un sistema sanitario se desborda por una epidemia, se incrementa la mortalidad, pero no solo de las personas afectadas por COVID-19, sino también de los otros pacientes con enfermedades graves que no pueden atenderse a tiempo o con los recursos suficientes. Este fenómeno se observó en los momentos más críticos de la epidemia en la ciudad de Wuhan, y fue el detonante de que el gobierno chino construyera decenas de hospitales a toda prisa, en un plazo de semanas.

En España ya se han tomado una serie de medidas para que el sistema sanitario pueda actuar mejor contra la epidemia. La Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC) anunció hace unos días la creación de un Plan de Contingencia conjunto entre todas las UCI españolas para hacer frente con más efectividad al COVID-19 y ayudar al manejo de los casos más graves. En la actualidad calculan que el 15% de los pacientes con esta enfermedad precisan de ingreso en la UCI. Otras de las medidas que se han tomado para evitar la saturación de la sanidad por el nuevo coronavirus ha sido permitir la suspensión o el retraso de cirugías, pruebas diagnósticas, consultas externas “no preferentes” e ingresos programados y la habilitación de zonas especiales en los hospitales de la Comunidad de Madrid. 

En los últimos días, se ha realizado un llamamiento global a la responsabilidad de las personas y de las autoridades políticas para “aplanar la curva”. Se trata de limitar el pico de la epidemia para que no se den multitud de nuevos casos en pocos días que colapsen los hospitales y centros de salud. De esta forma, también se ofrece un valioso tiempo a los sistemas sanitarios para reunir recursos y personal –contratación de sanitarios, nuevas unidades, adquisición de dispositivos de soporte respiratorio, etc.– y aprender más sobre qué tratamientos ya aprobados para otras indicaciones podrían ser más útiles frente al coronavirus.

A largo plazo, si podemos impedir tener un nuevo virus circulando entre nosotros evitaríamos miles y miles de muertes cada año, junto con los considerables costes asociados a la atención sanitaria de los casos más graves en todo el mundo, que supondría un gasto de miles de millones de euros. La gripe ya es bastante disruptora anualmente, al causar la muerte de entre 290.000 y 650.000 personas cada año y provocar pérdidas multimillonarias. Lo último que nos interesaría sería añadir otro virus, más letal y contagioso que la gripe, sin vacuna y sin tratamientos específicos, al panorama epidémico anual.

Es evidente que no es solo esta enfermedad la que está perjudicando las bolsas de casi todos los países. Medidas como la restricción de viajes, las cuarentenas y la suspensión de eventos suponen pérdidas multimillonarias que afectan tanto a las empresas como a los trabajadores. Sin embargo, por muy desproporcionado que parezca el coste social y económico de las acciones de prevención, dejar que una epidemia siga su curso sería considerablemente más dañino, tanto para la salud como para la socioeconomía de los países.

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