Un caballo con colmillos en la boca. Otro con un bocado de bronce aún encajado entre los huesos del cráneo. Una mandíbula decorada con dientes de jabalí tallados. En mitad de una explanada remota de Siberia, los restos aparecen mezclados con cuentas de bronce, huesos humanos y una estructura sepulcral cubierta de arcilla endurecida.
Todo estaba enterrado a capas, como si cada detalle tuviera un papel exacto en una función que nadie debía interrumpir. El tiempo y el aislamiento conservaron el conjunto con una precisión que no parecía posible en un lugar donde no había más que tierra helada, silencio y siglos de olvido.
Una coreografía de huesos en mitad del hielo siberiano
El hallazgo surgió por una excavación planificada en el túmulo de Tunnug 1, al sur de la república rusa de Tuvá. El equipo internacional que trabaja allí desde hace años ha documentado en Antiquity uno de los ejemplos más antiguos y complejos de enterramiento ritual con caballos del horizonte escita. La tumba, construida hacia el año 830 a.C., combina una arquitectura radial de madera de alerce con capas superpuestas de tierra, huesos y objetos simbólicos. Es el mismo patrón que más tarde se reproduciría en otras culturas esteparias de Asia Central, pero en Tunnug 1 aparece de forma excepcionalmente temprana.
Un total de 18 caballos sacrificados forman el núcleo del descubrimiento. No se trataba de restos sueltos ni de partes sueltas del animal. Los análisis osteológicos confirmaron que los cuerpos estaban completos, en su mayoría machos adultos, y que habían sido dispuestos en grupos sobre una superficie de arcilla antes de ser cubiertos por piedra.
Este detalle ha sido interpretado como una señal clara de que el sacrificio fue parte del mismo ritual de enterramiento, no un añadido posterior ni un gesto simbólico aislado. La cronología, establecida mediante pruebas de radiocarbono, sitúa el evento entre 830 y 780 a.C., lo que excluye cualquier reutilización del espacio con fines rituales.
Los caballos aparecieron agrupados en tres sectores distintos del montículo. En el primero, se hallaron fragmentos humanos, bocados de bronce y colmillos trabajados, tanto originales como imitaciones talladas en asta. Uno de los animales conservaba la mandíbula decorada de forma simétrica, con piezas insertadas que encajaban perfectamente con el estilo animal de los escitas.
En el segundo grupo, más amplio, destacaban los restos de una mujer joven y un extraño objeto de bronce con siete púas y tres bucles, cuya función no se ha podido determinar. La presencia de puntas de flecha, cuentas y restos vegetales sugiere un ritual fúnebre cuidadosamente orquestado. El tercer conjunto, más reducido, incluía fragmentos de oro, bocados intactos y más colmillos perforados.
El análisis de los objetos reveló una diferencia relevante: los ajuares de los distintos sectores no eran homogéneos. Mientras que los conjuntos uno y tres contenían piezas fabricadas con bronce arsenical, el segundo grupo mostraba el uso de bronce estañado, una aleación diferente que podría reflejar distinciones sociales o tribales dentro del mismo rito funerario. Este tipo de diferencias, en lugar de diluir el significado del conjunto, lo refuerzan como un ejemplo de jerarquía funeraria codificada en los materiales.
Una tumba que confirma lo que Heródoto ya contaba
Los paralelismos con las descripciones de Heródoto son inevitables. El historiador griego, al describir los funerales de los reyes escitas, menciona la creación de un cortejo fúnebre compuesto por hombres y caballos, dispuestos como guardianes en torno al túmulo. El patrón hallado en Tunnug 1, con restos humanos y animales combinados, piezas de bronce y elementos ornamentales alineados, encaja con esa imagen descrita hace más de 2.000 años.
Según explica el arqueólogo suizo Gino Caspari, miembro del equipo de excavación, “los hallazgos también sugieren que estas prácticas funerarias formaron parte del proceso más amplio de transformación cultural y política en Eurasia”.
El túmulo de Tunnug 1 está entre los enterramientos más antiguos vinculados al mundo escita y ofrece una prueba directa del papel central que tuvo el caballo en las culturas nómadas de la Edad del Hierro. El conjunto combina sacrificio ritual, estatus social y vínculo territorial, con una complejidad que empieza ahora a entenderse con claridad. Gracias a la conservación de los huesos y los objetos metálicos, este hallazgo permite seguir el rastro de prácticas que dieron forma a un modelo funerario que se expandió por toda Eurasia.