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Una planta en Fiyi ha logrado lo que la política no puede: que hormigas rivales vivan juntas sin matarse

En cualquier estructura social, incluso en los entornos más primitivos o reducidos, la convivencia exige acuerdos mínimos para que las partes implicadas puedan coexistir sin conflicto. El reparto del espacio, el respeto a los límites y la coordinación de actividades son pautas que surgen espontáneamente cuando varias especies o grupos comparten recursos limitados.

Aunque no exista un lenguaje común ni una jerarquía explícita, ciertas reglas no escritas permiten evitar enfrentamientos directos y facilitan relaciones estables. Estas normas básicas de diplomacia y respeto mutuo no son exclusivas de los humanos, y la naturaleza ha desarrollado soluciones propias para mantener la paz. Entre las más ingeniosas figura la estrategia de una planta en Fiyi que ha conseguido que colonias rivales de hormigas vivan juntas sin agredirse.

Una estructura vegetal que recuerda a una casa bien dividida

El hallazgo tuvo lugar en lo alto de la selva tropical de la isla de Vanua Levu, donde las plantas del género Squamellaria alojan a miles de hormigas dentro de una estructura hinchada llamada domatium. A simple vista, parece una bola rugosa colgada de las ramas, pero su interior esconde un diseño mucho más complejo.

Investigadores de la Universidad de Durham, en Reino Unido, y de la Universidad de Washington, en Estados Unidos, han demostrado que esa forma de convivencia entre especies hostiles se debe a la arquitectura compartimentada del tubérculo. Según explican en la revista Science, los domatios están divididos en cavidades con entradas independientes, de manera que las colonias nunca llegan a cruzarse.

La convivencia entre diferentes especies de hormigas dentro de un solo domatium sorprendió al equipo desde los primeros cortes que realizaron en 2014, mientras recolectaban muestras a más de doce metros del suelo en la reserva de Waisali. Una vez en el laboratorio, los análisis con escáneres de tomografía permitieron reconstruir en tres dimensiones el interior de las plantas, revelando un entramado de túneles y cámaras que funcionan como apartamentos individuales. Guillaume Chomicki, biólogo especializado en plantas tropicales, señaló que “es como varios pisos con entradas separadas”.

Cada cavidad puede albergar una colonia entera, sin que se produzcan contactos entre hormigas naranjas, negras o grises. La separación física reduce la posibilidad de conflicto y permite que hasta 18 especies distintas compartan una misma planta sin ataques ni desplazamientos forzosos. Esa estabilidad beneficia directamente a Squamellaria, que obtiene nutrientes a partir de los excrementos, cadáveres y restos que las hormigas acumulan dentro. También se ve favorecida por la polinización que generan y por la dispersión de semillas cuando las colonias se mueven por los árboles.

El equilibrio desaparece por completo si se eliminan las divisiones

El comportamiento pacífico observado desaparece por completo si se alteran las barreras internas. En uno de los experimentos, los investigadores eliminaron las paredes entre cavidades y comprobaron que las distintas especies comenzaron a atacarse de inmediato. En pocos minutos, la convivencia dio paso a una lucha abierta que se saldó con la muerte de gran parte de las hormigas implicadas.

Chomicki y la bióloga Susanne Renner, coautora del estudio, indicaron en el medio The Conversation que “la arquitectura compartimentada es fundamental para evitar guerras entre simbiontes y mantener estable la relación entre la planta y sus inquilinos”.

El equipo también realizó pruebas con isótopos marcados para verificar si la convivencia con múltiples especies aportaba más nutrientes que si solo hubiera una colonia dominante. Los resultados confirmaron que cuantas más hormigas habitan en la planta, mayores son los beneficios para Squamellaria.

El modelo se ajusta a un tipo de mutualismo multipartito, donde distintas especies aportan servicios a cambio de cobijo, siempre que exista un mecanismo para limitar la competencia directa. En este caso, la solución no depende de la conducta de las hormigas, sino de cómo está construida la casa.

Aunque existen muchas relaciones simbióticas en la naturaleza, esta es la primera documentada en la que animales agresivos y territorialistas comparten el interior de una misma planta sin conflictos letales. Así lo apunta un artículo de The New York Times, que cita a la ecóloga evolutiva Marjorie Weber, ajena al estudio, al afirmar que “lo que distingue este caso es cómo las especies interactúan con varios socios de forma estable”.

A diferencia de otras formas de cooperación interespecífica, donde las relaciones tienden a ser exclusivas o jerarquizadas, este sistema funciona con independencia mutua bajo un mismo techo. Ninguna especie domina, ninguna somete. Y lo más curioso es que todo se sostiene por algo tan simple como una pared entre habitaciones.