Steve Jobs la despidió cinco veces y ella dice que le debe gran parte de lo que es hoy: “Nos obligaba a esforzarnos aún más y tratásemos de ser aún mejores, pero a algunos los destruyó”

Héctor Farrés

5 de octubre de 2025 13:59 h

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El mito de Steve Jobs como jefe implacable provoca todavía respeto y una pizca de temor. Su estilo se reconoce por una exigencia que traspasa los límites del trato habitual. En las oficinas de Apple, ese comportamiento generó una tensión constante que muchos asumieron como parte natural del éxito. Las jornadas se alargaban sin concesiones, los fallos se corregían de inmediato y las miradas del fundador bastaban para alterar el ánimo de todo un equipo.

La cultura que él mismo alentó sigue definiendo la manera de trabajar de buena parte del sector tecnológico, y en ese entorno de presión absoluta surgió la historia más llamativa de Andrea Cunningham, una especialista en marketing que aprendió a moverse en medio de esa tormenta.

Andrea Cunningham aprendió a sobrevivir entre los desplantes del fundador

Cunningham formó parte del grupo que lanzó el Macintosh en 1984 y más tarde creó su propia consultora en Silicon Valley. En varias entrevistas ha recordado que Steve Jobs la despidió hasta cinco veces, una cifra que pronuncia con una mezcla de humor y orgullo.

En su relato, las expulsiones se transformaron en el impulso que marcó su carrera. Aquellos choques con Jobs condensan el modo en que él entendía la excelencia. Quien no alcanzaba su nivel de exigencia sufría un despido fulminante, y quien lograba mantenerse en pie ganaba una confianza que valía más que cualquier ascenso.

La primera ruptura se produjo en una sala de reuniones presidida por Jobs y la directora financiera de Apple. Él afirmó sin rodeos que el trabajo de Cunningham resultaba terrible y canceló el contrato. Ella reclamó 35.000 dólares pendientes, pero Jobs se negó a pagarlos. Salió aturdida, buscó consejo en Regis McKenna y recibió una sugerencia práctica: usar su influencia con la prensa como herramienta de negociación.

El plan surtió efecto. Cunningham consiguió una nueva cita con Jobs y fue directa al asunto. Le explicó que necesitaba el dinero para pagar las nóminas de su empresa recién fundada y añadió un detalle que cambió la conversación. Dijo que mantenía contacto con 30 o 40 periodistas del ámbito económico que solían preguntarle cómo era trabajar con él. Esa frase bastó. Jobs redactó un cheque en el acto y la volvió a contratar. A partir de entonces, cada despido posterior se convirtió en una especie de reinicio, una prueba que ella aceptaba con serenidad creciente.

La tensión constante se convirtió en una escuela para los más resistentes

El ambiente en Apple se caracterizaba por una intensidad que rozaba el agotamiento. Los proyectos se revisaban una y otra vez, y la impaciencia de Jobs alcanzaba a todos. Según Cunningham, él arrojaba fajos de papeles, señalaba errores en voz alta y juzgaba hasta el vestuario de sus empleados. Aquella agresividad, lejos de interpretarla como abuso, la convirtió en un desafío personal. Muchos compañeros acabaron rendidos, pero otros encontraron en ese trato una fuente de energía: “Nos obligaba a esforzarnos aún más y a que tratásemos de ser aún mejores, pero a algunos los destruyó”.

Cunningham pertenece al segundo grupo. Considera que su paso por Apple la formó como profesional y la preparó para dirigir su propia agencia de comunicación. Con el tiempo comprendió que cada despido fue una oportunidad para afianzar su carácter y perfeccionar su oficio. “Soy mucho mejor en lo que hago de lo que habría sido sin él”, resumió en una de sus declaraciones más conocidas.

La figura de Steve Jobs, vista desde su perspectiva, encarna la filosofía más dura del Silicon Valley de los 80 y 90: trabajar sin descanso y poner el objetivo por encima de cualquier comodidad. Esa visión produjo avances deslumbrantes, aunque también un desgaste enorme entre quienes lo rodeaban. El método imponía miedo, pero también generaba resultados que cambiaron la industria tecnológica.

El legado de esa época todavía pesa sobre las empresas que heredaron su modelo. Muchos ejecutivos actuales citan a Jobs como referencia, aunque pocos se atreven a reproducir su trato con los empleados. Andrea Cunningham, en cambio, mantiene un agradecimiento permanente hacia aquel jefe temible que la obligó a exigirse más de lo que imaginaba. Quizá por eso su historia suena menos a rencor y más a aprendizaje forjado a golpe de carácter.