El Proyecto CALO: el desconocido 'padre' militar de Siri, Alexa, Cortana y el resto de asistentes virtuales

“Alexa, ¿quién era Arthur C. Clarke?”. Si hay algo que fascinaba a los primeros escritores de ciencia ficción era, además de la carrera espacial, los asistentes virtuales. Una máquina capaz de hablar con personas e interactuar con ellas en su misma lengua tras escuchar su nombre. Décadas después los pioneros del género podrían elegir protagonista entre Siri, Alexa, Cortana o el asistente de Google (que no tiene nombre propio pero sí voz de mujer, como los demás) aunque no funcionan tal y como ellos habían imaginado. Los asistentes no te ponen al habla con un ordenador, sino con Internet, con quien además comparte origen: DARPA, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de EEUU.

Si bien la historia de ARPANET como germen militar de Internet está bien documentada, el padre uniformado de los asistentes virtuales sigue siendo un gran desconocido. Su nombre era Proyecto CALO (Asistente Cognitivo que Aprende y Organiza, por sus siglas en inglés) y fue un “colosal proyecto de I+D” que “aglutinó a 300 investigadores de gran calado de la industria y la academia durante cinco años, de 2003 a 2008”, explica Raúl Tabarés, investigador del centro de desarrollo tecnológico Tecnalia.

CALO (“sirviente del soldado”, en latín) pretendía integrar en un solo interfaz de comunicación múltiples tecnologías de inteligencia artificial y aprendizaje automático. El objetivo era crear un “software cognitivo, es decir, sistemas que puedan razonar, aprender de la experiencia, explicar lo que están haciendo, reflexionar sobre su experiencia y responder con firmeza para sorprender”, detalla Tabarés en un reciente artículo publicado en la revista académica Teknokultura.

Las funciones de los 300 expertos de 22 universidades y empresas diferentes hacían de CALO una especie de secretario digital. Debía organizar la información de los emails, documentos, calendarios y proyectos del usuario para gestionar su trabajo y la información de la forma más conveniente para él, así como poder tomar notas de las reuniones a las que asistiera y organizarle la agenda. Pero también querían que aprendiera a interpretar las preferencias de cada usuario y modificara sus acciones en base a ellas. Aunque entonces no lo sabían, esta sería la habilidad que terminaría definiendo a los asistentes.

El resto eran “tareas que se habían estado resistiendo a la automatización” y que seguían perteneciendo a la ciencia ficción a principios de siglo, como explica el Centro Internacional de Inteligencia Artificial SRI, que se encargó de administrar los 150 millones de dólares con los que DARPA financió CALO. El problema es que algunos de esos asistentes del mundo literario, como el propio HAL 9000 de Arthur C. Clarke, “tenían un lado algo siniestro”: “El proyecto CALO daría vida a algunas de las visiones más positivas de los agentes digitales cognitivos”, plantearon.

Los datos empoderan a Siri

CALO concluyó en 2008. Tuvo un hijo militar que sirvió en la guerra de Irak, el CPOF (Puesto de Mando del Futuro), cuyas funciones consistían en integrar y organizar todos los recursos informativos de los comandantes estadounidenses en el campo de batalla. A partir de entonces dejó de ser un prototipo y el Ejército de EEUU empezó a desarrollarlo como parte de su armamento.

El SRI continuó la investigación civil siguiendo la experiencia de CALO, fundando una empresa que recibió el nombre de Siri Inc. En 2010 Apple apareció para comprar todo el proyecto. Un año después, Siri, descendiente directa de CALO, se integraba en el nuevo teléfono de la compañía y se convertía en la hermana mayor de todos los asistentes virtuales que llegarían a continuación.

Esa unión con el teléfono personal fue clave para el desarrollo tecnológico de los asistentes, ya que les concedió acceso a un caudal incesante de datos con los que personalizar sus algoritmos. “Permitió a Siri rastrear el contenido de una pregunta en busca de acciones potenciales y posteriormente, seleccionar la acción más probable basándose en diversas preferencias del usuario, tales como su localización, la fecha y hora o requerir más información”, recalca Tabarés. “Tal y como reconocía alguno de los investigadores involucrados en la iniciativa: no sería posible hacer algo como Siri hace 10 o 15 años porque no se podría obtener suficientes datos para entrenar al sistema”.

Programa o serás programado

El constante proceso de datificación de la vida humana y “el impulso que recibirán los interfaces no táctiles a raíz de la crisis del COVID-19” seguirán contribuyendo a mejorar las capacidades de los asistentes virtuales, recalca el investigador. No obstante, también advierte que aunque esta tecnología facilita el uso herramientas digitales a una parte de la población, también impone “más dificultades para entender cómo funciona el sistema, los dispositivos y sus procesos, así como para entender la lógica capitalista que impulsa su diseño tecnológico y que está inherentemente incrustada en su diseño”.

Los modelos de negocio de las multinacionales digitales hacen valer su ley en sus productos y Siri, Alexa o el asistente de Google no son una excepción. Detalles como la elección de nombres y voces de mujeres predefinidos “dotados de connotaciones serviciales en la cultura popular” para “facilitar su difusión” o “la sobrerrepresentación del idioma británico y la cultura anglosajona” que deja fuera de estas herramientas a las comunidades minoritarias “no obedecen a cuestiones puramente técnicas”, destaca Tabarés. Al contrario, siguen “criterios de rentabilidad de la I+D cortoplacistas y de interés privado que diseñan e imprimen valores en el desarrollo tecnológico, alejados del bien común”.