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Vistas desde el perímetro de piedra

Puerta del Puente, en Córdoba.

Carmen Reina

Elevadas para la defensa de la ciudad, como lugares en altura a lo largo de la muralla que cerraba el casco histórico, son numerosas las torres que quedan en pie en Córdoba. Cuentan su historia a lo largo de siglos y, ahora, sirven para realizar una ruta desde un punto de vista distinto a la de las guías convencionales.

Torre de la Calahorra: Se trata de una torre defensiva del siglo XIV que está situada antes de cruzar el Puente Romano en dirección a la ciudad de la época. Su origen, sin embargo, era el de una torre coracha de época islámica, con el mismo carácter defensivo tanto del propio puente como de la ciudad. De esa torre original, se conserva parte de la construcción que luego fue integrada en la edificación en el siglo XII por orden de Enrique II de Castilla y posteriormente por Juana I de Castilla.

Actualmente está cedida al Instituto para el Diálogo de las Culturas (Fundación Roger Garaudí) y en su interior se puede visitar el Museo Vivo de Al-Andalus, una panorámica del apogeo cultural de Córdoba entre el siglo IX y el siglo XIII.

Puerta del Puente: Era la puerta de acceso a la ciudad romana en el siglo I, inserta en el lienzo de la muralla junto al río Guadalquivir. Se mantuvo en época islámica y hasta la cristiana, siendo reformada en el siglo XVI con su estructura actual de arco de triunfo.

Durante siglos, cumplió las funciones de aduana y control a la entrada de la ciudad, junto a edificios laterales del comercio que entraba y salía de ella. Y desde allí, se accedía al Puente Romano y a la Vía Augusta, la calzada de mayor longitud de Hispania que conectaba los Pirineos con Cádiz. Actualmente, se puede subir a la parte superior y contemplar una panorámica sobre el río Guadalquivir.

Torre de Guadalcabrillas: Esta edificación forma parte, junto con otras dos, de las torres que jalonan la muralla de la ciudad que linda con el Guadalquivir. Ese recinto amurallado en la parte baja del río cuenta con varias torres del siglo XIV que se asentaron sobre cimientos de época islámica.

De planta poligonal, es la torre que mejor se conserva de la zona y servía para la defensa específica del Alcázar de los Reyes Cristianos, levantado pocos metros más lejos del río. Sus tres plantas, las bóvedas, las almenas y las gárgolas aún se pueden observar en su alzado, pero no es posible el acceso a su interior.

Torre de Belén: Al lado opuesto, la Torre de Belén es el principal hito conservado de la muralla defensiva del Alcázar de los Reyes Cristianos. Esta torre conserva el núcleo y la primera planta de influencia almohade, pero el resto fue reformado a finales del siglo XVI, con casi ocho metros de altura y dos entradas distintas, una al norte y otra al este, para dificultar su acceso. En el siglo XV, fue reconvertida para albergar la ermita de Nuestra Señora de Belén, de donde toma su nombre actual.

Torre de los Leones: Es la primera torre que se construyó en el Alcázar de los Reyes Cristianos, en 1328 por Alfonso XI, como residencia real. Se conservan de entonces sus bóvedas de crucería, pilares y capiteles de la época de construcción a lo largo de sus tres plantas: la primera era una capilla, la segunda era una estancia y la tercera era el espacio defensivo con saeteras en los muros.

Actualmente, su acceso forma parte de la visita al recinto del Alcázar y se puede subir para observar una panorámica de propio recinto y de la ciudad.

Torre de la Malmuerta: Al otro lado de la ciudad, en la zona norte del casco histórico, se encuentra esta torre albarrana construida a principios del siglo XV y a lo largo de cuatro años. Formaba parte del recinto fortificado de la ciudad pero la torre está exenta y conectada con un pequeño puente que pudiera ser fácilmente destruido en caso de que la torre fuera tomada por los enemigos.

Al igual que otras torres de la época, se construyó sobre los restos de una torre de época islámica, y su misión era la de defensa de las dos puertas de la ciudad en esa zona: la Puerta del Colodro y la Puerta del Rincón. Posteriormente, una vez perdida su función defensiva, se utilizó como prisión para la nobleza y ya en el siglo XVIII como espacio para observaciones astronómicas.

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