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El cayuco de la humanidad va a la deriva

Francisco Javier León Álvarez

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El drama de la migración está plagado de infinidad de historias que nunca conoceremos. Morirán con las mismas personas que iniciaron el largo viaje hacia una orilla a la que nunca llegaron. En ese camino sin retorno, los rostros anónimos se confunden, pero cada uno tiene su propia historia, única, alimentada por la incertidumbre, el dolor y la desgracia personal. La solución es huir. De la esperanza al sufrimiento apenas hay un respiro. A final, si no lo consiguen, si no llegan a la tan ansiada otra orilla, serán un número que engrose una nefasta estadística de carácter luctuoso. Nadie sabrá quiénes fueron. Nadie los conocerá. Nadie preguntará por ellos. 

La reciente noticia de que unos pescadores brasileños encontraron en las costas del Estado de Pará (Brasil) un cayuco a la deriva, con nueve migrantes africanos muertos en su interior, demuestra hasta dónde puede llegar el nivel de tormento de la población de ese continente, que huye por muchos de los factores ya conocidos por todos debido a que lastran y condicionan sus vidas. No existen palabras para describir las situaciones extremas a las que se ven sometidos. Por mucho que lo intentemos, nunca lo conseguiremos. Resumir en unas líneas en qué consiste su supervivencia diaria es lo mismo que plantar árboles en un desierto. 

Me pregunto cómo describir lo que les ocurrió a esas personas, una a una. Cómo plasmar que tienes miedo ante lo inevitable. Cómo expresar la sensación de que, poco a poco, te vas muriendo, consumido por la insolación, la humedad, la carencia de alimentos y agua potable, sintiendo que los órganos de tu cuerpo se paralizan lentamente. Cómo detallar los gritos por esa desesperación. Cómo exponer los lamentos de quienes se van callando, consumidos por su propio desgaste, aplastados por las interminables horas de luz solar. Cómo hablar de los recuerdos de la aldea donde creciste, las canciones cuando cocinabas, las huellas de los animales sobre la tierra, las sonrisas en medio de la pobreza. Cómo reflejar que quieres volver a casa, que te arrepientes, que lloras, que balbuceas el nombre de tu madre, padre, esposa o de alguien al que jamás volverás a ver, mecido por las olas antes de que te quedes dormido para siempre. Cómo asimilar que el cayuco, que presumiblemente te llevaría hacia la libertad, se ha convertido en tu ataúd de madera, al aire libre y a merced del salitre. Cómo describir el olor a muerte, que emana de los cuerpos de los otros y del tuyo, porque aunque estés vivo, ya reconoces esa fetidez como propia antes de que se te pare el corazón. Cómo retratar la mirada del último superviviente, que ha visto fallecer al resto de su grupo, y que no puede llorar porque está tan consumido y rígido que, finalmente, se deja llevar, se rinde, cierra los ojos.