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El nacimiento de Galdós por Manuel Herrera Hernández

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El recién nacido fue recibido por los padres con preocupación por el porvenir de su hijo. Sus hermanas Soledad de diecinueve años, Tomasa de catorce, Carmen de trece y Concepción de diez años lo recibieron con cariño maternal. En cambio Dolores, de siete años, pensó que tenía otro hermano casi como un nuevo muñeco, y Manuela, la menor de tres años, lo miró con recelo por el temor de que «Benitín» ? así lo iban a llamar- le quitara el cariño que disfrutaba. Sus hermanos Domingo, que fue el padrino en la ceremonia del bautismo, Sebastián e Ignacio mostraron gran alborozo.

Dos días más tarde, el viernes 12 de Mayo, la familia Pérez Galdós se trasladó a la parroquia de San Francisco, que había sido reinstaurada por el obispo Romo en 1840. La partida de nacimiento se custodia en el archivo de San Francisco en el Libro 1º de Bautismos, segundo en orden, fol. 64 v. , asiento 582. La transcripción del original dice que « En Canarias, a doce de Mayo de mil ochocientos cuarenta y tres. Yo, el Presbítero don Francisco María Sosa, con licencia del infrascrito Cura del partido de Triana, bauticé, puse óleo y crisma a Benito María de los Dolores, que nació el día diez del corriente, a las tres de la tarde, en la calle del Cano, e hijo legítimo del Teniente Coronel del Regimiento Provincial de Las Palmas Don Sebastián Pérez, natural de Valsequillo y Doña María de los Dolores Galdós, de esta Ciudad; abuelos paternos, Don Antonio Pérez y Doña Isabel María de Valsequillo; maternos, Don Domingo Galdós, natural de Vizcaya, Provincia de España y Doña María Medina, de esta Ciudad. Fue su padrino don Domingo Pérez; advertirle su obligación y espiritual parentesco y firmamos. Matías Padrón. Francisco María Sosa».

La vida y la obra de aquel niño sería en el futuro parte de la historia y de la literatura españolas. El mejor novelista español como afirma Germán Gullón, no el segundo. Y, años más tarde, dentro de los recuerdos infantiles de Galdós, estaban las campanas de San Francisco. Entonces diría que « cuando he oído el tañido de sus campanas, siempre he sentido una emoción entre triste y dulce. Su son no lo confundiría con ninguno. Lo distinguiría entre cien que tocasen a un tiempo».

*Miembro de la Asociación Española de Médicos Escritores

Manuel Herrera Hernández*

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