El niño que creció migrando y encontró un hogar en La Palma en plena erupción
Ali (nombre ficticio) nació en algún punto entre Costa de Marfil y Marruecos. Su madre salió de su país con la intención de encontrar en la costa marroquí una vía de escape hacia Europa. En el camino, se quedó embarazada. Cuando el niño nació, ambos pasaron tres años recorriendo el continente en busca de un futuro, pero cuando llegaron a la patera solo había dinero para un viaje. El pequeño subió a la embarcación que le llevó hasta Fuerteventura y ella se quedó al otro lado del mar, con la confianza de poder reunirse con él algún día y con la esperanza de que su hijo estuviera a salvo en Canarias. En noviembre, en plena erupción volcánica, Ali consiguió ser acogido por una familia de La Palma.
Carol es su madre de acogida. Es peluquera y hasta el 19 de septiembre a las 15.12, cuando la tierra se abrió en Cabeza de Vaca, tenía un negocio en Todoque que arrastraba 34 años de historia. El barrio ya no existe, y ella ha tenido que reconstruir ese pedazo de su pueblo en Los Cancajos, al otro lado de la isla. Su casa familiar, en la que aún vivía su madre, también fue engullida por la lava. A pesar de todo, en su casa de Breña Alta, seguía habiendo espacio para Ali.
Por su hogar ya habían pasado dos niñas de 3 y 5 años que habían viajado solas en la ruta canaria, pero las estancias fueron más cortas porque pudieron reagruparse con sus familiares. La madre de una de ellas viajó desde Francia a Fuerteventura para recogerla y la otra niña se marchó a vivir con su tía a París. La pequeña de tres años vivió la erupción del volcán. “Me decía que fuéramos a casa de la abuela, pero ya no estaba”. En noviembre, les dijeron que tenían otro niño asignado. “Nos preguntaron si estábamos dispuestos a acogerlo en medio de toda la catástrofe. Decidimos hacerlo. La vida sigue. La casa está y el niño también”.
Compartir con Ali su historia le ha hecho cambiar de perspectiva respecto al volcán. “La vida no es como uno sueña. Al final todo se reduce a lo material. El niño es un ejemplo para nosotros con el volcán, porque él se ha visto obligado a dejar todo atrás. No solo la casa o la ropa, sino también a su madre”.
Una vez a la semana el niño y su mamá biológica hacen videollamada. “Él le dice algunas palabras en español y ella las repite”, recuerda Carol. La mujer marfileña lleva más de cuatro meses en Marruecos, pero aún no ha encontrado la forma ni el dinero suficiente de poder desplazarse a Europa. “Lo que vemos de ella es que está en una casa con otros migrantes”, cuenta la vecina del antiguo barrio de Todoque.
Durante su trayecto hacia las Islas, las mujeres son víctimas de violencia machista. Begoña Vera, una de las integrantes del programa Daniela que ofrece un servicio integral de atención a mujeres víctimas de trata, explicó en marzo de 2020 que superar las impiedades del océano es solo uno de los obstáculos que las migrantes deben sortear. Los principales peligros que experimentan son caer en redes de trata “sufriendo entre 15 y 20 penetraciones diarias”, violaciones, amenazas, agresiones sexuales y explotación.
“El mundo es muy difícil y muchos critican que las madres manden a sus hijos solos en las pateras, pero tendrían que verse en esas circunstancias. Yo espero que, por el bien de los dos, puedan reagruparse pronto”, señala la peluquera. Mientras tanto, Ali va al colegio y en sus ratos libres quiere ir a la playa o jugar al fútbol con sus hermanos de acogida de 9 y 14 años.
El pequeño aún arrastra las secuelas de haber sido el protector de su madre durante todo el periplo migratorio. “Él cuidaba de ella desde que nació. Si le intentaban robar o agredir, el niño hacía frente”. Los trabajadores del programa SUMA, encargados de gestionar la acogida, han podido hablar con su madre a través de una traductora con el fin de conocer más sobre la historia del menor.
La historia de Ali y Carol se enmarca en un momento en el que la acogida en centros de la comunidad autónoma “ha tocado techo”. Casi 3.000 personas permanecen en recursos del Gobierno regional y de los diferentes cabildos insulares, algunas de ellas de hasta 40 años a la espera de una prueba de determinación de edad. Esta “sobreocupación”, según fuentes de la Consejería de Derechos Sociales, ha puesto también al límite los recursos para la integración social de los menores. La directora general de Protección a la Infancia ha pedido al Estado su intervención inmediata, y ha advertido de que si no se buscan soluciones los próximos menores que lleguen pasarán a comisarías bajo custodia policial hasta que haya plazas disponibles.
Carol y su pareja conocieron el programa a través de otra familia palmera que había acogido a un menor no acompañado, y aseguran que el trámite es sencillo. “Solo tienes que pedir información sobre cómo ser una familia de acogida. Te hacen un estudio teórico y psicológico y si tienes la idoneidad es cuestión de tiempo. Lo más importante es que tengas una casa donde acoger y algo de dinero para cuidar al niño. No te ponen las cosas difíciles”, explica. La separación es siempre lo más complicado. “Tenemos que ser fuertes y un poco egoístas. Están con sus familias en el lugar al que querían llegar”.
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