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“En la sala donde me reuní con los ‘dragones’ habían asesinado a un hombre”

Servando Rocha se reunió en EEUU con un peligroso clan de motoristas.

Esther R. Medina

Santa Cruz de La Palma —

Le advirtieron que era una locura, pero él prosiguió con su plan. El escritor palmero Servando Rocha (Santa Cruz de La Palma, 1974), que reside en Madrid desde 2001, ha sido una de las pocas personas que ha entrado en los dominios de los ‘outlaw bikers’ (motoristas forajidos), un clan que habita un extraño mundo en Oakland (California) y que se mueve a bordo de espectaculares Harley-Davidson. Servando realizó un peligroso viaje a Estados Unidos con el fin de documentarse para escribir su último libro, ‘El Ejército Negro. Un bestiario oculto de América’, que acaba de ver la luz. En esta obra desvela el universo críptico e inaccesible de los ‘Dragones de la Bahía del Este’, con quienes mantuvo un encuentro. Asegura que no temió por su vida. “Si lo piensas mucho, quizás surja algo parecido al miedo, sobre todo sabiendo que allí adonde fui, hacía exactamente un año, un hombre fue asesinado de un disparo en la cabeza. Fue en la misma sala en que yo los conocí. Hay cosas que quizás es mejor no saber”, ha confesado en una entrevista con LA PALMA AHORA.

-¿Cómo surgió la idea de escribir sobre los ‘Dragones de la Bahía del Este’?

-Llevo una década investigando, escribiendo y publicando sobre las relaciones entre el arte y lo político, entre las vanguardias artísticas y el activismo. Este es un tema que me ha apasionado y lo sigue haciendo. De ello salió un libro que fue un éxito: ‘La facción caníbal. Historia del vandalismo ilustrado’, centrado en las conexiones entre arte y terror, y que de alguna manera vino a poner cierre a esa etapa que comencé una década antes con otro libro, ‘Historia de un incendio’. Descubrir una casi inédita narración alternativa al western, al ‘Salvaje Oeste’ y la contracultura americana, que atravesaba cosas que me interesan por esa rabiosamente actualidad, fue todo un hallazgo. No tenía ni idea de nada de eso, y menos aún de la existencia de algo como los ‘Dragones de la Bahía del Este’. Una cosa me llevó a otra, y tras un año de contactos con los representantes del club, fui invitado a conocerlos personalmente. Pero, claro, el problema era que debía ir hasta California, a Oakland. No me lo pensé dos veces y fui. Es un sueño para todo escritor.

-Asegura que su nuevo libro es un ensayo que puede leerse como western o como novela de aventura.

-Me interesa la idea de una subjetividad radical, es decir, no es tanto el intento por contar la verdad, sino por contar mi verdad, que solo me incumbe a mí. En este caso, cuando descubrí que existió otro ‘Salvaje Oeste’, esta vez negro, partí de un hecho que me pareció perfecto para mi plan: los cowboys y forajidos, cuando llegó la modernidad (el cambio de siglo, el final de las grandes llanuras, el ferrocarril), siguieron siendo forajidos, pero sustituyeron sus caballos por Harleys. Algo así era lo que planeó Dennis Hooper para su película ‘Easy Rider’, no era una ‘peli’ de dos tipos que cruzan el país con cocaína escondida en los motores de sus espectaculares motocicletas, sino una moderna ‘peli’ de cowboys. La motocicleta me parece un objeto perfecto, que concentra la idea de modernidad y, de hecho, la compañía Harley Davidson se funda en los primeros años del siglo pasado. Luego, decidí algo que puede ser arriesgado. La historia era tan buena que parecía un relato de aventuras o un western, la imagen de una banda de forajidos típica del western entrando en un pueblo y arrasándolo todo. Incluí una segunda voz, extraña y atípica en la no ficción y el ensayo, una voz en ‘off’ que sobrevuela el libro y está muy presente.

-La experiencia de escribir esta obra supongo que habrá sido alucinante.

-Sin duda. Inolvidable.

 -¿Se preguntó en algún momento qué hacía un palmero en ese mundo tan particular?

-En más de una ocasión, sobre todo cuando me planté frente a la sede de los ‘dragones’ y vi la imponente moto de su vicepresidente, que me esperaba dentro. Creo que es bueno hacer las cosas con cierta inconsciencia. Eso nos permite disfrutar todo sin demasiados filtros.

-¿Sintió miedo?

-No, en absoluto. Sin embargo, sabía que aquel era el reino de Oakland y que allí había otras reglas, lo mismo que en este tipo de grupos, donde no puedes olvidar que existe un código, unas líneas rojas que no se deben traspasar. Yo lo sabía y, además, había ciertas preguntas que no podía hacer. «¿Cómo has logrado que te inviten a conocerlos?», me preguntó mi sorprendida anfitriona quien, tras la sorpresa inicial, me aseguró que el mundo al que me dirijo es hermético, inaccesible, inestable e incluso peligroso. Muy pocos son los que han entrado en sus dominios. Meses antes, cuando buscaba a una persona que me ayudase como intérprete en esta aventura, me llegó el siguiente mensaje de parte de un amigo de San Francisco: «Decidle que no se le ocurra hacerlo. Es una locura acercarse por allí. Hay gente que ha ido y jamás ha vuelto». Finalmente, a última hora, un amigo accedió a acompañarme. Si lo piensas mucho, quizás surja algo parecido al miedo, sobre todo sabiendo que allí adonde fui, hacía exactamente un año, un hombre fue asesinado de un disparo en la cabeza a manos de un encapuchado. Fue en la misma sala en que yo los conocí. Hay cosas que quizás es mejor no saber.

-Dice que este viaje simula al del escritor Hunter S. Thompson.

-Él estuvo meses junto a los 'Ángeles del Infierno'. La referencia a Thompson, a quién admiro, es por el tipo de libro, casi propio de lo que se conoció como ‘nuevo periodismo americano’, algo a medio camino entre el ensayo y la crónica. Además, intento borrar los límites entre géneros, y eso es algo que agradecen mis lectores.

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