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Sobre este blog

Contrapunto es el blog de opinión de eldiario.es/navarra. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de la sociedad navarra. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continua transformación.

Obediencia

Carlos Gimeno Gurpegui

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Hace ya unos días leía un artículo con respecto a la escolarización de los alumnos de origen sociocultural diferente en nuestra Comunidad Foral. Básicamente, la idea trasladada era que estos alumnos se concentran más los centros públicos. Hasta ahí, la lectura iba bien, pero claro, quien escribía no pudo contener su sesgo, y deslizó matices curiosos, el primero que como muchos de estos menores vivían en entornos rurales por lo tanto no podían ir a otro centro que no fuera público y que en Navarra los centros concertados asumían un 17% de ese alumnado, una de las tasas más altas de estado.

Y miren, se cuentan estas cosas y aquí no pasa nada. Nadie sale a decir que hombre, que sería necesaria no ya una adecuada y equilibrada distribución del alumnado cuando se pueden generar necesidades, sino que en lugar de quedarnos en ese dato, podíamos acercarnos mucho mejor a la tasa de la Comunidad Autónoma Vasca que es de un 30%, no por nada, sino por escoger una comunidad cercana, foral, con modelos lingüísticos parecidos. En esta desidia tampoco nadie indica que las administraciones educativas pueden y deben facilitar mayores dotaciones de recursos a los centros con condiciones de especial necesidad de la población que escolarizan, en lugar de asignarles recortes de oficio una y otra vez.

Y en este silencio por respuesta, en este ambiente cargado de conformismo, me vino de nuevo a la mente la famosa entrevista en la que el máximo dirigente educativo de nuestra comunidad, para argumentar su defensa de la educación pública, indicó como razón de peso que había nombrado como director a “uno de los suyos”. Y en este desasosiego, el que te produce no entender cómo uno de los nuestros hace exactamente lo que haría uno de los suyos, comprendí que todo tiene truco en esta vida, o mejor dicho, lógica psicológica. Hasta la obediencia tiene su explicación. Porque miren, si en general somos todos tan obedientes es porque desde que nacemos estamos demasiado acostumbrados a recibir órdenes. Primero de nuestros padres, luego también de nuestros maestros, de los jefes y ahora algunos también de los responsables políticos. Se cree que habitualmente no utilizamos nuestra iniciativa hasta que alguien desde fuera nos lo dice.

Pero no se asusten, aunque cuesta trabajo, podemos hacer cosas para mostrarnos más suficientes e independientes. Reflexionar y darnos tiempo para aprender a ser más conscientes de lo que hacemos sería lo mejor, tanto para detectar expectativas inconscientes como para identificar presiones de nuestro entorno social. Otra cosa muy interesante que también podríamos incorporar es la costumbre diaria de recordarnos a menudo que, para tomar las riendas de nuestra vida emocional, al margen de lo anterior, lo más importante es que sepamos que a la única persona a la que tenemos que rendirle cuentas es aquella a la que vemos cada mañana en el espejo.

Pero ni a Stanley Milgran, afamado psicólogo norteamericano interesado en la predisposición del ser humano para obedecer, que incluso definió la obediencia “como la que consiste en vernos como instrumentos que ejecutan la voluntad de otra persona y, por lo tanto, no nos consideramos responsables de nuestros actos” se pudo imaginar semejante efecto en la gestión de la escolarización y la admisión de nuestro alumnado. Nadie ha puesto más trabas a la convivencia y a la equidad social. Nadie ha impedido con más soltura la posibilidad de generar pluralidad en nuestros centros educativos para que se integren los diversos tipos de personas que componen la sociedad. Nadie está haciendo más para diferenciar centros por sectores sociales y para reproducir las desigualdades de origen y favorecer la posterior fragmentación social. Creo Stantley, maestro, que no imaginabas colaboradores tan obedientes.

Y es que, cuando se habla de escolarización del alumnado, con un mínimo de gestión y menos obediencia, se podría fomentar el derecho de la libertad de elección de centro y compaginarlo con el fomento de dar a cada uno lo que se merece, y no por nada, sino porque ya se ha hecho, fue un gobierno progresista quien lo posibilitó y para que nadie se líe, fue quien equiparó los salarios de los profesionales de los centros concertados.

Con un mínimo de gestión y menos obediencia se podría evitar que con el dinero de todos se establecieran determinados chiringuitos educativos para unos pocos y podrían enterarse que los responsables educativos locales tienen un importante margen de actuación en esto del mantenimiento de la justicia y la imparcialidad conjugada con la posibilidad de elección por parte de los padres.

Porque con un mínimo de gestión y menos obediencia se podría favorecer incluso la libertad de elección de centro, pero eso sí, compitiendo todos en las mismas condiciones, velando porque los centros públicos tengan mejores instalaciones y recursos materiales, controlando que las opciones escogidas no se vieran obstaculizadas por curiosas cuotas compensatorias de determinados centros, evitando tener que seguir determinadas costumbres y rutinas de transporte o comedor de manera obligatoria y asegurándose de que la acogida a las personas de toda condición sea la más adecuada.

Con un mínimo de gestión y menos obediencia sería suficiente para darse cuenta que existen muchas personas que quieren elegir centros públicos que garanticen una calidad educativa para sus hijos, que se comienzan a vislumbrar ya dificultades muy serias y que muchas personas comienzan a sentirse igual que en la famosa canción de Manolo García Insurrección, cuando tatarean “donde estabas entonces, cuando tanto te necesité, nadie es mejor que nadie pero tú creíste vencer, si lloré ante tu puerta, de nada sirvió…”. Y es que no estaba, solo obedecía.

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