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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

¿Y si el lanzamiento de tartas se pusiera de moda?

Isabel Camacho

Este país, me refiero a España, está lleno de gente susceptible que se indigna con una facilidad asombrosa y digna de mejor causa. Mira que existen motivos graves para enfadarse y responder con contundencia al ataque pero no. Las que actúan son personas como la presidenta navarra Yolanda Barcina, quien no solo se lamenta sino que acude a los tribunales y pide nueve años de prisión para quienes le lanzan una tarta.

Y, eso que era un pastel francés, que siempre es más chic. Aunque en este caso parece que la crema fue tan espesa que los ojos de la señora Barcina no pudieron identificar a los autores de tan magno delito.

No es que me parezca bien ir arrojando tartas a esos queridos políticos que tanto bien nos proporcionan pero entre recibir un pastelazo que te convierta en alguien ridículo por un instante y tener que devolver por apropiación indebida 68.000 euros a la Caja de Ahorros Navarra, como se vio obligada a hacer la presidenta Barcina, aprecio una gran diferencia. A favor de aguantar el tartazo, está claro.

Confío en que el magistrado de la Audiencia Nacional, el bilbaíno Fernando Grande Marlaska, interprete la ley con sabiduría y haga caso omiso de la petición de la acusación privada y de la fiscalía. No se entendería una pena de cárcel. Pero también es cierto que hay tantas cosas relacionadas con los jueces que no se entienden desde la lógica… Qué despropósito sería que alguien entrara en prisión por lanzar una tarta en señal de protesta. Por mucho que se alegue que la víctima del merengue es un político revestido de la autoridad que le dan las urnas.

Porque, una vez más, los políticos tienes privilegios sobre los que el resto de ciudadanos solo hemos oído hablar. Y, si no, veamos un caso no tan imposible. Si tu hermana, ahora que se acercan las Navidades, en un momento de rabia y “ya no te aguanto más” te obsequia con un lanzamiento de tarta o, lo que sería mucho peor, con el de una tableta de turrón del duro, ¿qué haces? ¿Te levantas de la mesa y acudes raudo al Juzgado de Guardia?

Supongo que son situaciones que a muchos les parecerán totalmente distintas, pero yo no las veo tan diferentes. La ofensa es la misma y el castigo… ¡ay, el castigo no tiene nada que ver!

Y, la verdad, sin ánimo de crispar, seguramente la presidenta de Navarra tiene más motivos para que le lancen una tarta que cualquiera de nosotros.

Se me ocurre que pudiera ponerse de moda, por decirlo así, lanzar tartas o pasteles como señal de protesta. Siempre sería mucho mejor que arrojar pelotas de goma, despojar a la gente de su vivienda, dejarla sin trabajo o privarla de sus derechos. Hechos todos que atentan contra las personas y suelen quedar impunes.

Resulta tremendamente difícil comprender que por embadurnar el rostro de Barcina de crema francesa solicite la Fiscalía 5 años de prisión para los autores de la afrenta y para todos aquellos nombres propios de los que sabemos con detalle sus mil y una tropelías perpetradas con dinero público, no ejerza acusación.

Barcina pide “justicia” y me pregunto ¿qué entiende ella por justicia? Porque tildar el lanzamiento de tarta de atentado contra su persona parece excesivo. Una amonestación, una multa… deberían ser suficiente castigo.

Creo recordar que en las películas mudas los guiones ya incluían el lanzamiento de tartas para causar regocijo en el espectador. Seguramente, los payasos han sido los personajes más populares en este fino arte. El merengue embadurna sus rostros y los niños se desternillan de risa. Y, ¡cuántas veces hemos visto en películas cómo los protagonistas emprenden guerras de tartas como diversión! ¡Puede ser hasta erótico! Seguro que alguno de los que están leyendo estas líneas sonríe al recordar aquel día en que la juerga se convirtió en un desmadre de pelea de pasteles o de lo que hubiera a mano.

En fin, que de objeto de juego la repostería se transformó en un arma de protesta arrojadiza. El rostro perplejo y cubierto de tarta de Miguel Boyer, quien fuera ministro de Hacienda del Gobierno de Felipe González, tras su lanzamiento por un vesánico y amenazante José María Ruiz Mateos es una imagen fija en la historia de este país.

Después, hemos visto otras, sobre todo en el extranjero: Bill Gates, Sarkozy o Evo Morales, aunque en este caso fue para felicitarle por su 50 cumpleaños. En Bolivia es costumbre celebrarlo así. En España la forma de ataque más común es el lanzamiento de improperios, puñetazos o el navajeo, también en sentido figurado. Claro que con el precio que tiene la pastelería y el castigo penal que te puede caer es como para pensárselo; lo de la tarta, quiero decir.

A pesar de todo, sigo creyendo que una guerra de tartas siempre será más dulce que una de esas contiendas cotidianas a las que estamos tan acostumbrados. Esas sí que merecen cárcel por intentar dejarnos fuera del combate de la vida.

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