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La actual crisis agrava el relevo generacional en el campo español

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Las últimas reivindicaciones del campo español demandan precios justos o mejores servicios y se mezclan con otras que defienden macrogranjas, toros, caza… dependiendo de intereses no necesariamente coincidentes. Pero la realidad es que no se han escuchado las mujeres y jóvenes, casi ausentes del actual escenario reivindicativo, ni tampoco las de la ciudad, como si esta se situara al margen de las dificultades que atraviesa nuestro campo.

Tres de cada cinco agricultores tienen ya más de 55 años en España. En diez años, una buena parte habrá pasado a la jubilación. El dato revela un serio problema de relevo generacional en un sector estratégico de nuestra economía. Y todos los indicadores anuncian que la tendencia se agudizará en los próximos años de manera inquietante. Los hijos de los agricultores desertan del mundo agrario mientras que las nuevas incorporaciones se cuentan con los dedos de una mano. Es un asunto de Estado, no se trata solo de un mero envejecimiento del sector agrario. Que también. La innovación tecnológica que exige el campo para actuar en un mercado cada vez más competitivo necesita de jóvenes agricultores preparados para afrontar los retos del futuro. Dentro de diez años ya no serán un 60%, sino cuatro de cada cinco. Y los agricultores de mayor edad tienen menos capacidad, se resisten al cambio y son poco propensos a emprender riesgos en sus técnicas de cultivo y manejo del ganado.  

Los incentivos económicos articulados por la PAC para animar a los jóvenes a continuar con la actividad agraria familiar no son suficientes para contener la sangría. Necesitamos desplegar un proyecto cultural, educacional y jurídico; es prioritario mejorar la imagen del mundo agrícola, lastrada todavía por innumerables clichés que la retratan como una actividad anticuada. El valor social de la profesión agrícola es muy bajo. Aún hoy, la cultura urbana goza de un prestigio que la rural ha perdido, incluso entre los propios agricultores; la percepción social del mundo agrícola es difícil de corregir en el corto plazo. 

Los riesgos, son graves y precipitarán en los próximos años la despoblación rural, el infracultivo y la concentración de la agricultura en pocos propietarios.

Ya en 2016, un amplio informe coordinado por la organización agraria COAG y Mundubat, alertaba sobre el acelerado envejecimiento de los propietarios agrícolas y la pérdida inexorable de jóvenes. Ese estudio revelaba que las explotaciones con titulares de menos de 35 años habían disminuido en la década anterior del 6% al 3%, mientras que las dirigidas por mayores de 55 años se habían incrementado del 59% al 66%. 

Más allá de los factores culturales, la caída de los precios, el aumento de los costes de producción y la dificultad de acceso a la tierra son causas de la desafección de los jóvenes por la actividad agrícola. Y, sin jóvenes, no es posible afrontar el reto de la digitalización, el cambio climático o la transición ecológica. Los riesgos, son graves y precipitarán en los próximos años la despoblación rural, el infracultivo y la concentración de la agricultura en pocos propietarios.  

La mayor parte de las explotaciones tienen una dimensión que está por debajo del umbral de rentabilidad. Y muchos agricultores no tienen dedicación exclusiva y trabajan a tiempo parcial en el sector.

Pero hay más elementos que coadyuvan a la quiebra del relevo generacional. El mercado de las tierras es estrecho, difícil y muy caro. Y quien no herede las explotaciones tiene muy complicado entrar en el mundo de la agricultura. Por consiguiente, el acceso de nuevos propietarios agrícolas se encuentra prácticamente bloqueado. La deserción de los hijos, además de los factores culturales anteriormente expuestos, se produce por circunstancias que podríamos enumerar con sencillez: es un lío trabajar a las órdenes de tu padre. 

Los propietarios tampoco animan a sus hijos a que tomen las riendas de la explotación familiar. Bien al contrario, los empujan a que estudien carreras ajenas al mundo agrario y que busquen salidas profesionales alternativas.

Solo algunos sectores vinculados con la agricultura tienen tasas de incorporación joven significativas.

La respuesta puede estar en que no hemos sido capaces de poner en valor lo que supone la agricultura. De dignificarla y trasladar a la sociedad lo que representa. Los jóvenes la contemplan como última opción. Y luego están los condicionantes económicos. No es fácil entrar en el universo agrario como salida profesional. Es necesario disponer de una elevada cantidad de dinero.  

Ante esta situación, en el contexto actual, el campo es clave para garantizar la seguridad alimentaria del entorno urbano. Es también el repositorio medioambiental, concentra un incalculable patrimonio cultural y podría ofrecer alternativas innovadoras a las disfuncionalidades que afectan a muchas de nuestras ciudades. Pero, para hacerlo, es necesario establecer una nueva relación entre lo urbano y lo rural. Otra mirada que dé valor a lo pequeño y a las personas, apostando por modelos integrales de desarrollo cuyo vector sea la sostenibilidad de la vida en ambos espacios.

El campo español está altamente masculinizado y sus culturas son menos proclives a reconocer la igualdad entre uno y otro sexo

Primero, la gente. La que se queda, la que se marcha y la que habría que atraer para llenar la España que llamamos vaciada. La sangría poblacional solo podrá cortarse creando condiciones favorables a la vida de las personas, que acorten las enormes distancias existentes entre el mundo urbano que brinda oportunidades frente a un mundo rural escaso en todo.

Escaso, en primer lugar, de juventud porque, en un contexto de población envejecida, retener y atraer a las personas más jóvenes será el único modo de garantizar un relevo generacional que además resulta urgente, considerando que la mayoría de los productores rurales están ya próximos a la jubilación y ese campo de canas abundantes y deficitario en niños está también sediento de cuidados.

Es sabido que el campo español está altamente masculinizado (alcanzando 112,8 hombres por cada 100 mujeres en localidades inferiores a 1.000 habitantes, frente a 94,8 en zonas urbanas) y sus culturas son menos proclives a reconocer la igualdad entre uno y otro sexo.

Asentar población en el medio rural de manera sostenible quiere decir, por otra parte, hacerlo en un campo cuya tierra, agua y aire estén preservados de la deforestación, la contaminación, los incendios, los vertidos y la desprotección del patrimonio medioambiental. Un campo apto para disfrutar de una vida sana e, igualmente, contribuir a un tejido productivo diversificado, generar una potente economía verde, retener habitantes y captar un turismo que valore los tesoros del mundo rural y aporte nuevas oportunidades a su población.

Llenar de vida y gente nuestro medio rural depende también de hacerlo institucionalmente sostenible, con políticas ambiciosas de desarrollo local, acompañadas de una amplia mancomunación de organismos susceptibles de dar respuesta a las viejas y nuevas demandas de los territorios rurales.

Sembrar de vida y futuro el campo español debe convertirse en una de nuestras prioridades políticas, no de gobierno sino de Estado, de sociedad. Contamos, aquí y ahora, con poderosas herramientas a nuestro alcance para conseguirlo. 

Es necesario “que la sociedad entienda el carácter estratégico, innovador y de futuro que tiene el sector agroalimentario y que los jóvenes vean en este sector un mundo lleno de oportunidades profesionales y de futuro”. Si no tenemos explotaciones rentables, difícilmente la gente joven se va a quedar en el campo, y mucho menos se incorporarán desde otros ámbitos.

Las últimas reivindicaciones del campo español demandan precios justos o mejores servicios y se mezclan con otras que defienden macrogranjas, toros, caza… dependiendo de intereses no necesariamente coincidentes. Pero la realidad es que no se han escuchado las mujeres y jóvenes, casi ausentes del actual escenario reivindicativo, ni tampoco las de la ciudad, como si esta se situara al margen de las dificultades que atraviesa nuestro campo.

Tres de cada cinco agricultores tienen ya más de 55 años en España. En diez años, una buena parte habrá pasado a la jubilación. El dato revela un serio problema de relevo generacional en un sector estratégico de nuestra economía. Y todos los indicadores anuncian que la tendencia se agudizará en los próximos años de manera inquietante. Los hijos de los agricultores desertan del mundo agrario mientras que las nuevas incorporaciones se cuentan con los dedos de una mano. Es un asunto de Estado, no se trata solo de un mero envejecimiento del sector agrario. Que también. La innovación tecnológica que exige el campo para actuar en un mercado cada vez más competitivo necesita de jóvenes agricultores preparados para afrontar los retos del futuro. Dentro de diez años ya no serán un 60%, sino cuatro de cada cinco. Y los agricultores de mayor edad tienen menos capacidad, se resisten al cambio y son poco propensos a emprender riesgos en sus técnicas de cultivo y manejo del ganado.