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El semen inviolable

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Al final, no nos hacemos las preguntas clave ¿Por qué tenemos que salvar a la monarquía de su anterior rey? ¿Por qué tenemos que proteger a un hijo de su padre? La dos preguntas son relevantes, pero sobre todo, la segunda, porque es un sistema hereditario, de padres a hijos, un sistema constitucional, pero seminal, en el que la salus republicana depende de la calidad del semen del Jefe de Estado y de que no lo desparrame. No puedo por otras que recordar las palabras de El Gallo, un hombre cabal: “la leshe pa casa y la que sobre pa fuera”.

Como todo falla, la corte juancarlista se ha alistado inmediatamente al felipismo, sin acto de contrición ni perfecta ni imperfecta y con la fe de los conversos. Una de las funciones de los legistas- dice Bourdieu-, como ideólogos del rey, es justificar la confusión entre lo público y lo privado, entre lo lícito e ilícito -lo reconocen hasta los propios borbones de sí mismos-; se conoce como la “hipocresía piadosa”. Lo hemos visto recientemente entre los letrados de las Cortes y lo seguiremos viendo. Otra cosa son los apologetas de la corte lanzados en tropel a disculpas editoriales- algunas de linajudos del poyo-, y columnísticas: son, decía también Bourdieu, los oblatos: nacidos y creados por el rey para su eterno servicio. Una especie de jenízaros.

Creo que en el debate de escape, incluso como está, si no fuera por los legistas del rey, la Constitución bastaría: solo hay irresponsabilidad del rey en los actos refrendables y unos pocos más muy tasados. La corrupción no lo es. Pero ya se sabe, se ha tejido un entramado, en ausencia de una ley orgánica que regule las cosas del rey, de tal manera  que la interpretación sea siempre pro monarchia.

Sin entrar en aspectos difícilmente asumibles y peor explicables, incluso por la ilustre corporación de constitucionalistas: igualdad de todos ante la ley, pero inviolabilidad y, un poner, igualdad de género pero preferencia del hombre sobre la mujer, restos consuetudinarios de esta dinastía francesa debida a sus principios sálicos. Con todo, entraríamos de lleno, con Otto Bachof, en el terreno de esta cuestión: ¿puede haber normas constitucionales inconstitucionales ? Sí, ja .

Los oblatos juancarlistas en desbandada no han parado de exaltar el linaje borbónico, diría Andrew Lewis, “para confundirlo con la alabanza al pueblo”, pero el linaje es precisamente lo contrario que el pueblo en democracia, como puso de manifiesto la Revolución francesa y la Constitución norteamericana.

La tarea ahora de los más voluntariosos es desligar del linaje monárquico la relación hereditaria y paterno filial entre rey padre y su heredero seminal. Arduo trabajo porque en el pensamiento dinástico, no en el democrático, la potestad paternal es, a la vez, el centro de toda la estructura del poder. De hecho, Juan Carlos sigue formando parte de la Familia real. Una de las propiedades del sistema monárquico es que la empresa política-la jefatura del Estado- no está separada de la unidad doméstica: la Casa. La Casa Real, eso sostenía Weber: en la monárquia no es posible separar Casa de empresa, es decir jefatura de Estado de familia. Los monárquicos lo tienen difícil, los apologetas de la monarquía, más, sobre todo los juancarlistas en desbandada al felipismo.

Tan es así que las grandes transgresiones de la moral pública en el pensamiento dinástico- sigo con Bourdieu-, están casi siempre vinculadas a estrategias de reproducción: es para mi hijo, mi descendencia. Una transgresión del orden público democrático, como dije más arriba, justificada por la hipocresía piadosa de los monárquicos.

Que el rey esté desnudo es un cuento nórdico, que el Estado esté desnudo ante el rey no es ninguna tontería. Es una crisis institucional de primer nivel que ni el gobierno, ni la justicia ni la instituciones democráticas saben cómo resolver. Tampoco su hijo, hoy rey por mérito seminal. En definitiva, cuando la monarquía está en peligro no es porque el inviolable sea el rey, está en peligro el semen de su dinastía.

Y en todo esto, qué tiene que decir el pueblo. Según los legistas ideólogos del rey, pages, coperos, credencieros, caballerizos y otros oficios, el pueblo ya habló y para siempre, en pleno pavor escénico del post franquismo. ¡ Por qué no te callas!, insisten.

En Shakespeare está la respuesta. En su obra Julio César , Bruto se inquieta ante las aclamaciones a César, temiendo la monarquía y el fin de la República romana. Entonces, magistral, responde Casio: “la culpa no es de nuestro destino, sino de nosotros mismos, que hemos consentido en ser inferiores”.

Al final, no nos hacemos las preguntas clave ¿Por qué tenemos que salvar a la monarquía de su anterior rey? ¿Por qué tenemos que proteger a un hijo de su padre? La dos preguntas son relevantes, pero sobre todo, la segunda, porque es un sistema hereditario, de padres a hijos, un sistema constitucional, pero seminal, en el que la salus republicana depende de la calidad del semen del Jefe de Estado y de que no lo desparrame. No puedo por otras que recordar las palabras de El Gallo, un hombre cabal: “la leshe pa casa y la que sobre pa fuera”.

Como todo falla, la corte juancarlista se ha alistado inmediatamente al felipismo, sin acto de contrición ni perfecta ni imperfecta y con la fe de los conversos. Una de las funciones de los legistas- dice Bourdieu-, como ideólogos del rey, es justificar la confusión entre lo público y lo privado, entre lo lícito e ilícito -lo reconocen hasta los propios borbones de sí mismos-; se conoce como la “hipocresía piadosa”. Lo hemos visto recientemente entre los letrados de las Cortes y lo seguiremos viendo. Otra cosa son los apologetas de la corte lanzados en tropel a disculpas editoriales- algunas de linajudos del poyo-, y columnísticas: son, decía también Bourdieu, los oblatos: nacidos y creados por el rey para su eterno servicio. Una especie de jenízaros.