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Cuando Frida Kahlo y Cajal desayunan juntos

Elena González Rey

Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra (IPBLN) de Granada —

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La pintora mexicana Frida Kahlo y el médico y científico español Santiago Ramón y Cajal nunca coincidieron. De la misma forma, ciencia y arte nos pueden parecer disciplinas muy alejadas. Pero si nos fijamos bien podemos encontrar aspectos que, tanto Kahlo como Cajal, desarrollaron a lo largo de sus obras: su necesidad de entender la realidad y su creatividad al hacerlo.

Así, a lo largo de la historia, la realidad derivada de diferentes acontecimientos sociales se ha plasmado artísticamente. A su vez, el arte ha evolucionado en torno a las dinámicas sociales convirtiéndonos en testigo de acontecimientos históricos. Arte, historia y sociedad conforman una tríada única y altamente dinámica.

En este sentido, cambios que afecten a alguno de estos componentes podrían tener gran influencia y condicionar dichas interacciones. ¿Podríamos observar cambios históricos y evidencias artísticas ante una sociedad afectada con enfermedades de distinto tipo? ¿Podrían los cambios sociales derivados de infecciones, enfermedades inflamatorias o desórdenes neurológicos condicionar la expresión artística? La respuesta es que, si observamos con detenimiento, podemos llegar a contemplar el devenir histórico de los cambios sociales derivados de las enfermedades, su comprensión desde la ciencia y su reflejo en el arte.

La presencia de enfermedades ha acompañado al hombre desde la Prehistoria, donde el arte tenía un valor documental. Así, las pinturas rupestres representando figuras medio humanas y medio animales en medio de rituales (como el orante del Pla de Petracos en Alicante de hace más de 8.000 años), nos revelan la existencia de miembros relevantes del grupo que, sin saber a veces cómo actuar ante determinadas afecciones, recurrían a la sugestión, y al poder de lo inexplicable (probablemente con la ayuda de sustancias alucinógenas diversas) para poder curar traumas y enfermedades.

Arte y enfermedad

Con la Edad Antigua se hace más patente la representación de la realidad en el arte. Diferentes testimonios consideran la caries dental como la enfermedad infecciosa más prevalente del mundo. Así, no es de extrañar que, habiendo acompañado a la humanidad desde sus orígenes, una de las primeras representaciones artísticas de un sanitario sea la de un dentista. En concreto, la del egipcio Hesy-Ra en los paneles de madera labrados encontrados en una mastaba de la dinastía III datada sobre el año 3000 a.C y actualmente conservados en el Museo Egipcio del Cairo. La distribución de figuras en dicho panel y de herramientas relacionadas con el oficio nos informa de la relevancia de esta personalidad (un alto funcionario) y de la odontología en el Antiguo Egipto.

Las estelas funerarias egipcias han sido muy valiosas mostrando las enfermedades de la época, como ocurre con la del sacerdote Ruma (dinastía XVIII, 1.400 a.C). En ella se aprecia el aspecto del sacerdote llevando una ofrenda con la pierna derecha atrófica y la típica disposición de pie equino, síntomas de la parálisis flácida causada por la poliomielitis, (comúnmente conocida como la polio), enfermedad infecciosa vírica que afecta al sistema nervioso y actualmente erradicada gracias a la vacunación. Esta obra de arte (conservada en la Carlsberg Glyptothek, Copenhague) constituye la primera representación artística de una enfermedad infecciosa.

Ahora bien, quizás si tuviéramos que elegir, una de las mejores representaciones del efecto de una enfermedad en la sociedad, su repercusión en la historia y su huella artística la tenemos durante la Edad Media en la obra “El triunfo de la Muerte” de Pieter Brueghel el Viejo (entre 1560-1562, actualmente en el Museo del Prado, Madrid). La peste negra es la primera epidemia que aparece reflejada en el arte, la primera que se extiende por el mundo conocido y la mayor epidemia jamás descrita. Afectó al 60% de la población mundial, determinó el curso de enfrentamientos armados y derivó en importantes cambios políticos. No se identificó al agente causante de la misma hasta finales del s. XIX. Se trata de la bacteria Yersinia pestis, residente en las pulgas, que, a su vez, se encontraban en las ratas (frecuentes en las ciudades hacinadas de la época con condiciones de higiene y alimentación precarias), reservorio del patógeno. Esta epidemia se convirtió en una gran protagonista del arte, que, en la Edad Media, tenía una fuerte influencia religiosa. Así, las manifestaciones artísticas de esta epidemia muestran un carácter fatalista, moralizante, con la muerte como protagonista, evidenciando esta situación como resultado de un castigo divino.

Destacan otras obras en el mismo sentido interesantes por reflejar conceptos clave en la actual epidemiología: representaciones de los entierros extramuros (debido a las grandes tasas de contagio de esta enfermedad) y el inicio de las medidas de aislamiento y cuarentenas, como muestran la obra de “La Madonna de la Misericordia” de B. Bonfigli (1464, Perugia) y la obra anónima de “La epidemia” (de 1732 ubicada en la Iglesia de Sto. Domingo en Antequera, Málaga); la aparición de médicos con equipos de bioseguridad (ilustración del Dr. Schnabel del artista P. Fürst, 1656), que muestra los ropajes diseñados durante la epidemia de peste en Marsella, junto con la máscaras con forma de pico de ave que contenía aceites esenciales y hierbas aromáticas para atenuar el olor derivado de las victimas de la peste.

Capacidad creativa

Aunque la representación de la realidad sigue siendo constante en las obras de la Edad Moderna, en esta época adquirirán más protagonismo la afirmación del individualismo y valor de la persona dando lugar a obras de gran belleza y naturalismo. Uno de los mejores ejemplos lo tenemos en la obra “Las tres gracias” de P. Rubens (1636-1639, Museo del prado, Madrid). En esta obra podemos apreciar en las manos de una de las figuras cierta deformación acorde a los síntomas de artritis reumatoide, enfermedad autoinmune que produce daños en las articulaciones y puede conllevar la destrucción de cartílago y hueso. Y si seguimos mirando, en la misma obra, encontramos una ulceración en la mama izquierda de otra de las figuras, acompañada de enrojecimiento y pliegues en la axila afecta, que podría indicar un cáncer ya avanzado con afectación ganglionar.

Otras obras de la época como la de “Carlos II El hechizado”, de Juan Carreño de Miranda (1675, Museo del Prado, Madrid) donde se aprecian evidencias de raquitismo; o la obra anónima el “Salvaje Gentilhombre de Tenerife” retrato de Pedro González (1560, situada en la Cámara de Arte y Curiosidades del castillo Ambras, Innsbruck, Austria), que muestra el primer caso conocido por la medicina de hipertricosis congénita (crecimiento de vello excesivo a excepción de pies, manos y fosas nasales); o “El Niño de Vallecas”, de D. Velázquez (1635, Museo del Prado, Madrid), (en la que la figura presenta deformaciones físicas, corta estatura, déficit de inteligencia, lo que probablemente derive de un hipotirodismo congénito), representan con gran valor documental ciertas anomalías físicas de la época.

El arte sigue acompañando a la enfermedad durante la Edad Contemporánea, donde la percepción de la misma tiene múltiples formatos y perspectivas. Así, algunos autores nos muestran el impacto de la enfermedad en la sociedad. Ocurre con la serie de cuadros “Marriage à-la-mode” (de W. Hogarth, entre 1743-1745, expuestos en la National Gallery, Londres), donde se aprecian los síntomas de la sífilis en uno de los personajes del cuadro. Estas obras eran un reflejo de las consecuencias de los matrimonios acordados en las clases altas, y las actividades ilícitas de sus miembros, ya que se trata de una enfermedad infecciosa producida por la bacteria Treponema pallidum y transmitida principalmente por contacto sexual. O en la obra “La herencia” de E. Munch (1897-1899, Museo Much, Oslo), que refleja la desesperación de una madre contemplando los efectos de la sífilis en su hijo (llagas, piel pálida, deformaciones).

También en las representaciones de artistas como Chopin (retrato realizado por E. Delacroix, 1838, Museo del Louvre, París), o en el autorretrato de Modigliani (1919, actualmente en el Museo de Arte Contemporáneo de Sao Paulo, Brasil), apreciamos los rasgos típicos de la tuberculosis (aspecto enfermizo, palidez extrema, mirada triste, astenia). Esta enfermedad, que parece haber acompañado al hombre desde hace 10.000-15-000 años, tuvo carácter de epidemia (se denominó la peste blanca) en los s.XVIII y s.XIX coincidiendo con los desplazamientos masivos de campesinos hacia las cada vez más aglomeradas urbes, durante la revolución industrial. Generó una corriente de moda, en la que el aspecto lánguido y la melancolía inundaron la sociedad y el arte. Así, se propagó la creencia de que padecer esta enfermedad generaba mayor capacidad creativa, lo que contribuyó al desarrollo del movimiento romántico en la pintura, la literatura y la música.

Figuras imaginarias llenas de color

En otros casos el artista representa en sus obras la percepción de la enfermedad que padecen otros. La pintura costumbrista “Christina’s World” del autor A. Wyeth (1948, Museo de Arte Moderno, Nueva York), mostrando a una chica en un atardecer en el campo, lejos de mostrar una escena idílica, muestra los signos de poliomielitis que obligaban al personaje del cuadro a desplazarse a rastras por el pueblo donde vivía. Ejemplos de cómo refleja la enfermedad el mismo artista cuando éste la padece los encontramos en la serie de autorretratos de W. Utermohlen (desde 1996 al año 2000), tras ser diagnosticado con Alzheimer (enfermedad neurodegenerativa en la que se produce deterioro cognitivo, trastornos de conducta, y pérdida de memoria). Impacta el último de ellos, donde el pintor muestra un garabato con el rostro desfigurado, dejando un testimonio del progreso de su enfermedad donde se olvida hasta de sí mismo. En este sentido, las obras de la pintora Frida Kahlo, como “La columna rota” (1944, Museo Dolores Olmedo Patiño, Ciudad de México) o “El venado herido” (1946, colección privada de Carolyn Farb, Houston) llenas de simbolismo y pasión, muestran el impacto del dolor presente durante toda la vida de la autora.

En otros ejemplos, podemos encontrar cómo ha impactado la enfermedad en el artista y en su propio estilo. Por ejemplo, el pintor francés E. Degas, cambió la técnica del óleo por el pastel, consiguiendo reflejar escenas similares con diferente fuerza artística, cuando comparamos las obras de “Chasse de danse” (1874, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York) y “Ballet dancers in the wings” (1900, Saint Louis Art Museum), debido a la degeneración macular que padecía. O lo podemos notar en el cambio de pinceladas y colores de A. Renoir si comparamos las obras de “Les grandes Baigneuses”, de 1884-1887, actualmente en el Museo de Arte de Filadelfia, y “Les Baigneuses” de 1918, ubicada en el Museo de Orsay, París, debido a la artritis reumatoide que durante 25 años padeció este artista, y que le obligaba a sujetarse la paleta y pinceles a la mano con vendas.

Además de dolencias físicas, artistas con desórdenes mentales han generado obras llenas de imágenes alucinantes. El autor A. Wölfli plasmó en sus obras composiciones laberínticas y enigmáticas figuras imaginarias llenas de color, con las que expresaba parte de los delirios asociados a su enfermedad. Es considerado actualmente como el artista psicótico más importante de la historia. Con un cuadro clínico complejo, el pintor V. Van Gogh presentó a lo largo de su vida una tendencia maniaco-depresiva y trastorno bipolar en el que alternaban situaciones de confusión, amnesia, y epilepsia, que plasmó en sus obras. Parece que, además, el artista padecía un desorden de la visión llamado xantopsia, debido a la intoxicación con digitalis que era un medicamento que utilizaba de forma más frecuente de la prescrita medicamente para tratar parte de sus crisis. Este desorden está relacionado con una visión predominante del color amarillo, que, curiosamente, es mayoritario en muchas de sus obras (“Autorretrato con sombrero de paja”, 1887; “Trigal con segador a la salida del sol, 1889). También se ha comentado la presencia de glaucoma en la visión del artista, como responsable de los halos tan característicos en focos de luz de sus obras (”La noche estrellada, 1889).

“No basta examinar; hay que contemplar”

El ejemplo mas reciente de la visión artística de la enfermedad la encontramos en el Covid Art Museum, primer museo de arte digital que ha recogido obras generadas durante la pandemia del COVID-19. Este museo, recopilatorio de obras con diferentes formatos, se ha convertido en un archivo que recoge diferentes percepciones de lo qué fue la pandemia, de cómo se vivió y de lo que se sintió. Frente a las limitaciones y confinamientos generados por esta pandemia, el arte sirvió de nuevo para conectar y expresar emociones, generando probablemente un movimiento artístico único con identidad propia.

A lo largo de la historia, la humanidad ha sufrido enfermedades que se han representado en el arte y que, a veces, han condicionado el curso de la historia. En estas obras, se ha visto reflejada la sociedad, la actitud del artista frente a la enfermedad, y/o el efecto de la enfermedad en el propio artista, visibilizando ciertas enfermedades con una perspectiva más individual. El arte se convierte así en un diario histórico, social y médico de dichas enfermedades.

Kahlo y Cajal nunca pudieron desayunar juntos. Quizás, en un encuentro ficticio, Cajal coincidiría con Kahlo con estas palabras: “No basta examinar; hay que contemplar: impregnemos de emoción y simpatía las cosas observadas; hagámoslas nuestras, tanto por el corazón como por la inteligencia”. Y quizás Kahlo comentaría con Cajal como, desde su punto de vista, “la parte más importante del cuerpo es el cerebro”

La pintora mexicana Frida Kahlo y el médico y científico español Santiago Ramón y Cajal nunca coincidieron. De la misma forma, ciencia y arte nos pueden parecer disciplinas muy alejadas. Pero si nos fijamos bien podemos encontrar aspectos que, tanto Kahlo como Cajal, desarrollaron a lo largo de sus obras: su necesidad de entender la realidad y su creatividad al hacerlo.

Así, a lo largo de la historia, la realidad derivada de diferentes acontecimientos sociales se ha plasmado artísticamente. A su vez, el arte ha evolucionado en torno a las dinámicas sociales convirtiéndonos en testigo de acontecimientos históricos. Arte, historia y sociedad conforman una tríada única y altamente dinámica.