Cerro del Villar, el gran yacimiento fenicio de Málaga que despierta interés en Estados Unidos o Alemania

Néstor Cenizo

Málaga —

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–Antes hay que preparar el escenario. Y luego ya que salga el niño a cantar.

Cepillo en mano y acuclillados en una zanja, Francisco Marfil y Miguel Vila rascan con mimo la tierra alrededor de un objeto, que es el “niño”. De color aún indefinible, es redondo en la base y su cuello se alarga quizá hasta los tres o cuatro centímetros. Sobresale, pero no lo suficiente. Así que estos dos arqueólogos llevan más de seis horas preparando el terreno para extraer el recipiente. Hay que hacerlo con precisión de bisturí, porque la vasija puede tener achaques: rondará los 2.600 años de antigüedad.

El ungüentario es la última reliquia de Cerro del Villar, donde durante los últimos sesenta años han ido apareciendo ánforas, anillos, broches o una pequeña cabeza de toro. El lugar, ubicado en la desembocadura en delta del río Guadalhorce (Málaga), guarda uno de los yacimientos fenicios mejor conservados del Mediterráneo occidental. Una ciudad densa, de unos 40.000 metros cuadrados, ubicada en lo que un día fue una isla, que hace las delicias de los arqueólogos porque sobre ella no se puso una piedra con posterioridad.

“El yacimiento tiene mucha entidad y mucha potencia. Se conserva muy bien: bajamos 30 centímetros y accedemos directamente a la estructura”, explica José Suárez, arqueólogo de la Universidad de Málaga y director de las excavaciones. No oculta que su objetivo futuro pasa por poner en valor el lugar como “parque arqueológico”.

Queda mucho para eso. Por segundo año consecutivo, un equipo de arqueólogos local, ayudado por otros de la Universidad de Chicago y de la Universidad de Marburgo, han desenterrado los restos de aquella ciudad fenicia que existió, del siglo VIII al VI a.C, muy cerca de donde hoy se levantan las torres de la Málaga actual.

Apenas han destapado una zanja de 300 metros, dando continuidad a los trabajos que lideró María Eugenia Aubet hasta 2003, y mucho tiempo antes, Juan Manuel Muñoz Gambero, el verdadero origen de todo esto.

El descubrimiento de un grupo de entusiastas de la arqueología

Muñoz Gambero visitó el miércoles Cerro del Villar, y aún recuerda con emoción cómo descubrió aquel lugar, sabedor de que guarda una historia de las buenas, porque combina la pasión con la tozudez y un punto inverosímil. Muñoz era en 1965 un aspirante a maestro industrial con una vocación irresistible: la historia antigua y la arqueología. Con otros jóvenes aficionados como él (estudiantes, obreros, mecánicos) había fundado en 1959 el Grupo de Investigaciones Arqueológicas y Espeleológicas de Málaga, y descubierto el yacimiento íbero-púnico del Cerro de la Tortuga. Se reunían en un local en la calle de Tejón y Rodríguez y divulgaban sus descubrimientos con charlas y exposiciones.

Era el 20 de diciembre de 1965 cuando recibió una llamada de dos miembros del grupo, los hermanos Jerez, que estaban tendiendo un cable eléctrico en la desembocadura del Guadalhorce. “Me dicen: «Manolo, mira lo que he encontrado». Me trajeron tres o cuatro fragmentos y yo nada más que verlos se me volcó el corazón”. El lugar era un “campo de minas” de restos cerámicos ocultos entre el cañaveral. Poco después encontrarían un espectacular anillo “egiptizante”.

Muñoz comprendió que allí estaban los orígenes de la Malaca fenicia, pero topó con la autoridad y con la burocracia. “Un día me llamó el gobernador y me dijo: ”Oiga, le prohíbo terminantemente que vuelva usted a decir que aquello es la Málaga fenicia. ¿Me ha oído usted bien? Ya está usted advertido“. Pero no hizo caso, y en una entrevista insistió. Así que al día siguiente recibió la visita de un policía. ”Dígale usted a don Ramón Castilla Pérez que yo soy una persona libre“, le espetó al agente. ”No volvieron a molestarme, pero me quitaron la excavación“, relata. Le sustituyó el profesor Antonio Arribas Palau, de la Universidad de Granada. Al descubridor de Cerro del Villar le penalizaba también su desvinculación de la academia.

A finales del siglo XX, María Eugenia Aubet, catedrática emérita de Prehistoria de la Universidad Pompeu Fabra y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, reabrió Cerro del Villar. Volvió a cerrarlo en 2003, cansada de la falta de cooperación institucional. En 2018 declaró que Cerro del Villar es “la ciudad fenicia mejor conservada de occidente”, pero siguió bajo tierra hasta el año pasado, cuando el equipo liderado por Suárez retomó los trabajos donde ella los había dejado.

Jóvenes de las universidades de Chicago, Marburgo y Málaga

Muñoz Gambero observa encantado el revoloteo leve pero incesante de decenas de jóvenes: “Los arqueólogos del siglo XXI han tomado el testigo de los del siglo XX”.

Anna Selden suelta por un momento la rasqueta, se sacude el polvo y explica qué hace una estudiante de la Universidad de Chicago en una excavación arqueológica en Málaga: “Bueno, este es un lugar muy interesante porque esencialmente sólo ha sido ocupado por los fenicios, y está abierto para nosotros”. La joven forma parte de un grupo de 30 personas llegado desde Estados Unidos, dirigidas por la profesora Carolina López, que explica que el centro tiene una línea de investigación de asentamientos fenicios que les ha llevado a Israel con anterioridad.

A pocos metros, pero en otro sector, trabajan Saray del Pino y Santiago Ruiz, ambos estudiantes. “Es Historia que tenemos justo al lado. A veces miramos lo de fuera ignorando la riqueza que tenemos cerca”, dice ella. Empiezan a las 8 de la mañana y terminan a las dos de la tarde. “Pero es agradecido: inviertes tiempo, pero te sale un muro y te alegra el día”, comenta él.

Los estudiantes se forman en un trabajo de una precisión casi quirúrgica. “Saben que tienen que ir con cuidado, cuándo tienen que parar, cuándo usar una u otra herramienta, y sobre todo cómo documentar, que para nosotros es fundamental”, resalta Suárez. Cuando aparece un objeto o un resto, se ubica a través de GPS con coordenadas tridimensionales, que se transmiten vía bluetooth a una base de datos. El proceso genera un código QR que se coloca sobre la pieza para identificarla. Un grupo de seis u ocho personas trabaja en la criba para que nada se extravíe, y otro en laboratorio. En total, unas 70 personas cada día durante un mes.

La Consejería de Turismo, Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía subvenciona las excavaciones, que proseguirán el año que viene, y tienen también el apoyo del ayuntamiento y de la Fundación Málaga.

Una pileta romana

Además del ungüentario, esta semana, la última de esta campaña, han quedado al descubierto diez estancias con muros de adobe y piedra que conservan más de un metro de alzado. Suárez cree que algunas pudieron ser talleres metalúrgicos dedicados a la producción de bronce, plomo o plata, quizá aprovechando yacimientos locales. “Pero para eso tenemos que hacer estudios isotópicos del mineral”, matiza.

Pero la zona reservaba una sorpresa, que ya empezó a adivinarse con la prospección geofísica del subsuelo. Un conjunto de piletas romanas unos cien metros al oeste. Bartolomé Mora, que estudia los yacimientos púnico-romanos en la costa malagueña, aún debe calibrar con precisión la antigüedad de las piletas, usadas para elaborar salazones.

Los expertos coinciden: las excavaciones están en una fase incipiente, y los descubrimientos acaban de empezar. Si hay recursos, habrá excavaciones durante años y, con suerte, un parque arqueológico que devuelva a la luz la antigua ciudad de Cerro del Villar.

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